1
No voy más al teatro. Es como una de esas antiguas amantes que uno sigue queriendo y no quiere volver a ver. Demasiado doloroso el recuerdo del placer, de los momentos, de los encuentros, demasiado doloroso ver cómo ha pasado el tiempo. Y no voy al teatro porque veo todos los defectos, los errores, sobre todo los de dirección, de composición de la escena, de detalle en la creación de los personajes, como cuando uno recuerda por qué terminó aquel amor. Prefiero la soledad, prefiero levantarme temprano y ponerme a escribir. Como ahora.
Sin embargo, me queda una última ambición teatral: la de dirigir Días felices, de Beckett, con una de esas actrices señoronas famosas en el papel de Winnie. Tiene que ser una de esas actrices porque sólo ellas pueden decir lo que dice Winnie de manera creíble, de manera que las palabras se inyecten en el flujo sanguíneo del público. Por Winnie y por esa actriz volvería a mi antigua amante una vez más y me tragaría todo el dolor del tiempo pasado, del tiempo perdido, y la consciencia de que por mucho que uno ame volver atrás es imposible.
MIentras, escribo. Cuando me senté a escribir esta niusléter, lo que tenía delante eran las notas, unos cuantos versos que apuntan más o menos a lo que dije aquí arriba, a ese paso del tiempo, a ese amor que no volverá. Escribiré el poema, pero por lo que veo, las niusléters llegan a más gente y hacen más daño. Tenemos ese vicio de la prosa en esta sociedad prosaica que somos.
2
El otro día, caminando por Once, atento más que nada a los volantes de prostitución, encontré una carta de amor tirada en la vereda. Tirada, perdida, olvidada, no lo sabremos nunca. Es una carta triste, de una mujer llamada Celi a un amante al que no puede volver. Claramente, ambos conocen las razones porque no se explican en la carta. No sabremos nunca, tampoco, si el amante recibió la carta y si la leyó.
Parece ser que eran amigos y luego se liaron, y ella se enamoró. Pero hay un obstáculo, algo que evita que ese amor pueda crecer. O llegar a estabilizarse en una vida cotidiana, rutinaria, más vieja que el pan duro, pero igual de necesaria si uno quiere hacer una sopa de supervivencia en invierno (ajo picado y aceite a la sartén, y ahí se fríe el pan, que luego se echa en caldo de pollo o de verduras, lo que haya; en México podría ser una sopa de tortilla; supongo que cada país tendrá su versión).
En la carta, Celi dice que se recuperará, como siempre ha hecho, pero que con cada día que pasa el dolor es más fuerte. Al principio dice que escribe la carta porque de esa manera puede expresar mejor lo que siente. Le creo, la escritura obliga a poner los sentimientos en palabras, a exteriorizarlos, ya que el lenguaje es exterior a nosostros, y la escritura deja su rastro, no desaparece instantáneamente en algún interior. Si uno intenta decirle lo mismo a su amante, incluso por teléfono, intervendrán los cuerpos, las voces, las lágrimas. La voz es demasiado inmediata, demasiado rápida, no da tiempo a linealizar en palabras lo que uno quiere decir, no da tiempo a sentir con el intelecto y a pensar con los sentimientos, como dice Pessoa.
3
Cuando recogí la carta, 24 horas antes de leerla, pensé que entraría directamente en El libro de la buena y/o mala letra de los demás encontrada en la calle, donde entran papeles de todas clases mientras estén escritos a mano. Pero me dio por leerla y vi que ameritaba su propio libro, un libro que podría ser un poema dentro del sistema poético de la BiPA, que en sí busca ser un poema hecho de poemas que de entrada no eran poemas. Un poema de la ciudad, no un poema de un momento en la vida de una persona. Los poemas personales, si no hacen nada nuevo con el lenguaje, si no reinventan la idea de poema, digan lo que digan, ¿no suelen ser lo mismo de siempre, pequeñas banderitas en el desfile cívico del statu quo?
No hace mucho, fui a una lectura de poesía en la que un joven izquierdista recitó poemas en los que hablaba con gran pasión de la Patria, de la Nación. No se había dado cuenta de que había caído en la trampa, de que había caído en el nacionalsocialismo. Fue muy aplaudido por un público progre que tampoco era consciente de que se había deslizado suavemente por esa pendiente que lleva fascismo más íntimo. Quiero ver a este joven poeta cuando tenga mi edad: será un taxista furibundo, si es que para entonces todavía hay taxistas. Los anarquistas desconfiamos de los progres precisamente por esta falta de consciencia de sí mismos.
Los progres siempre están a un paso de quemar libros. Yo siempre estoy a un paso de hacer un libro nuevo. Tengo ganas de hacer otro libro con la carta de Celi. La transcribiré, la maquetaré, la fotocopiaré y haré uno que se titule La carta. O algo así. Le daré las vueltas necesarias hasta que encuentre la manera. O no: dejaré la carta como está, entera, un objeto en sí mismo, sin la posterior afectación irónica de la literatura.
4
Cuando leí la carta, que literariamente no es gran cosa, incluso no es nada, sentí el dolor de esta mujer como si fuera mío. Sentí el obstáculo sin conocerlo. Sentí la tristeza y la sensación de estar en un callejón sin salida. Pero el valor de esta carta reside exactamente en que no es literatura, no fue pensada ni escrita como algo para ser leído en la Facultad de Letras, esa ciénaga. Está llena de lugares comunes, algunos antiguos y otros relativamente nuevos. Pero es vida vivida en el papel, y la tinta con la que fue escrita es de mala calidad.
Por lo que voy leyendo y oyendo de lo que se escribe, la diferencia entre literatura, incluso poesía, y burocracia es mínima, es una diferencia de matiz, de público, pero no deja de ser un trámite. De ahí mi fascinación con esta carta, con esta voz leída que surge de las niebla mental de la vida en la ciudad, y podría ser la vida en cualquier lugar en cualquier momento. La carta de Celi es un poema involuntario de la desesperación y la desesperanza de un amor que no puede ser.
5
Estaba pensando que a lo mejor Celi nunca le dio esta carta a su amado. O a lo mejor la transcribió y se la envió por mail, que es lo que yo haría. A lo mejor se le cayó a ella del bolsillo o del bolso, y no a él. O la tiró a la basura y es así como terminó en la calle, donde yo la encontré. A lo mejor la carta no es de ahora, sino de hace 5 años, o los que sean, mientras no sean muchos--lo digo por el papel y la tinta, y por la letra.
Me imagino a Celi como una mujer de 20 y muchos o 30 y pocos. Las abreviaciones vienen de la cultura del celular, pero claramente no es una adolescente, es alguien que se conoce mejor, que tiene por lo menos un grado de separación entre lo que siente y lo que piensa. Y es claramente ese grado de separación lo que le permite escribir.
6
Ya estamos entrando en el otoño, mi época favorita del año. Soy un melancólico, sí. Ahora empiezan los días que más me gustan, con el cielo despejado y temperaturas de usar suéter, o una chaqueta ligera. En la chaqueta puedo llevar el teléfono, la libreta, la pluma y la navaja suiza, y todavía me queda espacio para lo que voy encontrando en la calle, los tesoros, los retazos y esquirlas de otras vidas.
No siento curiosidad por las vidas de los demás. Siento empatía. Me enamoro de una mujer en el subte a la que no volveré a ver (a la que, por supuesto, no molestaré con mis bobadas). Pero no es tanto porque la tía me ponga caliente, sino porque me doy cuenta, y siempre llega como un susto, que podría estar al lado de esa persona, en lo diario, en la rutina, en el desgaste de las palabras, durante años, incluso toda la vida. Más que el cuerpo en sí, es algo en la actitud, en la manera de pararse en el mundo, o de viajar en el subte, que me llama la atención.
O siento empatía por el hombre al que veo volver del trabajo, medio dormido, con la bolsa de las herramientas bien agarrada. Siento el desgaste en el cuerpo y entiendo las manchas en la ropa. Miro sus zapatos y veo que las raspaduras son iguales a las de los míos. Hablo de un hombre que vi la semana pasada en la línea E. No suelo sentir la menor empatía, no suelo sentir nada en la línea D.
El otro día vi a una mujer que tendría mi edad. Iba con una niña preadolescente que llevaba ropa de muchos colores, aunque predominaba el rosa. Miré a la señora y me dije: esa soy yo en otra vida. O al revés, yo estoy viviendo otra vida de ella. Le noté cierta altanería parecida a la mía. No alcanzaba oír lo que se decían la mujer y la niña, pero me dio la impresión de que la mujer le explicaba algo. Me recordó, por su actitud corporal, a las mujeres de la casa llena de mujeres en la que crecí, y cómo explicaban ellas las cosas importantes: con absoluta certeza, con alguna impaciencia, con el peso de lo vivido a cuestas.
7
El domingo hablé con mis padres por teléfono. Mi padre tiene 85 años y Alzheimer, mi madre tiene 80 y está igual de lúcida que siempre. Les conté que me había pasado el domingo tirado en la cama, leyendo, durmiendo, mirando al techo; que se me habían acumulado el trabajo y el cansancio. Mi padre dijo que él también trabaja mucho, y mi madre le respondió: “Sí, de la cama a la mesa y de la mesa al sofá trabajas tú.” A veces mi padre, con la enfermedad, se pone insoportable: tiene que irse, insiste, tiene que irse a quién sabe qué lugar que hace ya medio siglo que no existe. A veces mi madre me llama llorando. No hace mucho, me llamó porque mi padre estaba enojadísimo porque yo no le había avisado que no iría a dormir a la casa. Me lo puso al teléfono y lo dejé que me regañara un rato. Le iba a decir que hace 40 años que no vivo en su casa, pero fui más práctico: le dije que sí que lo había llamado. Respondió que él no se acordaba de eso, y yo: que no te acuerdes no es culpa mía, pero te llamé y te dije que mañana veríamos juntos el partido. Y así nos pusimos a hablar de fútbol y se calmó.
Hace unos meses hablaba con una vieja amiga, amiga de toda la vida. Hablábamos de eso, de la vejez de los padres, del Alzheimer y la muerte del suyo, del Alzheimer del mío. De repente, me preguntó: ¿Y tú, que vas a hacer cuando te pase a ti? Mi respuesta: entregarme a la caridad del Estado o pegarme un tiro. Dijo que todo el mundo dice lo mismo, lo de pegarse el tiro. Y estoy de acuerdo, ya veremos si tengo el valor. La cuestión es que no quiero que nadie me cuide cuando esté hecho polvo. No quiero que nadie tenga que vivir la vida de ahora de mi madre. A eso me refiero cuando digo lo de la vida diaria, la rutina, el desgaste. Mi desgaste es mío y no lo comparto. Aunque signifique que tampoco comparta lo bueno.
8
El domingo me pasé el día tumbado en la cama leyendo, durmiendo, mirando al techo. Pensé en el amor y lo poco dispuesto que estoy a enamorarme de nuevo. Siempre que pienso en esto, me pongo en acción, a trabajar, o sea que por lo menos me sirve para espantarme las moscas. Fui a la BiPA y me puse a examinar los hallazgos del día anterior, y entre ellos, estaba la carta de Celi. La leí por primera vez y me dije que aquello había que conservarlo, que por lo menos era un documento de lo que es estar vivo ahora, vivo intensamente, o sea, de sentir con el cerebro y pensar con las emociones. Inmediatamente me puse a hacer el libro.
Por la mañana, me había leído el libro de una joven poeta, uno con muchos poemas de sexo, de encuentros superficiales, y ningún poema de amor. Me sentí identificado porque en esos poemas se veía el amor desde fuera, como lo veo yo ahora. No había señal de un amor de esos que te arrastran por medio mundo, de esos que te alteran el rumbo que creías seguir, te cambian la vida. Es demasiado joven la poeta, pensé. O a lo mejor eso ya no existe.
Por la tarde leí la carta de Celi. En ella se alude a un obstáculo insalvable que le cierra el paso a su amor. A lo mejor esa es la cuestión. A lo mejor hay un obstáculo insalvable que ya no nos permite amar de verdad, profundamente, y sentir algo con tanta intensidad que nos cambie la vida. A lo mejor tenemos miedo a perdernos en ese laberinto sin muros ni caminos. A lo mejor es que ya nadie se atreve a dejar que la vida le haga lo que la vida hace. No lo sé. A lo mejor a lo que aspiramos ahora es a ser cada uno su propio dios, o sea su propia ausencia del aquí y ahora, del tiempo, de lo material. A lo mejor es que ahora ya sólo somos seres virtuales. A lo mejor hay que escribir más cartas.
RECOMENDACIÓN MUSICAL DE LA SEMANA
Como contrapunto a esta niusléter un tanto pesimista, propongo a Chet Baker, uno de mis jazzistas favoritos, y más mientras llueve, como ahora mientras escribo esto. En este caso: I am a fool to want you.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, disfruta mucho, por lo que veo, jugando al gato y al ratón. Pero con cucarachas. Ifi hace de gato, claro. Cumple con su obligación. Me gusta ver este instinto cazador, y un tanto mala onda, según la moral actual, en Ifi. Por desgracia, en este barrio lleno de gatos, no hay ratones.
2. Ayer fui a montar la parte que toca a la BiPA de la muestra titulada “Goliat persiste: Una exploración sensorial de Buenos Aires”, curada por Lorena Alfonso. Se inaugura la semana que viene. Ya avisaré los detalles para que vayan. Parece que habrá vino, o sea que ya tienen un incentivo.
3. El otro día pasé por una tienda que vende plantas titulada “Atelier Botánico”. ¿Puede haber algo más cheto y pretencioso? Al parecer, sí. Se lo conté a mi amiga Alicia, y me respondió con una mejor: en su barrio hay una confitería común que en el frente pone: “Haute Couture—Patisserie”. Espero que esto sea insuperable. Bueno, en Valencia, hace muchos años vi una peluquería que se estilaba un “taller de imagen”. A lo mejor toca inventar una vanguardia, el peluquerismo, que se dedique a poner nombres pretenciosos a comercios comunes.
4. Gracias de nuevo a la gente que se suscribe por Mercado Libre y así echa una mano a la Niusléter. La semana que viene les enviaré una especie de Niusléter-bis en la que incluiré cosas que no entran en la oficial, algo así como un vistazo a la trastienda de la hoja parroquial de la BiPA.