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Siempre he vivido en la frontera. Nací en una frontera geográfica y en ella crecí en varias fronteras culturales, además de la frontera lingüística. Siempre he vivido en la frontera porque la llevo adentro, en el alma, el espíritu, la psique—en esa lista hay fronteras filosóficas e ideológicas—pero sigo viviendo en una, la frontera entre Buenos Aires y el Conurbano.
Crecí haciendo frente a tres lenguas: el español de este lado de la frontera, el inglés del otro, el catalán de casa. Viví luego otras fronteras lingüísticas, con el gallego, el portugués, el francés. Me gustó mucho editar un libro de Dolo Trenzadora, poeta que escribe en español y guaraní, o mejor, que habla en español y canta en guaraní. En ese trabajo adopté una actitud fronteriza: si no lo entiendo no pasa nada, ya se verá, ya preguntaré, ya me lo explicarán.
Una vez, en Lisboa, me meto en un bar, pido una cerveza, estoy sentado tan tranquilo a la barra con mi libro, y el tipo de al lado me empieza a hablar. Me pregunta si soy español, y le digo que sí. Empieza a comparar las dos lenguas. Asegura que el portugués es la mejor porque tiene más palabras, más que el español, más que el inglés, el francés y el alemán. Yo lo desactivo rápidamente: ¿Y las usan todas? No me gustan estas comparaciones, estos enfrentamientos, que además de estériles siempre apuntan a un chovinismo berreta, muy de escuela primaria.
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Cuando me preguntan si soy español, digo que sí. Si soy mexicano: sí. Si soy catalán: sí. Me han preguntado si soy norteamericano y he dicho que sí, porque aunque no lo soy por papeles, lo soy por cultura, ya que estudié en Estados Unidos desde la secundaria hasta el posgrado. Nadie me pregunta si soy argentino, por cierto, aunque podría serlo. En menos de un mes cumplo 17 años viviendo aquí. Pero lo importante es que frente a los mexicanos siempre fui norteamericano o español; frente a los españoles siempre fui catalán o mexicano; frente a los catalanes siempre fui mexicano o español; y frente a los norteamericanos siempre fui otra cosa, mexicano, pero guardándome todo lo demás en la recámara.
Digo y repito la palabra frente, que es la fuente etimológica de frontera. En la frontera, uno está siempre frente al otro. Lo que importa ahí es no sólo poder acercarse al límite, sino cruzarlo, porque así se crea una franja fronteriza, un espacio distinto en el que se puede ir venir de un lado al otro de la raya. Es en esa franja fronteriza, de los dos lados, donde siempre he vivido.
Puede que esto resulte incomprensible para los de tierra adentro, sobre todo para los capitalinos, que se exaltan frente a ese tipo de deslealtad. Y esa es otra frontera a la que estamos acostumbrados los fronterizos. A veces lo explicamos, con mucha paciencia, y a veces nos callamos.
3
La frontera siempre es un lugar peligroso porque es un espacio de roce cultural, económico, sexual, político y legal. En Europa eliminaron las fronteras con la esperanza de que el roce fuera sólo positivo, que no generara más guerras. Incluso tienen un programa llamado Erasmus para que los jóvenes vayan y estudien en otros países y se acostumbren a las diferencias. Terminan yéndose de fiesta, que cumple con el cometido del programa, y por lo que he visto, estudian muy poco. Por supuesto, esto es sólo para esa élite que logra ir a la universidad. La élite siempre piensa que puede controlar a la plebe, hasta que de repente no puede. Los nacionalismos a veces vienen de abajo, a veces de élites rivales. La posibilidad guerra nunca se desactiva del todo.
Y la frontera es peligrosa porque ahí uno puede perder su identidad. Se puede pasar al otro lado y ser del otro lado. Ya con volverse fronterizo es suficiente. Y es que la frontera no propone una identidad sino la mezcla de al menos dos. En mi caso han sido más. Digo que soy de la frontera como si eso fuera una identidad, lo digo así porque es más fácil de entender. Pero en realidad requiere mucha explicación de las diferencias y las divergencias, de cómo se aceptan e interiorizan, de cómo uno incluye la diferencia en su manera de estar en el mundo, y cómo esa diferencias incorporadas no lo hacen a uno uno, sino muchos, otros.
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Encima de mi escritorio tengo una reproducción de La vuelta del malón (1892), de Ángel Della Valle. No me voy a meter en su significado para la pintura argentina, ni en las circunstancias en las que se pintó el cuadro. (Ni en lo mal iluminado que está en el Museo Nacional de Bellas Artes.) Sólo quiero decir que esa reproducción está ahí porque representa un momento fronterizo. Los nómadas acaban de atacar un asentamiento, un espacio sedentario, como siempre han hecho los nómadas, y ahora huyen con el botín, incluida la chica semi desnuda de rigor, que se incluye para seguir metiendo miedo a la población sedentaria y conseguir el apoyo para salir al desierto a matar a los nómadas. En otras palabras, para salir a borrar la frontera.
Salir a borrar ese peligro. Porque la frontera siempre implica algún tipo de violencia. Esa porosidad preocupa mucho a los de tierra adentro. Y es porque no ven lo positivo, el intercambio, y normalmente no les gusta la mezcla. En la frontera hablábamos español como nativos e inglés como nativos. Yo sabía hablar pocho, pero ya no tengo la soltura, la fluidez, y supongo que habrá cambiado un montón en los últimos 30 años. Pocho, para ustedes los incultos, es Spanglish, y no es lo mismo el pocho de El Paso que el de Los Ángeles, ni que el Newyorican, ni lo que sea que hablen los cubanos de Florida. Y ahora, con la llegada de tantos venezolanos a la frontera, estoy seguro de que volverá a cambiar.
No dudo de que se pueda escribir poesía en pocho. Una novela es más difícil, ya que supone un esfuerzo enorme en una lengua que no es estable. A los de tierra adentro, cualquier pocho les parece violento porque es la intrusión de un idioma en otro, y normalmente es cosa de las clases bajas. No es lo mismo cambiar de código, del español al inglés y viceversa, por ejemplo, que cambiar las palabras, decir carpeta por alfombra o mofle por escape.
Con LZ puedo hablar perfectamente en mi español mixto—mexicano, juarense, español, argentino. Lo llamo carnal, y sabe perfectamente lo que estoy diciendo. A veces a ustedes también les cuelo alguna palabra por aquí, o a los de fuera les cuelo una palabra argentina.
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El otro día, FSR me preguntó por la posibilidad o el valor de escribir con pseudónimo. El pseudónimo sirve para delimitar una obra, para marcar una frontera. Cuando es secreto, se ve la intención de mantener la frontera firme. Cuando no lo es, se ve más la de mantener la zona fronteriza como lugar de cruce. Pero se trata de que el mismo autor pueda cruzar de una forma de escribir a otra, de una parte de su yo a otra. A veces se interpreta como mentira, por eso es mejor, en mi humilde opinión, declarar el pseudónimo en la aduana. A veces el pseudónimo existe para decir algo prohibido. Entonces es mejor pasarlo de contrabando. De fayuca.
En otra época escribí mucho con pseudónimo. Según yo, así podía decir otras cosas y en otros tonos. Pero nunca me escondí demasiado. Elegía un nombre cualquiera, y luego le ponía apellidos de mi familia: Bruño, Benedet, Majoral, Cabana. El pseudónimo me sirvió sobre todo para escribir desde otros puntos de vista y poner a prueba otras opiniones. Esto, para mucha gente, es una forma de hipocresía o de tibieza, pero me importa bastante poco la opinión de la gente de tierra adentro. Tierra adentro puede ser también cualquier posición ideológica inamovible.
El nombre falso es otra forma de nombrar el pseudónimo, e implica más un ardid para pasar de un lado al otro, para evitar preguntas incómodas, para esconderse. Permite cambiar de identidad, atravesar el cerco de la migra o abrir una cuenta en un paraíso fiscal. Todo esto siempre me ha resultado de lo más atractivo.
Desde hace un tiempo, sin embargo, decidí que evitaría los nombres falsos y los pseudónimos, que reuniría todas esas facetas de mi trabajo en un solo nombre, el que aparece en mi(s) pasaporte(s). Bueno, en realidad no, porque mis papeles aparecen mis dos apellidos, y sólo utilizo uno para firmar el trabajo. (Por cierto, Colom se pronuncia Colóm, no Cólom—echen un vistazo a las reglas de acentuación del español.)
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Quería recuperar mi carácter fronterizo, reuniendo todo mi trabajo en esa franja entre entidades reconocidas. Encontré esa franja en la Biblioteca Popular Ambulante, que me permite hacerlo todo, cruzar de extranjis la línea divisoria entre un tipo de trabajo y otro, entre la poesía y las artes visuales, entre el libro y el teatro, sin que una cosa borre la otra.
Y claro, así pasa que los artistas visuales descartan mis libros como “libros de artista” sin pensar, o para no tener que pensar; y los poetas encuentran que pongo en cuestión la idea de poesía, o de poema, o de libro, y a muchos, o los suficientes, eso no les gusta. Y ahora estoy buscando la manera de llevar los libros al teatro. Le doy vueltas, hago un pequeño experimento, le sigo dando vueltas. Creo que saldrá de ahí algo interesante. Se trata siempre de estar en dos lugares a la vez, de conseguir que se vuelva difuso el límite entre una idea y la otra, que ambas ideas generen un pocho, el suyo propio, algo reconocible y raro a la vez. No tiene nada de nuevo, o no es obligatorio, pero la idea de la novedad ya está bastante gastada, así que no hay que preocuparse.
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En el teatro (o el cine), uno debe dar completa voz a cada personaje. No se debe tomar partido, que da siempre lugar a lo predecible, al aburrimiento, al olvido. Así, uno es uno mismo escribiendo y a la vez el personaje hablando, aunque diga cosas que a uno le parezcan repugnantes. Uno también es eso repugnante, si es capaz de darle voz al personaje. Si no lo es, quizá valga la pena dedicarse a otra cosa.
Uno se da cuenta de que aunque no quiera decir esas cosas, no sólo debe decirlas, sino que puede decirlas—ahí, uno encuentra su franja fronteriza, el espacio limítrofe donde puede vivir de otra manera. Pero hay que recordar que ese espacio es siempre peligroso. Repito, si el peligro es demasiado grande, o da miedo, a lo mejor conviene más mudarse tierra adentro. Cruzar la frontera y ser ese otro, por repugnante que resulte, y aunque sólo momentáneamente, es precisamente lo que el teatro pide.
El actor ha de cruzar esa frontera y poner el cuerpo, la voz, o sea el alma en peligro. Debe dar la cara por ese personaje que dice cosas terribles. En gran medida, tiene que creer al personaje y en el personaje. Pongo aquí al personaje terrible, que dice cosas repugnantes, para que el límite quede claro, pero pasa con todos los personajes. Algo del personaje viene de lo que uno ya es—autor o actor—y algo del personaje, como un residuo, una mancha, siempre quedará en uno.
O a lo mejor, o a lo peor, el personaje devela algo que había permanecido oculto, reprimido, o algo nuevo que uno desconocía de sí. El fantasma del personaje pervive en uno. Los límites entre la persona del actor y la del personaje se difuminan en un solo cuerpo, una sola voz. Esto, sobre las tablas, no es un problema, ¿pero y afuera, ya en la calle, sin maquillaje, sin las luces que separan una realidad de otra, el escenario del resto de la sala, el teatro de la vida?
Es ése, precisamente, el problema de la frontera.
NOTICIAS
Ifi la gata del IF, es conocida en el barrio como Doña Parla porque no para de hablar. Está ahí sobre su alfombra mágica, sobre la mesa, cuando voy a hacerme un café, y me saluda. A veces dice otras cosas pero no la entiendo. Cuando llego de la calle me recibe hablando con su vocecilla aguda, y entiendo que me saluda, o que muestra alivio porque sabe que mi llegada implica que hay comida. Cuando le hago mimos, suelta sus grititos y ronronea, y echa esa mezcla de maullido y ronroneo. Son sus palabras, no las mías.
Esta mañana, buscando el diccionario etimológico, encontré un volumen gordo de las obras literarias completas de William Blake. ¡Había olvidado por completo que lo tenía! Me puse a hojearlo y enseguida encontré algo que me sirve para otra cosa que quiero hacer. Bienvenido sea Blake.
Los poemas están en Paseante Extranjero. Pueden echar una mano a la Niusléter y a Paseante, suscribiéndose por aquí.
Siempre trato de poner cuatro cosas en la sección de noticias, pero esta vez sólo se me ocurren tres. Así que la última noticia es simplemente que no hay novedad en el frente. (Por cierto, frontera viene de frente (1495), y antes, de fruente (1124), pero el uso de frente para referirse al lugar de encuentro con el enemigo en una guerra es más nuevo y viene del francés front, y se importó al español durante la Primera Guerra Mundial. Al menos eso dice Corominas Frontera es más antiguo y data de 1140, seguramente de las guerras de la Reconquista; y fronterizo es de 1607.)