Este texto viene de la Niusléter #43.
Para empezar bien, he de decir que no estoy en contra del collage, ni como técnia, o medio, ni siquiera conceptualmente. Mientras no tenga que hacerlo yo.
El collage es el modus operandi habitual de la vida estética, conceptual y técnica de la vida contemporánea. Todos somos practicantes del collage, de una manera u otra. Copiamos/cortamos y pegamos todo el tiempo, sea en las redes sociales—y eso de "compartir" es una forma de copiar y pegar—o en la edición de video, sonido y fotos. Hasta los programadores usan el collage de manera habitual, copiando y pegando cachos de código prefabricados para ahorrarse el trabajo de escribirlos (y pensarlos) de nuevo, o de transcribirlos.
Nuestra indumentaria es un collage. Vamos pegando esta prenda con aquella y la otra, con estos zapatos y accesorios, personalizándola según lo que nos interese expresar o decir de nosotros mismos a nuestro entorno.
El collage es el signo de la época. Y ea ue permite eficiencias en la expresión acordes con las eficiencias en la producción que la vida económica y diaria nos exigen.
El collage se hace con lo que hay, y no requiere inventar nada antes de empezar el trabajo. Se puede usar para decir o hacer algo nuevo o distinto, pero no es obligatorio. Hannah Hoch, la inventora del collage artístico en el sentido moderno (1919), utilizaba los periódicos y revistas ilustradas de su época porque eso es lo que había. Esas publicaciones—diarias, semanales, mensuales—decidían colectivamente la realidad y los anhelos de su sociedad. Se las podía recortar, reacomodando y pegando los fragmentos de manera que mostraran la realidad que había por debajo de esa realidad decidida y de esos anhelos. Era una forma de llegar al inconsciente de la sociedad.
Hannah Hoch es uno de mis ídolos. Nadie más punk o dadá (que es lo mismo) que ella. Si pudiera tomarme una birra con cualquier artista del siglo XX, la eligiría a ella, o en caso de que Hoch no pudiera ese día, llamaría a Schwitters. Si se tratara de poetas, eligiría a Susan Howe, que todavía vive, así que no hay por qué perder la esperanza. Y probablemente a Edmond Jabès.
Howe es una collagista muy particular, aunque trabaja más con el lenguaje y distintos tipos de discurso (a menudo religiosos) que con las imágenes.
Así que el collage es una forma de llegar al inconsciente social utilizando fragmentos de su propia consciencia como pistas. Por ahí estoy a favor, y creo que en el curso que di hace unos años sobre la historia del collage propuse una vista panorámica de este uso de esa técnica en el arte.
Pero el collage ya existía antes de que Hoch lo inventara. Y antes de que Braque lo incorporara al cubismo. Era practicado como pasatiempo por señoras de la clase alta británica. Era afirmativo de su lugar en la sociedad y en el mundo.
El collage que pretende adentarse en el insonsciente social tiene que ser negativo porque el inconsciente, con su oscuridad, opera como una especie de negativo fotográfico que luego la consciencia adapta, tergiversa, colorea y, en general, pasa por su propio photoshop de supervivencia psíquica y social. (Espero que AC me perdone por decirlo así).
El collage requiere negar la imagen aceptada, la realidad decidida, el anhelo promovido por editores y curadores, y al recortarla, descontextualizarla para ponerla en juego con otras imágenes también en proceso de negación. De ahí surge una nueva imagen compuesta, una instantánea (para seguir con la metáfora fotográfica) del inconsciente social en cierto momento de la historia.
Ahora bien, hay gente que hace collages con imágenes del pasado, extraídas de revistas antiguas. Queda bonito, pero lo más probable es que no nos lleve al inconsciente social actual, que carezca del tipo de verdad que, en mi humilde opinión, el arte debe buscar y mostrar.
Yo también he caído en esta tentación—y lo sigo haciendo, consciente del peligro que corre mi alma de artista—y aunque no siempre lo logro, intento que la imagen del pasado, o el lenguaje, diga algo sobre el presente. Creo que la clave es que esa imagen siga vigente. Pero siempre hay que apuntar a esa negación que está en la base del collage artísticamente valioso.
Ahora, y desde hace unos cuantos años, por lo que veo en las redes sociales, hay mucha gente que practica el collage de esa manera afirmativa de aquellas señoras adineradas del siglo XIX. Lo que importa en este tipo de collage es que quede bonito, alegre, decorativo y exprese el tipo de lugares comunes que tanto éxito obtienen por medio de libros y seminarios de autoayuda. Los veo como una forma de sobrevivir a los embates de la vida contemporánea (neoliberal) y el aburrimiento cotidiano. (No está mal aburrirse de vez en cuando, ayuda a encontrar otros caminos; pero si uno se aburre a diario, algo anda mal).
Los libros de la Biblioteca Popular Ambulante son collages anti-collages. Implican recoger (y no recortar) elementos de la realidad cotidiana y común como los que uno encuentra—si busca—en la basura, y pegarlos en hojas de papel, reuniendo luego esas hojas en un libro. Si el collage busca llegar al inconsciente social negando lo afirmado, la BiPA pretende hacerlo afirmando lo negado, recogiendo lo descartado.
Al separarlos de la realidad, clasificarlos, reunirlos y encuadernarlos, creando con ellos un objeto distinto, un objeto de prestigio como puede ser un libro, estoy actuando a la inversa de Hoch, pero con la misma meta, la de penetrar en la oscuridad hostil del inconsciente social. Sospecho que el inconsciente siempre es hostil, ¿o es esa una opinión heredada de Freud? ¿O será que uno siempre se topa con algún grado de hostilidad al volver de su viaje al inconsciente y muestra los souvenirs conquistados?
Los libros de la BiPA no generan la unidad pictórica que el collage parece exigir. Al menos el collage como acto estético ya digerido, institucionalizado. Los elementos no interactúan, no relatan nada, no poetizan nada. La taxonomía cuasi-arbitraria, y lo más literal posible, en la que quedan suspendidos esos elementos los deja crudos, sin terminar de procesar. El formato libro es lo que los legaliza, los hace visibles. Pero creo que es esa crudeza lo que permite algún acceso al inconsciente.
El libro, en este caso, es exterior a los objetos y a su (anti) collage, es un envoltorio, pero un envoltorio que aporta sentido. Como agente externo, su función es unificarlos por cualquier medio. Dicho a lo bestia, el libro aquí ejerce el papel del Estado, mientras que el título y el logo de la BiPA funcionan como la ley que obliga a esa unificación.
El libro de los azules encontrados en la calle reúne un montón de objetos y papeles que nada tienen en común excepto que son azules, esos azules pueden tener distintos tonos. Tampoco importa el orden en el que aparezcan en la página o en el libro. Los objetos quedan afirmados en sí mismos como mariposas clavadas con alfileres en la colección de algún museo de historia natural. Se las afirma en la muerte como ejemplos de lo vivo. Su carácter efímero, o en el caso de los objetos en la BiPA, su carácter de objetos descartables, o descartados, queda suspendido en el espacio-tiempo de la exhibición. La idea es que queden suspendidos lo suficiente como para ser leídos. Y que esa lectura sea un camino al inconsciente social.
Propongo que este tipo de viaje a lo que se oculta o se olvida, a lo no-accesible a primera vista, a lo verdaderamente invisible, siempre ha sido la función del arte. James Benning: "Un artista es alguien que presta atención y luego vuelve y lo cuenta." Eso invisible podría ser lo sagrado, un hecho del pasado o un desnudo (el arte del Renacimiento está lleno de gente en bolas, hombres y mujeres).
Manet pintó el fusilamiento de Maximiliano porque ese hecho, contemporáneo suyo, estaba por ser enterrado en el inconsciente social de la sociedad francesa industrial e imperial. De hecho, Manet no pudo mostrar la obra en la Francia de la época, en ninguna de sus cinco versiones. ¡Hizo cinco versiones! Así de importante le parecían el hecho y su invisibilización.
Bueno, siento que me queda mucho en el tintero acerca de este tema del collage, pero no quiero alargarme. Me gustaría escribir algo acerca de cómo lo uso en los poemas, o incluso al hablar. Pero eso queda para otra Niusléter.