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“Todo aquello con lo que se entra en contacto debe ser integrado,” dice Walter Benjamin en su ensayo sobre el surrealismo. Y más tarde, en el Libro de los pasajes: “Todo aquello que se está pensando tiene que ser incorporado al instante a cualquier precio al trabajo que se está haciendo.”
A menudo, cuando me siento a escribir estas niusléters, no tengo idea de por dónde empezar. Ni siquiera sé muy bien lo que estoy pensando. Es cuestión de empezar a escribir y ver por dónde me lleva esa combinación de memoria, consciencia, cuerpo y máquina. Después siempre puedo sacar o limpiar las partes que no vengan al caso.
Desde el principio, una de las particularidades de este proyecto ha sido la promesa que me hice a mí mismo de escribir de memoria. Quería saber qué me había marcado tras tantos años de lecturas, de viajes, de experiencias, de vida.
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Una de las primeras reglas, que ya rompí al empezar este texto, fue la de evitar las citas, o no hacer gala de ningún tipo de erudición. Principalmente porque no soy un erudito. No hay que escudarse en las autoridades, sino decir las cosas uno mismo. La cita puede aparecer como un ayuda memoria, o como chispa que ponga el texto en marcha, pero después lo que uno ha de hacer, bajo este sistema, o esta promesa, es escribir desde lo que uno sabe y siente.
Es posible y es natural que se le acuse a uno de plagio, o peor aún, de auto plagio–en mi caso, no son tantas las cosas que me quedan por decir, y las pocas que tengo, lo más probable es que otros las hayan dicho mejor. O las digan mejor en el futuro. No hay que prestar demasiada atención a la precedencia cronológica. Cada época tiene que decir a su manera lo que le importa y le interesa, aunque se haya dicho antes.
La inteligencia artificial, que se basa en la memoria almacenada en servidores electrónicos, derrotará sin duda esta manera de escribir. Sólo sobrevivirán ciertas singularidades, los escritores que tengan algo distinto que aportar antes de que sea incorporado a la memoria artificial general. No me cuento entre ellos, pero mientras tanto, voy haciendo.
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Lo que descubrí hace treinta años es que había que vaciarse al escribir. No guardarse nada para luego, no especular. Lo descubrí escribiendo poemas. En ellos había que dejarlo todo, había que escribir como si aquel fuera el único y el último poema que uno iba a hacer.
La otra opción es siempre estar escribiendo: poemas, teatro, narrativa, ensayos, listas de la compra, cartas, notas en el cuaderno. Y en esa escritura incluir todo lo que le pasa a uno por la cabeza, todo lo que uno se encuentra por la calle o en las conversaciones–en las potentes y en las banales. Hay que incluir el precio de los tomates y las objeciones a los autos eléctricos; algo que dijo un político (si uno presta atención a esas cosas) y el chicle que se le pegó a la suela del zapatos a dos cuadras de casa; fragmentos de conversación oídos en el colectivo y un verso de Jaime Gil de Biedma; el color de los guantes de trabajo y el color y el olor del membrillo; la textura del papel sobre el que uno escribe y lo resbalosa que resulta la escritura en pantalla. Todo tiene que entrar en algún momento. Todo entrará. La clave está en no parar. Hay que vaciarse hasta quedar sin ideas.
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El secreto de la burguesía ha sido siempre el de saber aparentar tener más de lo que se tiene, o ser más de lo que se es. “¡Usted no sabe quién soy yo!” Escribir de memoria exige aparentar lo menos posible, ya que lo que queda en evidencia es siempre la propia ignorancia, la propia incompletitud. A mí me sirve para enterarme de todo lo que he olvidado y todo lo que llegué a saber a medias, sin prestar demasiada atención.
El otro día, hablando por teléfono con FSR, me dijo que intenta escribir con lo que le ha quedado en el cuerpo. Deleuze pone esa misma idea en algún lado. Hoy decimos cuerpo, en lugar de mente, o imaginación. Es algo así como la espuma de la cerveza, un sobrante o un derramamiento de los conocimientos adquiridos en las últimas décadas en cuanto al cerebro y la forma en que la química del cuerpo lo afecta. Lo que queda de Spinoza en la imaginación popular de la élite es la famosa pregunta, “¿Qué puede un cuerpo?” En la respuesta se ha querido incluir toda la actividad humana, corporal, social, individual, emocional e intelectual e incluso la religiosa. Es el nuevo materialismo.
Y no me parece mal. El cuerpo ha tomado el carácter de una metáfora para todo. El cuerpo como metáfora del mundo, como antes lo fue el libro. Lo raro, es que esta metáfora termina dando la razón a aquellos que se han afanado en destruir los cuerpos cuando querían destruir las ideas, o las emociones. Si la metáfora de la metáfora es que la metáfora es un arma, ¿cuántos filos tiene?
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La memoria es selectiva, lo sabemos porque se han hecho miles de experimentos al respecto. Pero esa idea sólo es interesante en una comisaría, o en un juzgado. Para el artista o el poeta, la idea tiene el máximo potencial. Si la memoria es selectiva y hasta azarosa, cada día es un día nuevo, cada día se abre a nuevas posibilidades en el trabajo de la escritura.
Y es verdad que unos días me acuerdo de unas cosas y otros de otras. También me acuerdo de ellas de maneras distintas. La causa del recuerdo puede ser diferente, o la razón por la que recuerdo aquello puede serlo. A lo mejor le estoy contando algo a alguien y lo cuento de cierta manera para que tenga cierto efecto, o para demostrar algo. Eso lo hago todo el tiempo en estas hojas parroquiales.
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Internet se ha convertido en nuestra memoria artificial. Cada vez dependemos más de ella. No hace falta que me acuerde del título de un libro, si lo puedo buscar al instante en el teléfono. En internet está prácticamente todo lo que sabemos como cultura, como grupo humano. Están todos los estilos literarios y todas las ideas. Esto es lo que la llamada inteligencia artificial explota. El suyo es un trabajo primero de minería instantánea, y luego de depuración y fundición, para llegar a un metal aparentemente nuevo.
Ese es el trabajo de la imaginación humana, y ahora se dice que no es más que eso, que todo lo que hemos hecho, pensado y sentido se puede fundir artificialmente. El miedo que esto produce viene de un mantra social de las últimas décadas: el individuo no existe, o es pernicioso, y la singularidad es una ficción. Y es verdad, si ninguno de nosotros es en el fondo distinto, ¿qué más da si el poema lo escribe una máquina? Es posible que la inteligencia artificial nos lleve a revivir el singularismo, por llamar de alguna manera el individualismo del futuro.
Porque si empezamos a pensar y a decir que no todas las combinaciones de memoria y experiencia, no todo lo que puede un cuerpo, está en las máquinas, ¿no se vuelve obsoleta instantáneamente la inteligencia artificial? Al menos esa que apunta a absorber los trabajos creativos. Bienvenidos a la nueva carrera armamentística ideológico-religiosa.
(Nota para las personas que buscan empleo: si todo es nuevo, o ya está hecho y al alcance del teléfono, ¿qué valor tiene la experiencia?) (Se busca lavaplatos con experiencia.)
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Parte de mi sistema mnemotécnico es mi cuaderno de bolsillo. Ahí anoto las ideas, versos sueltos y anécdotas que me vienen a la cabeza. También cosas que veo por la calle y citas de lo que leo. A diferencia de la memoria electrónica, lo que escribo en esta memoria artificial analógica se queda conmigo durante más tiempo. El otro día, perdí durante más de una hora, el cuadernito donde había anotado las ideas para este artículo. No es que no pudiera escribirlo sin esos apuntes, es que me daba más pereza ponerme a recordar todos los puntos.
Hay una relación rara, que no está bien explorada, entre la mano que escribe y el cerebro. Al parecer, si escribimos a mano recordamos mejor las cosas, y si lo hacemos en cursiva, todavía más. En otra época, intenté tomar mis notas en el teléfono, y resultó que las perdía, o no encontraba la manera de organizarlas para llegar a ellas cuando las necesitaba. Esto con la libreta no me pasa, ya que me queda la memoria visual de la página donde anoté la idea.
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Me escribió una amiga no hace mucho, y me contó de algo que llaman oncomemoria, lo que le pasa a personas que han tenido cáncer y han atravesado no sé si quimio o radioterapia. Al parecer, siempre se tienen que estar recordando lo que estaban diciendo. No lo entiendo muy bien, pero me parece una acentuación de algo normal. ¿Cuántas veces no nos vamos por la tangente y perdemos el hilo de lo que le estábamos contando a alguien? A mí me pasa cada vez más; será la edad. Antes sí que me preciaba de poder tomar cualquier tangente, emprender digresiones
sucesivas, y volver al tema como si nada pero con mucha más información.
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Escribir de memoria sirve para enterarse de lo que uno sabe, y hasta de lo que uno piensa. Al tener que organizar esa nebulosa de ideas, consignas, sentimientos y sensaciones que uno lleva en la cabeza, y organizarla de forma lineal en la escritura, uno empieza a saber qué es lo importante y qué es mera basura sináptica.
Los exámenes en la escuela intentan obligarnos a organizar el conocimiento de esta manera, pero hecha la regla, hecha la trampa. Uno se llena la memoria a corto plazo de informaciones e ideas, va y vacía el contenido de esa bolsa en la mesa de exámenes, y luego sale tan contento y aliviado y más ligero, y mira el reloj y ve que es hora de ir a tomar algo.
Pero si uno se obliga a escribir con regularidad, y se propone que esa escritura ha de ser de lo que uno sabe y recuerda en un momento dado, es otro el bicho que canta al amanecer. De repente, la exigencia es otra. Ya no es la memoria a corto plazo, sino la propia identidad la que se pone en juego. Si uno es lo que sabe y lo que sabe hacer, lo que dice y lo que hace, y se auto impone la tarea de expresarlo por escrito, ¿qué mejor forma de mostrar al mundo la propia singularidad?
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Ahora bien, esto no quiere decir que uno pueda parar de leer o de investigar, de ensayar o de aprender nuevas técnicas, de incorporar nuevas ideas en lo que uno hace. No me cabe duda de que mucho de lo que uno pueda escribir de memoria viene con fecha de caducidad, y es que siempre hay que estar actualizando lo que cabe en esa memoria, lo que puede el cuerpo que la contiene.
Y a lo mejor lo nuevo no contradice lo ya escrito, sino que lo amplía. El otro día, leyendo el capítulo 7 de la Mímesis de Auerbach, me topé con los orígenes literarios–morales y estilísticos–de algo que había encontrado en la pintura y dio pie para mi conferencia/demostración “Giotto, el primer pintor peronista”. Lejos de derrotar mi idea, la (para mí) nueva información la amplía y la profundiza. Ahora tengo que encontrar la manera de incorporar todo ese nuevo y sesudo material a la ligereza alegre de mi conferencia. No es difícil. Sólo tengo que aprendérmelo bien, pasarlo por el tamiz de mi experiencia y de mi voz. Es así, creo, como lo puedo hacer nuevo–e interesante para los demás.
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La memoria es la tradición personal. Tiene elementos fijos y elementos móviles, partes feas y partes bonitas, partes verdaderamente detestables y otras que sorprenden por su belleza. Pero esa tradición permanece oculta en el inconsciente, y sólo sale a la superficie con los actos. (En el teatro, el habla es un acto.) Y el acto de escribir, o la práctica de cualquier arte o saber, tienen la función de poner esta tradición, a la que uno pertenece, en el mundo y a la vista de otros.
Nótese que dije “tradición a la que uno pertenece” en referencia a la tradición personal que es la propia memoria. Y es que mi memoria no es mía, sino al revés, yo soy suyo. En otras palabras, yo pertenezco a mi cuerpo, y no al revés. Y aparte de lo que haya ido dejando escrito, cuando mi cuerpo desaparezca, yo también quedaré borrado. ¿Hablábamos de materialismo?
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, pasó furtivamente y con la cola baja por detrás de mí. La vi de reojo, me giré y la seguí con la mirada hasta que salió al patio. Ahí se detuvo como si hubiera recién salido de la cárcel y quisiera absorber la vitamina D que viene con la luz del sol y respirar aire limpio. Por supuesto, supe de inmediato lo que había hecho. Venía del fondo del galpón. Había cagado donde no debe. Minutos más tarde, mientras yo trabajaba en la BiPA, vino a echarse cerca, en el piso, con todo el cuerpo extendido. Es una chica elegante.
2. El campamento de verano del IF es un espacio y un tiempo para venir a compartir ideas, a comentarlas, charlarlas, mostrarlas. Es, más que nada, aunque también otras cosas, un espacio de conversación. Para ampliar esa conversación, ponemos nuestros recursos encima de la mesa. El caso es que ustedes propongan, y luego hagan uso de esos recursos, sean intelectuales o físicos. Escríbanme y/o vengan. Aquí estamos.
3. El enlace para las donaciones y las suscripciones que mantienen en pie la Niusléter es éste. Hagan uso de él como mejor les parezca, igual que pueden usar la Niusléter como más les convenga.
4. En febrero repetiré mi famoso powerpoint “Giotto, el primer pintor peronista”. Creo que viene al caso, dados los tiempos que corren. Pero también es que tengo más información y quiero incorporarla. Será un powerpoint más complejo como historia cultural, como historia de una de las corrientes éticas y estéticas más importantes de Occidente. Avisaré fechas.