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Estoy escribiendo lo que me ha dado por llamar un “dietario”. Voy y busco la definición de la palabra en el Diccionario de la Real Academia:
Lo de llevar las cuentas y lo de los sucesos históricos de Aragón no me interesa. Me interesa la definición del medio. Diario. Pero quiero distinguir entre un diario y un dietario, ya que también llevo un diario. Pongámoslo así: el diario es algo que se escribe para adentro, mientras que el dietario es algo que se escribe para afuera. O sea que el diario tendría que ver con lo personal, y probablemente con las trivialidades de la vida cotidiana, o con los problemas a los que uno se enfrenta, mientras que el dietario tendría que ver con el afuera, más con una descripción del mundo, yo diría.
Ahora bien, esta definición, o diferenciación, es la que yo hago para separar ambas actividades, llevar un diario y llevar un dietario, pero fácilmente podrían ser la misma. Pero no considero arbitraria la separación, sino más bien necesaria, para distinguir dos tipos de escritura, y en efecto, dos tonos. Si leo mi diario en voz alta, lo que oigo es mi voz interior, la que oigo cuando me hablo a mí mismo, cuando pienso, cuando siento. Si leo el dietario, oigo más mi voz pública, la de hablar con los demás, la de estar en sociedad.
Luego surge una pregunta importante: ¿Y por qué dividir la voz interior de la exterior? En mi caso, ya vienen divididas, ya vivo así y siempre lo he hecho. Y es una cuestión de pudor. Tenemos esa vida y esa sociedad. No andamos cogiendo en cualquier lado (o la gran mayoría no lo hacemos), no mostramos nuestras intimidades (la gran mayoría), diferenciamos claramente entre el adentro y afuera, lo que hacemos en casa y lo que hacemos en la calle, o en el trabajo.
Si uno es joven, o surrealista, a lo mejor le interesa o le atrae la idea de no diferenciar, de vivir afuera igual que se vive adentro, pero a lo mejor nunca fui joven, y creo que siempre me he resistido al surrealismo.
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Otra forma de verlo sería entender el dietario como una huida hacia el mundo, mientras que el diario apunta a quedarse en casa, en lo ya conocido. Entonces, el dietario podría apuntar a una especie de nomadismo, uno que a lo mejor no implica apartarse del escritorio, pero sí a pensar el mundo, a andar por él de alguna manera.
En el diario está la constante de que soy yo quien escribe, y escribo sobre mí y lo que me pasa, lo que hago, lo que siento. En el dietario, los temas cambian, cada entrada puede ser independiente de las demás, no hay un tema fijo, y hasta puede que varíen estilísticamente, y aunque el tono sea exterior, puede que haya matices entre el de una entrada y el de otra.
Sin embargo, también puede pasar que cosas que empiezo a escribir en el diario terminen en el dietario, ya que en el diario tengo la libertad de escribir lo que sea y en el tono que sea. Muchas de estas niusléters empezaron en el diario.
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Estoy tratando de establecer una diferencia entre dos cosas que el diccionario dice que son la misma. Lo hago porque lo necesito. Porque tengo esa tendencia a escribir de manera distinta según lo que escriba, o según para quien lo escriba. No tiene sentido escribir un informe acerca de la cosecha de trigo de este año y dedicar en él muchas páginas a cómo se siente uno, a sus amores, a los atardeceres y el color del cielo cuando las cosechadoras están terminando su trabajo.
A lo mejor, sí que entra en el diario lo que pienso de la cosecha, o cómo me siento ahora que los campos están limpios. Incluso puedo incluir números, cuentas y estadísticas. Si soy agricultor, claro, o si he invertido en el mercado de futuros. Si me afecta directa y personalmente, lo más probable es que lo incluya en el diario.
En el dietario, en cambio, pondré mis opiniones acerca de lo que me llame la atención. La descripción de lugares, situaciones, distintos aspectos de la vida o del mundo tendrán su lugar.
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Andrés Trapiello ha publicado algo así como veinte volúmenes de sus diarios. A primera vista parece excesivo: ¿por qué tanta intimidad? ¿Por qué someternos a eso? Pero hay que prestar atención. No publica sus diarios en crudo. Los revisa, elimina lo que no va, que es casi todo, y luego escribe a partir de lo que sí quedó. Cincuenta páginas salvadas del diario pueden convertirse en quinientas de otro tipo de escritura. Para él, esa segunda escritura, que busca ordenar el mundo y la experiencia, entra más bien en la categoría de ficción. Lo ficticio es ese orden artificial que se impone al caos de la vida. Luego, pasan años entre la escritura del diario personal y la escritura del diario público. Esa distancia también ayuda al artificio. Por eso, más que al diario, diría que lo que hace Trapiello se parece más al dietario.
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Josep Pla, el gran prosista catalán, escribió un diario entre 1918 y 1919, y lo publicó en 1966 como El quadern gris, ya que el diario original fue escrito en un cuaderno escolar de ese color. Pero no publicó el diario crudo de su juventud. Muchas partes están reescritas, y los estudiosos han encontrado numerosas secciones que fueron añadidas después. En otras palabras, con la materia prima de su diario, elaboró un dietario. Después escribió otros dietarios ya directamente como tales, Notes disperses y Notes del capvesprol, por ejemplo.
En los dietarios cuenta conversaciones que tuvo con distintas personas, describe paisajes, habla de comida, de política, de las relaciones entre hombres y mujeres, describe su casa y los campos que la rodean, describe su pueblo, cuenta viajes, se queja de todo, incluye reseñas de libros, o comentarios sobre poesía, fragmentos de traducciones. Está una del Ulíses de Joyce, donde Bloom explica por qué le gusta el mar. En el segundo de los libros que menciono, hay páginas y páginas dedicadas al búho que vive en su masía. (Me salté unas cuantas, lo admito.)
Éste es el modelo que he tomado para mi dietario, aunque no pienso escribir nada sobre búhos. El modelo de Trapiello, e incluso el de El quadern gris, me parece que requiere demasiada reescritura, demasiada paciencia y demasiada constancia. No soy de esos. Los admiro, pero no me cuento entre sus filas. Si hay algo que detesto es releerme, corregir, reescribir. Pero sobre todo, releerme. Incluso evito leer poemas en público por no tener que volver atrás. (En realidad, tengo algunos poemas que me gustan, que ya tengo asimilados, y esos son los que leo. Todo lo demás queda en el pasado y no hay que volver a mirarlo.)
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Hay escritores que publican sus diarios, pero sospecho que los escriben pensando en que se van a publicar. Así, diría que escriben con la voz pública y no la privada. O a lo mejor no están tan escindidos como yo. Luego hay escritores que llevaron diarios, y editores (en el sentido anglosajón de alguien que revisa un texto y hace una curaduría de lo que entra y lo que se elimina) que los publican tras la muerte del autor.
Dije “la muerte del autor” y no “la muerte del escritor” a propósito. Porque ¿quién es el autor de ese libro, el que lo escribió o el que lo editó? ¿Sería el mismo libro, tendría el mismo interés, en sentido positivo o negativo, sin la edición? ¿Sería legible? ¿Sería un libro, o sería un archivo? Libro y archivo son dos bichos distintos, ¿no?
Los cuadernos en los que, desde hace años, vengo escribiendo mi diario pueden constituir un archivo. O lo constituirán cuando a alguien le interesen. La categoría “archivo” implica un juicio de valor: esto es interesante o importante, esto aporta información—o no. Y para que de esos cuadernos saliera un libro, habría que eliminar el 80 o el 90 por ciento de lo que ahí hay escrito, todo lo que carece de valor literario, aunque aporte información que pueda interesar al investigador en archivos.
(Hoy existe un miedo al futuro que implica no quemar o vender al peso los cuadernos de un tipo como Colom, ya que si no nos interesan ahora, más adelante, con más información y otras maneras de pensar, sí que podrían ser de interés. Yo, la verdad, creo que llegará el punto en que haya que quemarlos. Si los guardo es porque me gusta cómo se ven todos juntos y alineados en la estantería. Además, sirven como recordatorio de que no hay que perder el tiempo en esas cosas.) (Y lo sigo perdiendo. Simplemente no aprendo.)
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En el diario, escribo todos los días, aunque no tenga nada que contar. Y cuando sí lo hay, suele tener que ver con los sentimientos. Esto me da muchísima vergüenza. También lo utilizo como psicoanalista ultra barato: digo todo lo que me pase por la cabeza, sin filtros, sin pudor. Me sirve para darle vueltas a lo que sea que me pase, y aprender a vivir con ello.
El dietario, en cambio, también me obliga a escribir a diario, pero no sobre lo que me pase a mí, sino sobre lo que veo, sobre cómo entiendo lo que me rodea. Y la verdad es que empezó en el diario. Cuando no tenía nada que contar, nada sentimental, escribía sobre otras cosas. De ahí empezaron a salir los breves artículos que componen lo que va del dietario. Y siguen saliendo, igual que muchas niusléters han empezado como un apunte en el diario que luego hubo que desarrollar un poco más.
La idea principal, en cualquier caso, es ponerme la obligación de escribir a diario, pero escribir algo más que lo que me preocupa en lo personal. Por eso antes dije que el dietario implica una suerte de huida hacia adelante, o hacia el mundo. Ayer, por ejemplo, empecé a escribir una carta, y pronto me di cuenta de que los primeros cuatro párrafos debían entrar en el dietario. Los incluí en la carta, pero también en el dietario, de la misma manera que he incluido en él cosas del diario y hasta de algunas niusléters.
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El dietario es una miscelánea. Puedo hablar en él del desodorante que acabo de comprar, o de lo que el desierto significa para mí. Puedo contar una conversación y describir el IF y hablar de lo mucho que me gustaba ir al London City antes de que lo comprara una de esas cadenas nefastas y lo convirtiera en un café caro del montón. Pero lo mejor es que me permite escribir como me apetezca. Puedo incluir un ensayo, un micro ensayo, un párrafo sobre cualquier cosa, un aforismo, un poema—no importa. (Aunque me dé la libertad de incluir poemas, todavía no he puesto ninguno.)
Para organizarlo, y para que quede claro que es una miscelánea, para que quede clara mi dispersión general, decidí poner la fecha delante de cada entrada, y que éstas vayan en orden cronológico de su escritura. Esto más que organización, creo que aporta caos—y eso es lo que quiero. Ese caos como autorretrato entre sombras.
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Para terminar, esta es la entrada del 26 de enero de este año:
Hoy me compré un desodorante. Me lo puse, y ahora me molesta el olor, fresco, floral, ligeramente femenino. En el supermercado, antes de comprar, lo había probado y no me había parecido mal. Quizá ahora me puse demasiado.
No suelo usar desodorantes ni perfumes. Son olores que me molestan. Me molesta que emanen de mí. El desodorante–que en realidad debería llamarse re-odorante–y los perfumes pertenecen a la manía de querer quedar bien con los demás. Yo no suelo padecer de esta enfermedad social, por lo cual me parece todavía más extraño e inexplicable haber caído en esta trampa del consumo al comprar un desodorante. (No sólo consumimos bienes y servicios, también consumimos personas y otros nos consumen a nosotros.)
Yo suelo oler a tabaco, a humo. ¿A qué otra cosa iba a oler con la cantidad de cigarrillos que me fumo al día? Luego, según la calor, según la pesadez del trabajo, oleré a sudor también, a sudor y a humo. Pero como evito en lo más posible consumir personas, y evito prestarme a ser consumido, me trae bastante sin cuidado.
No es nada, y es algo. Creo que es algo en el conjunto del dietario. La entrada anterior va de cómo vivimos en una guerra permanente que abarca todo lo que hacemos, todas las decisiones que tomamos en cada momento, por pequeñas que parezcan. Y es que ese es el medio ambiente, el mundo, en el que vivimos. La paz no existe. Hagamos lo que hagamos, hay que entenderlo en ese ambiente de la guerra total, global, local y personal que abarca la cultura, la economía, las relaciones sociales y personales, y claro, la política.
Es probable que ese artículo sea ligeramente más serio que el del desodorante. Calculo que el tiempo lo dirá.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, me miró raro cuando salí de mi cuarto. Ahora elige dormir en el galpón, pero me espera junto a su plato cada mañana. Le puse comida y fui a abrir el portón. En el patio había dos gatos: uno muy blanco y con un collarcito rojo, otro que no alcancé a ver bien porque se subió a un árbol y en la oscuridad al amanecer no se distinguía demasiado. ´Los perseguí para que aprendan. Cuando volví al galpón, Ifi, sentada el piso me miraba raro. No sé si porque eché a sus amigos, o si porque eché a sus enemigos.
2. Mañana, sábado 10 de febrero, a las 20 horas y en el IF, tocan Merce, Díaz y Galay. Yo daré una de mis conocidas conferencias/demostración, una especie de venta de tupperware pero vendiendo otra cosa. Vengan. Para mayor información, acá abajo encontrarán el cartel que lo explica todo.
3. Si vienen mañana, traigan dinero. Pondré a la venta algunos libros de la Sección Editorial de la BiPA. Si están suscritos a la Niusléter por Mercado Pago, pueden venir y elegir uno gratis.
4. Los poemas están en Paseante Extranjero.