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Hace un montón de años, Carmen y yo compramos un piso relativamente barato en una zona muy buena de Valencia. El precio era bueno porque estaba en ruinas. Había que instalar toda la plomería y la electricidad de nuevo, había mil arreglos que hacer. La cocina era minúscula, típica de las cocinas de buena parte del siglo XX, y derribamos un par de paredes para ampliarla. La idea original era hacer de aquel espacio un gran living-comedor-cocina-entrada de la casa, pero hubo una parte que no pudimos derribar, por ser estructural, y el lugar quedó en comedor-cocina: una gran decepción. No quiero decir que el lugar no quedara genial, pero no quedó súper genial.
Mi hermana Mireia, en cambio, logró hacer precisamente eso en su casa. Pasé dos semanas en esa casa durante mi última visita a El Paso, y aparte del dormitorio que me asignaron, fue la única parte de la casa que usé. Me levantaba a las 5 de la mañana, como hago normalmente, me hacía un café, como hago siempre, y me sentaba a la mesa de la cocina a escribir. Ese espacio me parece perfecto. Yo podría vivir en una cocina mientras tuviera una mesa, una silla, una cama (aunque fuera plegable) y al lado un baño. Ah, y un espacio para mis libros. El resto, en realidad, es superfluo.
En Betanzos viví y trabajé en una muy antigua casa de campo durante unas semanas. Nos habíamos apartado ahí los tres que estábamos escribiendo un guión para una película. Hacía un frío tremendo. Por suerte, en la gran habitación donde trabajábamos había una chimenea enorme, una lareira, de piedra, con asientos, también de piedra, en su interior, y a menudo me refugiaba ahí para calentarme. Quizá debería enmendar eso de vivir en una cocina añadiendo una lareira. Ese sería mi hogar ideal.
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Hestia es la diosa griega del hogar. Esto es parte de lo que dice Robert Graves sobre ella:
Es la diosa del Hogar y en todas las viviendas particulares y casas municipales protege a los suplicantes que acuden a ella en busca de protección. Hestia es objeto de una veneración universal, no sólo por ser la deidad más benigna, recta y caritativa de todas las olímpicas, sino también por haber inventado el arte de la construcción de casas; su fuego es tan sagrado que si se enfría un hogar, ya sea por accidente o en señal de duelo, se reavivan las llamas con la ayuda de una rueda de encender.
(Eso de las casas municipales es porque ahí se mantenía un fuego vivo central para toda la población, en caso de que a alguien se le apagara el suyo y no tuviera a mano una rueda de encender. El fuego es una de las grandes metáforas del conocimiento, no sólo de la pasión o el calor del hogar. Prometeo lo arriesgó todo para traérselo a la humanidad, quizá la primera gran transferencia de conocimiento y apertura tecnológica desde que existe el bicho humano.)
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Antiguamente, las casas se construían alrededor del hogar, que daba calor y servía para cocinar. El bicho humano, para protegerse de la intemperie, requiere un techo, calor y comida. Lo demás atiende a divisiones sociales, o a esa idea burguesa de la privacidad.
En el siglo XX se empezó a diseñar departamentos con la cocina cada vez más pequeña. Se alegaba que el bicho humano moderno, habitante de las ciudades, consumidor de comida industrial, no necesitaba ese espacio como en épocas anteriores. Y no es que se relegara a las mujeres a un espacio más pequeño, es que las mujeres tampoco cocinarían, sino que saldrían a trabajar y harían poco uso de esa parte de la casa. En casas más grandes, la cocina queda relegada a las zonas de servicio.
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La burguesía hereda o copia de la aristocracia la noción de que no se debe ver cómo funcionan las cosas. Todo debe aparecer como por arte de magia. Así se aparta la cocina al sótano, o a espacios invisibilizados, aparentemente neutralizados, sobre todo en cuanto a su sentido fundacional del hogar.
Se ve en cualquier departamento contemporáneo. La cocina relegada, las cañerías y los conductos eléctricos quedan dentro de las paredes. La idea es que el funcionamiento de la casa no se vea, que parezca que todo está perfecto y opera sin intervención humana, de manera invisible e inaudible.
Antes de comprar aquel piso con Carmen, fui a ver muchos otros. Una vez visité uno cerca de la estación de trenes, un gran piso burgués del siglo XIX, que estaba prácticamente quemado, todo negro del humo, los pisos de madera levantados, el ladrillo de las paredes visible: un desastre. La señora de la inmobiliaria me llevó a otro de los departamentos del edificio, y me lo mostró con orgullo para que viera en qué podía quedar aquel piso si lo compraba y lo arreglaba. Lo que me mostró fue un departamento típico del siglo XX, con todo invisibilizado, todo muy decoradito. Aparte de no tener el dinero necesario para una obra de la magnitud que aquel lugar requería, ver ese piso renovado fue la otra cosa que me disuadió. No quería vivir de esa manera.
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En las últimas décadas ha empezado a cambiar la mentalidad de la burguesía en torno a la cocina. Se le da un espacio central en la casa, o al menos uno importante. Pero se sigue ocultando todo lo demás, todos los conductos, todos los servicios. Sigue habiendo un pensamiento mágico, la idea de que las cosas tienen que funcionar sin que las toquemos o las veamos.
Lo mismo ocurre con la tecnología. No queremos saber cómo funcionan las cosas, ni verlo. Queremos que funcionen y ya. Más magia. Y magia es lo que todavía vende, por ejemplo, Apple, con su mentalidad tan del siglo XX. El sistema operativo es mágico, claro, pero incluso alegan que si algo en el aparato se estropea, no se puede reparar. Hay que comprar uno nuevo, restaurar el estado mágico de las cosas. Con los autos de los últimos años, con todos sus sensores, computadoras y pantallas ocurre algo similar.
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Extrañamente, por mucho que hablemos de liberación, de salvar el mundo, etc., seguimos embelesados por la magia burguesa. Hipnotizados. O mirando boquiabiertos y sorprendidos la última maravilla, el último hechizo tecnológico. Hablamos de liberación y nos presentamos voluntarios a la esclavitud, delegando nuestras libertades a empresas e instituciones, tragándonos su discurso demagógico como si fuera la verdad absoluta, religiosa, mágica.
Pero que nadie se confunda. No soy un ludita. Soy precisamente lo contrario. Quiero el progreso tecnológico, pero quiero que a la máquina se le vean las partes. Que la podamos abrir para ver cómo funciona. Que no sólo la podamos reparar, si hace falta, sino que le podamos hacer más cosas, engancharla a otras máquinas para las cuales no se había programado un enganche. En gran medida, la libertad depende de lo que podamos hacer aquí cerca, en el hogar mismo, en el tipo de hogar que construimos.
Y no estoy confundiendo la gimnasia con la magnesia, como decía mi tía Tere, la cocina con la compu, la digitalización de la información con la posibilidad de crear un espacio no sólo propio, sino social. El hogar, cuando física, literalmente, un hogar, se abre como espacio social, un espacio no sólo de intimidad sino de hospitalidad, un espacio cercano que atrae la lejanía y se apresta a otra relación con el afuera. Y ahora, o desde hace un tiempo, quieren meter sus computadoras intocables e invisibles en nuestras cocinas, nuestras casas, nuestros hogares. Nos quieren terminar de quitar, por medio de su magia, el hogar.
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Me pongo reaccionario, sí. Pero si es verdad que lo personal es político, y lo tecnológico es personal, lo tecnológico por tanto es también político. Y es por el lado de la tecnología que nuestras libertades, incluso las más íntimas, se ven amenazadas. Y aquí viene el golpe bajo: toda inclusión será ficticia, o un mero paliativo, un premio de consolación, mientras quedemos tecnológicamente excluidos.
No quiero decir que cada uno deba saber hacerlo todo: programar, cambiarle la pantalla al iphone, la bomba de combustible al auto, o arreglar el inodoro. Para eso hay especialistas. Pero si no queremos aprender a hacerlo por nuestra cuenta, debemos poder acudir al especialista de nuestra elección. Esto es lo que está en vías de ser prohibido. Debemos aceptar el realismo mágico de las empresas tecnológicas (y de los estados e instituciones que las apoyan) como si fuera el único realismo posible.
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En aquella casa que Carmen y yo arreglamos, todo quedaba a la vista o era de fácil acceso sin romper nada. Pero también queríamos que nuestra vida cotidiana quedara a la vista. Sí, los dormitorios y el baño tenían puertas, pero todos los demás espacios quedaban abiertos: la cocina-comedor, la biblioteca-oficina-living, los espacios donde trabajábamos y pasábamos buena parte del día, que también eran espacios de hospitalidad..
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Recuerdan esa película, El mago de Oz? Hay un momento en ella de máxima incorrección política: es cuando Dorothy va y mira detrás del telón y descubre que el gran mago no es más que un señor de bigotito muy parecido al médico de su pueblo en Kansas. Todo verdadero movimiento de liberación será políticamente incorrecto hasta que se convierta en la norma. Hay ahora un movimiento del que está muy mal visto hablar, al menos mal visto por las grandes multinacionales, y del cual los gobiernos no quieren saber nada… por el miedo que le tienen a las grandes empresas, o porque les pertenecen a ellas. Es el movimiento por el derecho a reparar.
Este derecho afecta a todas las personas en todo el mundo. El gran mecanismo legal con el que se coacciona a la gente a aceptar que no tienen ese derecho es el sistema de patentes. Pongo un ejemplo un poco fuera de la órbita de los que he puesto hasta ahora: En algún lugar de América Latina aparece una antropóloga para averiguar los usos y costumbres de un pueblo originario. Ve que utilizan tal planta de tal manera para curar tal enfermedad. Corre con esa información a una gran empresa farmacéutica que la patenta. Ahora lo que era un conocimiento popular es privado. Ha pasado, mágicamente, con un movimiento burocrático, a pertenecer a un grupo que lo defenderá como propio por cualquier medio. De esto son cómplices los estados y las universidades, sean públicas o privadas.
Cuando la empresa que fabrica tu teléfono te dice que no se puede reparar, está haciendo una operación similar. Aunque no tengas la habilidad para arreglar un celular, te está robando, con penas económicas y hasta de cárcel, la posibilidad de adquirirlo, te está robando el conocimiento.
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Hestia, la diosa Griega del hogar, resistió los intentos de dioses y Titanes de echarle un polvo. Juró permanecer siempre virgen. Nunca participó en guerras o disputas. Siempre se mantuvo neutral. Es esta neutralidad lo que me lleva a asociarla con el derecho a la reparación. Un derecho contra la obligación de casarse con tal o cual empresa o manera de hacer las cosas.
Es mi diosa favorita, junto a Hermes/Mercurio, el mensajero e inventor de la escritura. La escritura suplanta la voz de la máxima autoridad, del dios sol, y hace el conocimiento accesible a quien aprenda a leer. Gracias a este invento, no necesitamos la autorización de Zeus/Júpiter/Ra para acceder al conocimiento, o para producirlo. Si recuerdan, el gran pecado de Adán y Eva fue comer el fruto del Árbol del Conocimiento. Podemos hablar del Patriarcado todo lo que queramos, pero no sin reconocer que el verdadero patriarca es el dueño del conocimiento, sea Apple o Samsung, Ford o Toyota, las grandes farmacéuticas, las empresas que patentan semillas e insecticidas. Y junto a esas empresas, están las instituciones que las habilitan: las burocracias estatales, las universidades y muchas organizaciones civiles.
Sin ese derecho a reparar, sin el derecho al conocimiento y los saberes, nos quedaremos a la intemperie, sin hogar. Nos quedaremos en la calle, o en la esclavitud, siempre mendigando permiso al Gran Padre, siempre pidiéndole migajas, o un empleo, para no morirnos de hambre física o espiritualmente. Y el verdadero, profundo, poder quedará en sus manos. Como casi siempre.
RECOMENDACIÓN MUSICAL DE LA SEMANA
Esta semana estuve escuchando música del siglo XVII. Y lo que más escuché, o escuché más veces fue el Magnificat de Claudio Monteverdi. Tiene momentos que no me atraen, pero luego tiene otros que son sublimes.
ENCUESTA
Quiero hacer una pequeña encuesta. Va en dos partes. La primera es que me gustaría que me dijeran tres libros que para ustedes hayan resultado fundamentales, tres libros clave en su experiencia del mundo, la vida, esas cosas. (Puede que se les ocurran más libros, pero creo que tres es un número bonito, así que limitémoslo a eso). La segunda es que me digan que están leyendo ahora.
Respondo yo a la encuesta:
Primera:
3 libros que para mí han sido fundamentales (sin orden de preferencia o fundamentalidad) (evidentemente hay más, pero sólo vale poner tres) (y está claro que es una lista que probablemente cambie con el tiempo, según la vida de cada quien):
Miguel de Cervantes, El Quijote
Deleuze y Guattari, Mil mesetas
Susan Howe, The Quarry (una antología de sus ensayos poéticos)
Y ya que estoy, arriesgo tres poetas que para mí han sido fundamentales:
Garcilaso de la Vega
Fernando Pessoa
Baudelaire
Segunda: lo que estoy leyendo ahora:
Tolstoi, Guerra y paz
Edward Wilson-Lee, The Catalogue of Shipwrecked Books (un libro sobre Hernando Colón, hijo de Cristóbal, que reunió la biblioteca más grande de su tiempo, inventó un sistema de catalogación completamente nuevo para la época, y fue el primero en poner sus libros de pie sobre anaqueles recargados contra la pared (hasta entonces los libros se guardaban acostados en baules o sobre mesas), la suya fue la primera biblioteca moderna de Occidente; además coleccionó partituras, grabados, y hojas volanderas, que se vendían o repartían sueltas, y folletos, lo que luego se llamó literatura de cordel, los antecesores del fanzine de ahora).
C.P. Cavafis, tres traducciones distintas, ya que no sé griego, y así puedo acercarme a algunas de sus operaciones lingüísticas. (Al parecer, en sus poemas mezclaba griego antiguo, griego moderno común y una versión de la lengua, inventada en el siglo XIX, que era griego moderno pero culto, un griego para la élite, la literatura seria, la ley y la burocracia.)
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, cazó una libélula. Estaba yo escribiendo, bien guardadito del frío y la lluvia en mi cueva, cuando la oí maullar. Salí a ver qué pasaba y ¿me mostró? (¿es así como debo entenderlo?) la libélula. Estuvo jugando con ella un rato, y la acompañé hasta que se la comió. ¡Una buena dosis de proteína para Ifi!
2. La vez pasada me olvidé de poner el enlace al poema nuevo. Es éste: Construcción del día.
3. Y hay otro, aunque no estoy tan seguro de que haya que categorizarlo como poema. Pero ya que llevamos unas semanas hablando de cocina: Merienda.
4. Estoy preparando una de mis conferencias (pagüerpoints) sobre este tema del derecho a reparar. Empieza con una guerra en África, años 80, más o menos olvidada, y por ahora, termina en la movida actual de la vacuna pandémica. Quien haya venido a alguna de las Sesiones del IF sabe qué onda con estas conferencias. Debería juntar 3 ó 4 y presentarlas en un teatro. Tengo esa idea de convertirlas en un objeto artístico, y para ello, hace falta ese roce con el público. Algo así como el stand up, o la narración oral, pero de otra manera, con otros materiales, formatos, técnicas.