Es muy probable que los artistas de élite más importantes de las últimas décadas sean cocineros, y que los artistas populares más importantes (en los países con la tradición) sean los cómicos de stand-up. En ambos casos, estamos hablando de artistas de vanguardia, experimentales, cuya misión es romper expectativas, derribar muros ideológicos, huir de la normalidad y lo normativo (de lo que se estima correcto y por tanto obligatorio—véase cualquier corrección política, académica o artística), y en su fuga crear nuevas vías de aproximación a la realidad, al mundo, a la vida, pero sin olvidarse de la técnica, la tradición, lo que aquello denominado normal todavía tiene de valor. La misión del revolucionario es cerrar una puerta para abrir otra, la misión del artista es abrir puertas, todas las que pueda (en el presente, al futuro y también al pasado), y mantenerlas abiertas.
En esto soy muy tradicional, y hasta intransigente. Si ud. se precia de haber cerrado una puerta, la más mínima, yo le abriré la mía, y nada más entrar le mostraré el instructivo que le permitirá tomar ese pequeño, íntimo fascismo, visible o secreto, consciente o inconsciente, y metérselo por el culo. Parece violento, pero no lo es—es perfectamente amoroso, y mi puerta siempre, siempre estará abierta.
Nótese que tanto cocineros como comediantes han de pasar por un largo, arduo período de formación y entrenamiento antes de que los podamos considerar artistas, algo así como entre 10 y 20 años. Y más importante, antes de que ellos se puedan considerar artistas. Mucho trabajo, mucho sufrimiento, mucha intensidad, con alguna que otra alegría de por medio.
Este tipo de artista extremo en medios increíblemente exigentes y competitivos, no admite amateurismos, ni dedicación parcial. Requiere demasiado tiempo, demasiada energía, demasiada atención. Al entrar, uno ha de saber que se juega la vida, que lo arriesga todo. Aunque si fracasa, es muy probable que aún pueda encontrar trabajo dentro del medio: podrá subsistir y hasta vivir bien, pero no se podrá considerar artista. Y eso también está bien. Estas personas también aportan, o pueden hacerlo.
Ese mito berreta propagado por gente como Joseph Beuys de que cualquiera, todos, ya somos o podemos ser artistas es mentira. Y no ayuda a nadie. Sí, la especie hace estas cosas que llamamos arte, pero no todos los miembros de la especie pueden hacerlas. Yo mismo sé algo sobre autos, y la especie produce y repara autos, pero eso no me hace mecánico. Hay humanos que lo son, pero aunque yo sea humano (o lo era la última vez que me miré al espejo), no significa que yo también deba o pueda poner un taller de embragues. Y así con cualquier oficio, profesión o medio artístico.
Formación, entrenamiento, mucha práctica, años, mucha experiencia, y luego con todo eso, una imaginación en fuga, que abra puertas. Quizá también un poquito de suerte. Eso es lo que se necesita. La clave final es la diferencia, no la igualdad: qué puede aportar uno de diferente, en qué sentido (útil) es uno diferente, y en qué sentido hace uno alguna diferencia. Y la diferencia siempre, ¡siempre!, conlleva riesgo, peligro, no sólo para el artista o para el público, sino también en la vida diaria, en la calle. Perder el gusto por el riesgo es perder el gusto por la diferencia, conduce a vivir bajo el régimen de una igualdad ficticia y esterilizante.
A mi modesto entender, hay dos tipos de cocina de vanguardia. Uno va encaminado al espectáculo, al momento, a un virtuosismo a menudo (pero no siempre) estéril; el otro prefiere resaltar los ingredientes en busca de una consciencia en cuanto a qué alimentos producimos y cómo. Esta segunda es la especie de cocina de vanguardia que me interesa, me parece más potente y cargada de futuro sin saltarse el presente ni olvidarse del pasado. Es una cocina ligada a la tradición, a continuarla, ampliarla y renovarla. Esa era la idea de la nouvelle cuisine a principios de los 1970, y es una idea que sigue activa y llena de potencial. La cocina espectáculo busca, evidentemente, ampliar la experiencia de sus comensales, pero sospecho que se queda ahí, en el ámbito privado, psicoestético. Una va hacia afuera, cocina de conexiones, de apertura al mundo, la otra opera hacia adentro, cocina de los sentimientos, del ego, y que tiende a la masturbación.
La formación francesa del personal de cocina enseña a respetar y amar los ingredientes y todo lo que su producción conlleva, los procesos y las técnicas, la lealtad a la tierra y al clima. Es esto lo que la hace exportable a otras culturas. Es cuestión de rigor técnico y respeto por el lugar y sus tradiciones. No tiene sentido hacer cocina francesa en Argentina, pero es muy probable que por medio de sus técnicas y su ética se pueda llegar a hacer cocina argentina—algo que por muchas razones que no tengo aquí espacio para explicar, no existe.
En América necesitamos aplicar ese rigor francés a nuestro entendimiento del territorio en el que cada quien viva, a qué se produce ahí, qué crece ahí y cómo se produce. ¿Cómo sería una cocina pampeana, por ejemplo, más allá del acto troglodita de echar un cacho de carne al fuego? No tiene sentido cocinar a la francesa fuera de Francia, pero sí que lo tiene aplicar las lecciones de esa cocina a otros lugares, si eso nos permite aprender a vivir mejor en ellos, de cerca, in situ, y nos permite ver y aprovechar las posibilidades del lugar, a menudo invisibilizadas y hasta eliminadas por la imposición de ingredientes que no se producen ahí o que se producen artificialmente, de manera dañina, esterilizante del territorio. Si algo requiere pesticidas, hormonas o manipulaciones genéticas de laboratorio, es que estamos equivocados. La cocina de vanguardia que me interesa es la que no destruye la cocina tradicional, ligada a la tierra, sino que se nutre de ella y la amplía, le abre puertas.
(Me meto en el medio: yo, como poeta, siento que no puedo ni debo vivir fuera del ámbito de habla hispana. Necesito ese contacto diario, íntimo con el idioma. La lengua española, en todas sus variedades, con todos sus acentos y sus distintos vocabularios, es el ingrediente principal de todo lo que hago. No me puedo alejar.)
Me pasa con el resto de las artes lo mismo que con la cocina. Tengo poca paciencia con el mero espectáculo, la manipulación de sentimientos, el chantaje afectivo y el hacer algo simplemente porque se puede. (Un ejemplo de otro lado: llegamos a la pandemia actual, se va viendo, simplemente porque se podía manipular un virus en un laboratorio—eso es pensar hacia adentro, mientras que pensar hacia afuera toma en cuenta no sólo las consecuencias, sino las interconexiones entre el laboratorio, el resto de la sociedad y el resto del mundo, un tipo de pensamiento mejor encausado a la complejidad, un pensamiento, si ustedes quieren, en red, en términos de redes interconectadas e interdependientes.)
Todo arte, como no dejan de repetirnos la gente a la que le interesa la política, es político, pero no todo arte debe ser propagandístico. La propaganda suele defender una sola idea, y su misión es propagarla como verdad única, sin complejidad, sin matices, sin apertura a otras verdades, incluso negándolas a priori. Utiliza las redes para cerrar puertas, para romper conexiones o para prohibir conexiones no autorizadas, sea entre ideas, tecnologías, personas o grupos, y conexiones con la vasta red no sólo del conocimiento, sino del mundo. Busca la revolución en lugar de la conexión. El discurso político por “el cambio” es un discurso revolucionario débil y barato, venga de donde venga. Lo que no encuentro, al menos por los lugares que he alcanzado a recorrer, es un discurso político por las conexiones, un discurso hacia el afuera, de apertura de puertas. Uno que no sea alarmista, y en su alarma, su miedo, termine pidiendo la revolución, tornándose chantajista y coercitivo, cerrando puertas.
Al principio hablaba de los cómicos. Los que interesan son los que encuentran conexiones inesperadas. Es la sorpresa de esas conexiones lo que produce el efecto involuntario de la risa. Ahora bien, la tradición del stand-up, como su nombre indica, es poco nuestra. No estoy en contra de aceptarla—como si fuera una cocina francesa del lenguaje—siempre y cuando el medio y sus técnicas nos permitan explorar cómo vivimos aquí. Siempre y cuando amplíe las posibilidades del lenguaje de aquí, y de las conexiones que puede establecer.
En los países de habla hispana (y en otros) tenemos la gran y larga tradición de la narración oral (y también de la poesía cantada). Son tradiciones de culturas en las que se promovió la desconfianza o el miedo hacia la palabra escrita, y ésta quedó como ámbito exclusivo de ciertas élites. El catolicismo tuvo mucho que ver, claro. La narración oral como medio y como técnica me interesa más cuando escapa de la palabra escrita. Tiene los recursos para ello: el gesto, la expresión facial y corporal, el uso de la voz. Permite complejidades distintas a las de la escritura. Ambas son lenguaje, pero de manera distinta, se conectan entre sí y a la vez a redes distintas.
La narración oral, que forma parte de la familia de la conversación, permite a través del intercambio de historias, conectar con otras personas, otros grupos y otras culturas de manera casi táctil. Es un arte de cercanía, abierto al abrazo. En este campo todavía hace falta muchísimo trabajo, tanto técnico como de investigación en la narrativa oral de otros grupos dentro del territorio y de otras generaciones. Este trabajo no puede quedar en manos de la facultad de ciencias sociales de la universidad de turno. Hace falta conversación, más que análisis o descripción—una da vida, la otra tiende a lo forense. Con esto, como con la cocina, necesitamos recorrer los territorios y escuchar, y también contar y cocinar nosotros mismos para las personas a quienes queremos escuchar o cuya cocina queremos probar.
Otra cuestión que me parece que vale tener en cuenta es que la formación francesa aporta rigor desde la práctica, no desde la teoría. Y es este rigor práctico lo que permite acercarse a otras culturas, a otras geografías, a otros climas y otros ingredientes con la seriedad y el respeto que se merecen. La teoría puede surgir a partir de la práctica, según los hallazgos de la práctica, pero si sucede al revés, nos encontraremos cerrando puertas, eliminando todo lo que no encaje en la teoría. Cancelándolo, como gusta decir últimamente. (Por si no se han dado cuenta, leyendo estas niusléters, la cancelación me parece de lo más cobarde y rastrero que hay.)
Los sistemas religiosos importan una teoría que se impone a la realidad. Así, las prácticas están obligadas a cambiar según la teoría, en lugar de adaptarse a la realidad en la que se desarrollan, al territorio, al clima, a la cultura. Yo propongo, y por supuesto que no es nada original, partir siempre de la práctica, y desde ahí, elaborar las teorías que hagan falta, siempre y cuando no dejemos que se fosilicen o impidan nuevas teorías basadas en los cambios que la práctica genere. Esto debería de ser el método científico, pero incluso la ciencia se basa religiosamente en leyes y teorías más que en la práctica. Lo que Deleuze y Guattari llaman ciencia anexacta, es precisamente una ciencia que parte de la práctica, no de la teoría, la de la ciencia exacta.
Hoy la ciencia como religión está siendo atacada por otra religión, esa que llaman “corrección política” y que tampoco admite discusión de su teoría, a la vez que exige que toda práctica se adapte a ella o desaparezca. Por ejemplo, hay que preguntarse si la “inclusión” es una práctica o una teoría. Si se impone a la fuerza por medio de leyes, burocracias y policías, o si se genera por medio de la apertura de puertas en la práctica diaria, a corto y largo plazo. Y sí, puede que la inclusión lleve más tiempo así, pero será más real, más inclusiva, más amorosa, creando nuevos lazos sociales, y engendrando a su vez nuevas prácticas. El arte, si no nos atontamos, puede mostrarle ese camino a la ciencia y a la vida diaria. Puede abrirles esa puerta.
Una nota breve acerca de la diferencia entre decir “redes interconectadas” o “redes interdependientes”, dos formas teóricas de acercarse a un fenómeno real. La primera gusta más a la derecha, y la segunda más a la izquierda. Conexión no tiene por qué significar dependencia, pero dependencia siempre implica conexión. Hasta no hace mucho sólo se hablaba de conexión, y luego se empezó a hablar de dependencia para enfatizar la, digamos, enredaderización de las redes. Pero esto a su vez trae problemas. Intentaré un ejemplo. Una pareja está conformada por dos nodos de diversas redes interconectadas que no tienen por qué ser interdependientes. Al juntarse la pareja crea una nueva red de conexiones y dependencias: familiares, sociales, económicas y culturales. Si mantenemos a rajatabla que las redes sólo son interdependientes, no podemos sostener que esa pareja pueda divorciarse. Si no tiene hijos, es muy probable que las redes en las que cada individuo existe, las inmediatas, sigan interconectadas pero no sean ya interdependientes. En términos de redes todo parece complicado, pero sólo es complejo. Por eso prefiero hablar de interconexión e interdependencia, cosa que marca una diferencia que en realidad no es excluyente.
Otra nota breve. En el siglo XVI los ingleses y los franceses tuvieron grandes criptógrafos. Las comunicaciones importantes, fueran de comerciantes o de reyes y comandantes militares se encriptaban. Ingleses y franceses desarrollaron varios métodos para descifrar esas comunicaciones. Felipe II, rey de España, emperador de América, estaba frustrado porque sus comunicaciones, interceptadas, siempre eran descifradas. Apeló al Papa alegando que no era justo. Incluso llegó a decir que la desencriptación era obra de brujería. Felipe II era un teórico, mientras que ingleses y franceses estaban más por la práctica.
RECOMENDACIÓN MUSICAL DE LA SEMANA
Esta vez toca una pieza de Antoine Boësset (1586–1643), de la época en la que la cocina francesa se empezó a inventar o formar: Nos esprits libres et contents.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, ya no viene a mi cueva. Parece que está enojada conmigo. O quiere que la deje en paz. Sin embargo, cuando voy a ella, o paso por delante suyo, siempre me saluda con un maullido muy particular. Y si la acaricio, suelta otro muy similar a cuando le doy la comida que le gusta. De comer siempre le doy las piedritas esas obligatorias. Luego, a la hora en que yo almuerzo y la hora en que ceno, le pongo a ella su comida especial. Tenemos horarios interdependientes. Últimamente se rebeló contra la comida especial. Ya se cansó de ella, o dejó de gustarle, de ser especial. Así que abrí una lata de atún y cuando se la mostré corrió a su plato, gritando de lo que interpreté como emoción y alegría. Y yo corrí detrás de ella, con la lata en la mano, también emocionado y alegre.
2. No es fácil sostener la escritura de un artículo semanal, como es el caso de esta niusléter. No sólo porque hay que estar sacando ideas de debajo de las piedras, sino por el tiempo que lleva, la atención que exige. Pienso que a lo mejor me pueden ayudar. En las próximas semanas estaré armando un sistema de suscripciones/donaciones de dinero. El sistema será totalmente voluntario, y la Niusléter de la BiPA les seguirá llegando como siempre. Si ven que pueden echarme esa mano, lo agradeceré un montón. Si no pueden, o no quieren, también está bien.
3. Esta mañana, me tomé dos tazas grandes de café mientras pasaba en limpio la niusléter. Luego me empezaron a temblar las manos, muy incómodo si uno está escribiendo, a mano o con algún tipo de teclado. Pero quería más café. Luego me di cuenta de que no era café lo que quería sino algo caliente. Así que me puse la misma taza pero sólo con agua.
4. Quiero dar las gracias a la gente de la UNSAM que pasó por el IF esta semana. Unas cuantas de estas personas se suscribieron a la Niusléter: ¡Bienvenidas! Y también creo que vale la pena decir que algunos elementos de esta niusléter surgieron a partir de conversaciones con algunas de estas personas. Esto también lo agradezco. (Luego se dieron un par de conversaciones con Leo Zambon que me sirvieron para aclararme estas ideas y algunas más. Leo a veces me deja hablar demasiado. Pero luego, cuando me callo y habla él, no hago otra cosa que aprender. Gracias, bro.)