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Dice Paco Umbral en una columna de 2004: “Desde que Baudelaire en Francia inventó la Modernidad y Rubén Darío en España inventó el Modernismo la aspiración de toda clase social y política es modernizarse.” Bueno, sí, hasta cierto punto. A menudo se confunde ser moderno con vivir en el presente. Pero vivir en el presente significa vivir son distintos pasados, muchos de ellos desagradables, y distintos futuros, no todos edénicos, y negociar el paso entre unos y otros con algo de dignidad.
La moda ayuda a esconder las indignidades del envejecimiento. ¿Cuántas veces no hemos visto a alguien que visto por detrás tiene 25 años, pero visto por delante resulta que rasca los 70? Yo diría que más que moderna, esta persona es modernista. Y eso viene de que defino el modernismo, sin preocuparme por lo que digan los académicos, como una imitación de la modernidad, quizá traída de otra parte.
Barcelona, en su ensanche, adoptó la modernidad parisina del siglo XIX, pero luego fue siempre modernista. Y cuando encontró a un moderno extraño y autóctono como Gaudí, lo rechazó por extravagante. Hoy, la obra civil de Gaudí es para los turistas, y eso la hace empalagosa. La Sagrada Familia, en cambio, con su negociación interminable entre el pasado y el futuro, está viva, y por ello es moderna. El resto de la ciudad es modernista en el sentido de su imitación constante de la modernidad de otros. Todavía no perdono que hayan destruido la Barceloneta, que estaba viva, en favor de algo que nació muerto.
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Parece que la modernidad exige autos eléctricos. En Buenos Aires se dará poco esta modernidad porque la ciudad se llena de apagones en cuanto el termómetro marca más de 35 grados y el personal corre a sacar el control remoto del aire acondicionado de entre los cojines del sofá, enciende el aparato y se empeña a bajar la temperatura interior al nivel suéter. Imaginen ahora el jueves antes de un fin de semana largo, con todo el mundo preparando a los niños y demás objetos imprescindibles para irse a la Costa, y enchufando el auto para cargar la batería. A lo mejor, ahora que Vaca Muerta está en pie, podemos volver al alumbrado público de gas. Eso sí que sería moderno, Moderno con mayúscula, o sea del siglo XIX.
Mucha gente se preocupa por el dióxido de carbono que los autos escupen a la atmósfera, y creen que para remediarlo por privado basta con el auto eléctrico. No se fijan en la huella de carbono que deja el proceso de producción de esos autos, que en ese sentido los hace menos ecológicos que un auto de combustión interna. Hay minas a cielo abierto (unas cuantas con mano de obra esclava) para sacar los metales necesarios para las baterías; mucho de los autos de hoy de es plástico, con lo cual hay que seguir sacando petróleo; y todo esto sin contar que hay que incrementar la red eléctrica, y luego hay que generar electricidad. Hay que negociar. Paneles solares y molinos de viento requieren una enorme huella industrial, y sólo son eficientes donde hace sol o donde sopla el viento, sin contar la destrucción del medio ambiente donde se instalan. Existe la energía nuclear, pero da miedo.
(La energía nuclear da miedo porque el movimiento anti-nuclear de los 70 equiparó los usos bélicos con los civiles. Ese movimiento ahora se llama Los Verdes, y ha movido al cierre de centrales nucleares en Alemania y otros sitios, obligando en algunos casos a volver a quemar carbón para generar electricidad. Esta ironía es insuperable.) (Luego pasa que las centrales nucleares requieren muchísima atención y mantenimiento. Para eso hace falta un sistema económico, político y social estable, y un gran sentido de la responsabilidad por parte de operarios, empresarios y políticos. Ya me dirán.) (Después está la cuestión de los residuos. Es posible que algunos se pueda reutilizar de alguna manera; otros tendrán que ser depositados en la Luna o en Marte, o cualquier otro cualquier otra figura astrológica que nos de por colonizar.)
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Hace pocos años, la máxima modernidad que llegó a Buenos Aires, además del iphone, fue aquello de usar los frascos de mermelada como vasos en algunos restaurantes. Es la misma época en que la ciudad se llenó de hamburgueserías y cervecerías artesanales, otras dos claras señales de modernidad.
Lo de los vasos a mí me daba risa porque eso es lo que hacíamos los estudiantes en los 80. (Fui a universidades norteamericanas, por cercanía y por becas.) Y eso, que es una estrategia típica de personas que no ven por qué gastar en mobiliario cuando se pueden gastar el dinero en birra, ya venía de lejos. Yo lo sitúo en los años 20 del siglo XX, cuando en EEUU estaba prohibido el alcohol, y mucha gente lo producía en casa para suplementar sus ingresos. Lo vendían en botellas reutilizadas o en frascos de conservas. Quedó como una cosa de pobres, y de estudiantes, hasta que los jípsters de Brooklyn, con su particular sentido de la ironía, lo recuperaron para el público de clase media. Y luego nosotros lo copiamos. Lo que parecía una ironía posmoderna llegó hasta nosotros como modernidad, y lo adoptamos como modernismo.
Si hubiera más posmodernos que modernistas en Buenos Aires, se pondría de moda lo de ir al kiosco a comprar una cerveza, no tener botella que retornar y vaciar la cerveza en una botella de Manaos previamente lavada. Iríamos al nuevo restaurante y nos alegraríamos muchísimo de que nos sirvieran la bebida en botellas de plástico recortadas y con el filo redondeado con una pistola de calor o un encendedor Bic.
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Antes dije que vivir en el presente es insertarse en la difícil negociación entre pasados y futuros. Por ejemplo, es común que las columnas de hierro de las estaciones de ferrocarril del siglo XIX tengan los capiteles derivados de la arquitectura grecorromana. La arquitectura era un pasado posible, el ferrocarril era un futuro posible, las columnas son una negociación entre ambos que permite que podamos vivir con lo que entonces nos parecía feo y ahora nos parece hermoso. Hemos aceptado esa negociación como válida.
En el Renacimiento italiano se dio una fiebre por recuperar los textos de la antigüedad griega y romana. Lo moderno entonces era aprender griego antiguo y leer a los latinos pre cristianos. Pero algunas de esas ideas paganas tuvieron que ser negociadas con la Iglesia, que por entonces todavía era la representante en la Tierra del único verdadero futuro, el Cielo. Además, esos italianos dejaron de quejarse de la ilegibilidad letra gótica, que era la que se usaba en los manuscritos de la época, y volvieron a una letra más antigua y más clara, de la que derivamos las fuentes que se usan hasta hoy. En ese caso, lo antiguo era lo nuevo y resultó ser lo moderno, la negociación entre el pasado y el futuro.
En 1922 se terminó de publicar En busca del tiempo perdido, de Proust, y se publicaron el Ulíses de Joyce y La tierra baldía de Eliot, tres ejemplos cumbre de la modernidad literaria. Proust lanza al futuro su recuperación de una época y una manera de vivir más o menos añoradas que ya estabas en vías de extinción antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y que esa guerra terminó por extinguir. Eliot lamenta las muertes que hicieron falta para que esa negociación entre el pasado y el futuro que fue la guerra pudiera llevarse a cabo. Murieron millones en todo el mundo, no sólo en Europa.
(Acabo de darme cuenta, al utilizar la palabra negociación para referirme a una guerra absolutamente brutal, de que a menudo esa negociación será cualquier cosa menos pacífica. Lo que pensaba que podía ser una bonita ironía no es tal, es una realidad mortífera.) (Luego pensemos en la Segunda Guerra Mundial, que fue peor, y en todos los genocidios del siglo XX, y los anteriores, y los borramientos de culturas enteras. O sea que no sólo me refiero a una negociación tranquila entre agentes sociales, o a una negociación personal en la que uno decide comprarse un auto eléctrico o cambiar su dieta.)
Joyce, para hablar de su ciudad, o sea para traerla al presente, recurre a la figura clásica de Úlises, a la idea clásica de la Odisea, y utiliza este recurso para hablar de los problemas de su época: la política independentista y lingüistica de Irlanda, la sexualidad de las mujeres en sociedad profundamente católica. Y lo hace renovando la lengua inglesa, o sea la lengua invasora y de uso diario en su país. En algún lado leí, hace muchos años, que Joyce mismo había dicho que su misión era destruir la lengua inglesa. Ahora es uno de sus pilares.
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Si la modernidad es una negociación, lo que uno tiene que tener claro es qué está dispuesto a dejar de lado, e incluso a destruir, en favor de un futuro que existe en sueños, páginas web, discursos políticos y filosóficos, en esperanzas de un Paraíso absoluto, absolutista, o sea obligatorio para todos. Cuánta gente y cuántas culturas tienen que desaparecer, por ejemplo, y quién las elige. No lo digo por nostalgia de nada. Creo que es algo que vale la pena pensar. También qué se conserva de esa sociedad destruida: algunos souvenirs en los museos, la fachada de un edificio detrás de la cual se levanta un edificio, el estudio de una lengua que ya nadie habla.
Y esto sin entrar en eso que llamamos naturaleza, que creo que ya está visto que no es práctico ni bueno pensar sin combinarla con la cultura. Sujeto y objeto no son separables, se combinan, se hacen cosas uno al otro. La Modernidad (con mayúscula) determinó que sí eran cosas separadas, ahora estamos viendo que no lo eran tanto. Cultura y naturaleza se afectan una a la otra. Por cultura me refiero a todo lo que hacemos los humanos, desde escribir libros hasta ir a la montaña a disfrutar de esas vistas sublimes, pasando por la economía, la agricultura, la energía, el transporte, las ciudades, bueno, todo. No existe separación entre ciudad y campo en el sentido en que la ciudad no puede vivir sin el campo (o sí, a base de importaciones, o sea del campo de otros), y el campo no puede sostener la cantidad de población de una ciudad.
(Hay quienes piensan que ya somos demasiados. Vale. Y una vez que los suicidas se han quitado del medio, ¿a quiénes eliminamos? ¿A qué poblaciones hay que señalar como prescindibles? ¿A quién le toca señalarlas, y luego a quién le toca hacer la parte desagradable?) (La otra pregunta, que me parece más interesante y más importante, es: ¿Cómo vivimos, en qué condiciones, y cómo negociamos con toda la demás vida que hay en el planeta para que también viva?)
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Últimamente estoy interesado en algo que llaman “ganadería regenerativa”. Suelen dividir un terreno grande en cuadrantes y meten las vacas en uno de esos cuadrantes. Cuando las vacas ya se comieron todo lo que había ahí, mearon y cagaron y lo pisotearon todo, se las cambia de cuadrante. El cuadrante usado no se toca, y al cabo de año, año y medio, ocurre el milagro: vuelven a crecer pastos que se pensaban perdidos, flores olvidadas, hierbas autóctonas. Con esta nueva flora vuelve la fauna: abejas y otros insectos, roedores y otros mamíferos, pájaros. Algo así como lo que ocurrió en la Reserva Natural de la Costanera Sur. Las vacas van cambiando de cuadrante y cuando vuelven al primero, su dieta cambió (con lo cual su carne será otra cosa, digamos, comestible), ya no hacen falta monocultivos de alfalfa y similares, ya no hacen falta piensos de producción industrial ni tantas vacunas ni hormonas inyectadas. Y lo mejor es que toda esa nueva flora, que con el tiempo incluirá árboles y arbustos, es una máquina de absorber carbono.
También se está utilizando esta técnica para recuperar territorios en vías de desertificación. Es por ahí que llegué a ella, a mí que me interesa tanto el desierto—en todas sus definiciones. O sea que no sólo es más comida, más naturaleza, sino que se evita la erosión, se evita el erial y todo lo que éste contribuye al calentamiento global. También se limpian y se recuperan algunas napas de agua, por lo poco que entiendo.
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Si se fijan, en la parte de arriba pone que ésta es la Niusléter de la Biblioteca Popular Ambulante. O sea de mi poema conceptual interminable. Hablaré de esto ahora, así que ya pueden apagar el teléfono o cambiar de app.
Puedo decir que la BiPA tiene que ver con todo esto que vengo diciendo porque sus libros, o sea los versos del poema, tienen que ver con el tipo de negociaciones que hacemos con la realidad material a diario. Y particularmente con esa negociación que tiene que ver con lo que somos y queremos ser. El contenido de los libros es todo aquello que hemos descartado.
(No incluye residuos nucleares, pero eso es sólo un problema técnico. Si ustedes los tiran a la basura, yo los recogeré, y moriremos todos juntos, pero más ilustrados. Moriremos por la poesía.)
La BiPA es una biblioteca y no un archivo, aunque mucha gente confunda las dos cosas. Y no es archivo por su carácter poético y altamente selectivo. No intenta ningún tipo de universalidad ni completitud. Pero si la leemos como un archivo, sería uno muy parcial dedicado a esas negociaciones que hacemos cotidianamente entre el pasado y el futuro. Por contradictorio que resulte, sería el archivo de nuestra modernidad y de nuestro modernismo, de nuestra negociación real y de nuestra negociación momentánea, imitativa de negociaciones reales.
Prefiero pensar y seguir haciendo la BiPA como un poema a esas negociaciones, las genuinas y las truchas. De ahí esa objetividad que intento mantener en los libros (versos) del poema que es la Biblioteca Popular Ambulante.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, vuelve a tener pulgas. Ya se está rascando y lamiendo demasiado otra vez, y ya veo mechones de su abundante pelo tirados por donde sea que se acomode. Hoy iré a comprarle la pipeta para ver si resolvemos el asunto antes de que quede toda escuchirrimizada y parezca un bicho escapado de alguna pesadilla de futuro, o del presente actual.
2. La semana pasada escribí sobre el nuevo libro que estoy haciendo. Dije que si quieren uno gratis pueden suscribirse por Mercado Pago, o si lo quieren con un descuento del 50% pueden escribirme ahora. Yo los pongo en la lista y lo entrego cuando esté listo. Si quieren, lo entrego en persona y todo, así nos tomamos un café y charlamos un rato. Si no quieren, todo bien. Los poemas siguen estando en Paseante Extranjero. Es todavía más gratis que la Niusléter. Si se anotan, les llegan los poemas nada más publicados y sin previo aviso. (Siempre hay que avisar que no habrá aviso previo.)
3. Este sábado, mañana, a las 18:30, en El Local (Juan B. Justo 4328), Andrea Beltramo hará una entrevista pública a Pablo Ziccarello, artista. Opino que la entrevista debería ya ser considerada como un género literario a la par con la poesía, o sea un poquito por encima de todo lo demás literario. La entrevista tiene la ventaja, sin embargo, de que no se trata del yo, sino del otro. Es, cuando está bien hecha, un puro acto de generosidad—de la real y de la literaria. La entrevista puede ser una especie de versión micro de ese tipo de negociaciones del que he hablado aquí. Andrea, además, es una de las grandes practicantes del género. Veámonos ahí, tomamos un vino, escuchamos, y luego charlamos (revirtiendo al incesante yo).
4. Para terminar, quiero mandar un abrazo con mucho cariño a mi sobrina M y a su novio J, que esta semana decidieron embarcarse en más de lo que se imaginan. Les deseo toda la felicidad del mundo. (Bueno, no toda porque luego habría que dejar a los demás sin felicidad y no me parece buena onda. Si la felicidad es cuantificable, y los economistas y otros bichos de las ciencias sociales indican que lo es, les deseo su toda su porción y hasta un poquito de la mía.) Un gran abrazo a los dos.
Cuánta maravilla. Gracias.