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No voy a entrar en detalles, pero creo que está bien documentado que los Reyes Magos son los padres. Yo me enteré hace ahora medio siglo y todavía no me recupero de semejante pérdida de la inocencia. No quiero estropearles el finde ni los meses que vienen, pero lo voy a decir igualmente, ya de entrada: el inconsciente de la ciudad es el capital.
(Empiezo así, con esta sorna, porque me da vergüenza admitirlo: me llevó un montón de tiempo darme cuenta de esto, y ahora que lo sé, me parece tan obvio que ni merece una Niusléter. Lo hablé con LZ y él opina que debo escribirla igual. Así que aquí va.)
Sin capital, el ente psicomaterial que llamamos “la ciudad” no existiría. En la primaria nos explicaban que las primeras ciudades surgieron como fortalezas, erigidas cuando un grupo de gente se había unido para protegerse los unos a los otros de otra gente, clasificada como muy muy mala, que los quería matar, y probablemente, comérselos. Más tarde, y gracias al arduo trabajo de los arqueólogos y otra gente de malvivir (categoría que incluye a toda persona que contradiga lo que nos dejan claro en la primaria), nos enteramos de que las primeras ciudades, de hace por lo menos 7 mil años, empezaron como mercados. Las fortalezas vinieron después: había que proteger el capital acumulado.
¿Pero por qué digo que el capital es el inconsciente de la ciudad? A veces me parece que la gente que vivimos en las ciudades funcionáramos como si ese secreto hubiera de permanecer oculto hasta para nosotros mismos. Una cosa es ver que sin capital no hay ciudad, otra es discutir qué hacemos con ese inconsciente y cómo lo procesamos conscientemente.
Lo que me interesa, y voy explorando a tropezones en el Registro y en la BiPA, es esta idea del capital como inconsciente, como fuerza psicomaterial, maquínica, que es la que nos permite hacer, o no, todo lo que queremos hacer en las ciudades. También me interesa, y me importa, su desmaterialización (muchas veces llamada financiarización), que es el proceso de abstracción del aspecto material del capital para concentrarlo en el aspecto psíquico. Este proceso de abstracción es el de extraer el capital de la consciencia de la ciudad, de lo que cualquiera puede ver, y devolverlo a su inconsciente.
Y lo notamos. Mucha gente se queja de este proceso. ¿Pero cuánta gente es consciente de cómo funciona el proceso? Llevamos miles de años sacando el capital de la tierra, procesándolo, añadiéndole valor (de ahí el IVA), y volviéndolo a concentrar en forma de edificios y ropa cara. Y no hemos dejado de hacer eso, como bien demuestran ecologistas y veganos al quejarse. También llevamos unos cientos de años, y sobre todo, unas décadas, abstrayéndolo primero en dinero de papel, luego en unos y ceros, y también en patentes y copyrights, capital que existe y se mueve por millones de kilómetros de cables subterráneos y subacuáticos. Lo hemos devuelto al inconsciente, pero de otra manera.
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¿Recuerdan todo aquello del arte conceptual y de la desmaterialización del arte? Aquello era el arte imitando a la naturaleza. La naturaleza del capital. La obra de arte material se volvió tan abstracta que ya ni era reconocible como arte. La gente se enojaba y se quejaba, igual que ahora se queja de la financiarización del capital. En el arte conceptual no se veía el capital por ningún lado, sólo un montón de papeles escritos a máquina o a mano, algunas fotos y otra documentación (contabilidad) de la obra. Hoy también la gente se pregunta dónde está el capital; por qué, viviendo en ciudades y países supuestamente ricos, encontramos tanta pobreza y tanta miseria.
Mientras que el arte conceptual buscaba hacernos conscientes de la desmaterialización del capital, el capital desmaterializado volvió al inconsciente con toda la tranquilidad del mundo. Y no hay crisis que lo detenga. Hasta la parte material se esconde. Toda esa enorme red de cables y servidores es el aparato neurológico psicomaterial del capital abstracto (y abstraído) de ciudades y territorios. Pero todo esto ustedes ya lo saben. Yo soy un mero poeta que repite, en verso y en prosa, lo que la tribu tiene claro.
El expresionismo abstracto, esa pinturización de la pintura, que vuelve abstracta la imagen para enfatizar la materialidad de la materia con la que se crea la imagen, forma parte de un movimiento Romántico, y por lo tanto progre, que también busca mostrar esta abstracción del capital, pero en positivo: lo material como una forma de llegar a lo espiritual (eso defendían los expresionistas abstractos). Hay que recordar que “espiritual” es un nombre en clave del inconsciente. Clave, en el sentido de cifra y en el sentido musical: lo espiritual como lo inconsciente, pero en cierto tono, con cierta modulación. Los “términos de servicio” de cualquier plataforma digital también se van modulando para mejorar la abstracción y sustracción del capital de sus usuarios.
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La basura es lo que queda de un proceso de abstracción del capital, funciona metonímicamente (en el sentido retórico y en el sentido lacaniano) como signo de ese proceso de pasar la materia a unos y ceros, en información. En sí misma, así como aparece por la calle, puede ser capitalizada, también. Hay están los cartoneros, o todo eso que nos dicen del reciclaje. Los libros de la BiPA, sin embargo, no la convierten en información, sino en poesía. Wittgenstein: “No hay que olvidar que un poema, aunque compuesto en el lenguaje de la información, no se utiliza en el juego lingüístico de la información.” Los libros de la BiPA, aunque compuestos con el capital desechado por otros, no se utilizan en el juego informático del capital. Por eso son libros, y no por ejemplo, fotos, o videos. La tecnología antigua sirve para iluminar de alguna manera la tecnología nueva.
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El inconsciente, o sea el capital, es la manera que tenemos de procesar la materia (sea corporal, edilicia, o cualquier materia prima) y convertirla en información. El dinero, esa abstracción, no es otra cosa que información. Hay muchas categorías de información y por medio del capitalismo/inconsciente estamos laburando a marchas forzadas para convertirlas en una sola, lo más abstracta posible: por ahora, unos y ceros. Por eso uno tiene esa sensación de que el único valor, moral o estético, verdadero es el valor económico de las cosas, de las personas, de las relaciones, de la vida y hasta del planeta.
Una función del arte es ayudar a mantener la diversidad de información. Este es el único tipo de diversidad real que hay. Si todo lo material es susceptible de abstracción, de ser convertido en información, tenemos que bajar a ese nivel del inconsciente para luchar por la verdadera diversidad.
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Voy a cambiar un poco el tercio con un ejemplo común y una metáfora clara. Aquí va la metáfora: pongamos que la ciudad es una batería, un enorme acumulador de energía de todo tipo. Esa energía tiene un nombre: capital. Y la función de dicha batería es convertir todas las distintas formas de energía en una sola: dinero. Para esto hace falta uno o varios niveles de abstracción. De ahí que me de por decir que el capital es el inconsciente de la ciudad.
¿Cómo funciona este acumulador? Aquí va el ejemplo. El dinero es líquido, energía que se disipa. No me voy a meter en cuestiones de termodinámica para no estropearles más el viernes. Si el dinero está en pesos, se devalúa. Si está en divisas, como hemos visto en Argentina estos últimos años, se exporta. Es un feedback loop negativo por el que el país siempre está en crisis, o al borde. Con el inconsciente siempre en crisis, no me extraña que miles de personas acudan a terapia cada día.
(¿Los economistas estudian cibernética, psicoanálisis? ¿O simplemente se dedican a evangelizar y ofuscar con su lenguaje mágico-religioso?)
Pero la batería funciona. Si uno tiene pesos, los cambia por dólares; si tiene los dólares suficientes, los cambia por un departamento. Esa energía queda en el acumulador que es la ciudad, y se puede utilizar en cualquier momento con sólo volver a cambiar el departamento por dólares. O poniendo dicho depto en alquiler, con lo cual se le va extrayendo pesos sin que pierda su valor, o incluso aumentándolo.
(Veo que estoy mezclando metáforas, que según mis profes en la universidad, está mal visto. Pero la idea es frotarlas a ver si salta una chispa de reconocimiento, y que de esa chispa surja un fuego, y que ese fuego, aunque sea como el de la caverna platónica, sirva para echar algo de luz sobre el inconsciente de la ciudad, o al menos para echarle unos chinchulines).
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Mis amigos en Berlín me cuentan que por la calle encuentran toda clase de basura de calidad, reutilizable de manera inmediata. En Buenos Aires, yo solo encuentro basura basura. También es verdad que siempre dejo que pasen antes los cartoneros. Aquí lo utilizamos, reutilizamos y capitalizamos todo, o al menos todo lo que podemos, precisamente porque no tenemos el superávit de capital que hay en la capital alemana.
Una razón por ese déficit nuestro es que nuestros gobernantes, por mucho psicoanalista que haya en este país, siguen sin entender el capital, sus flujos, sus abstracciones. Siguen sin saber penetrar en el inconsciente de la ciudad. Unos tratan de reprimirlo, como haría cualquier régimen teocrático católico (caritativo, medieval); otros lo dejan que se disipe y escape, como haría cualquier régimen teocrático protestante (neoliberal, posmoderno). Tienen que ir más a terapia. Conozco a una psicoanalista muy buena, que además trabaja con personas que están atravesando crisis psicoeconomicoespirituales. Si quieren les paso el contacto.
NOTICIAS
1. ¡Feliz cumple, Flor!
2. Ifi, la gata del IF, cuando me ve que voy hacia el patio, arranca a correr, maullando, me adelanta y se tira al suelo para que le haga mimos, la rasque, la acaricie: ¡superbrushing! El resto del tiempo, se tumba en una silla justo afuera de mi oficina, la fábrica donde se elaboran estas suculentas niusléters, y me vigila. Si no fuera porque sé que no hay maldad en ella, más allá de su natural felinidad, me pondría paranoico.
3. Otra cosa de Ifi que me encanta, es que cuando tenemos alguna reunión presencial, ella se suma, se apropia de una silla y sienta ahí con nosotros. Está claro que Ifi es la gata, y miembro de pleno derecho, del IF.
4. El otro día, caminé 24 kilómetros y volví al IF hecho una piltrafa. Así que tengo un plan, que ya puse en marcha: caminar 10 km dos o tres veces por semana, hasta que las piernas y la espalda se acostumbren. Luego aumentar la distancia a 15 km. Y luego a 20, y así hasta llegar a 40 km en un día. Si no hay transporte público, el vehículo soy yo.