De nuevo salí el jueves a caminar, darle vueltas a las cosas, tomar un café y escribir la niusléter, y terminé escribiendo lo mismo que no quise publicar la semana pasada, pero de otra manera. Claramente hay algo en el inconsciente que está haciendo presión y necesita salir. Por ahora, me lo reservo hasta que vea con mayor claridad lo que es.
El otro día, hablando con LZ, le comenté que tenía ganas de volver atrás, a niusléters del pasado y retomar algunos temas. Es por agotamiento, en parte, ya que llevo más de 80 semanas seguidas con esto, y en parte porque siempre me queda algo en el tintero. Mirando atrás, encontré una que me gustó escribir titulada 7 cosas favoritas. Aquí van siete más.
LAS HERRAMIENTAS
Después de los sentidos, las herramientas de trabajo son nuestro primer interfaz con la realidad. Sirven, evidentemente, para cambiar el mundo, mejorarlo o empeorarlo. Para repararlo. Sirven para hacer más cosas. Las mejores herramientas sirven para hacer otras herramientas, son meta-herramientas. Y en realidad cualquiera puede serlo, si uno sabe usarla.
AC se reía de mí, cuando vivíamos juntos, porque yo siempre tenía que salir a la calle con un libro en la mano. Lo llamaba mi “objeto transicional”, como el de los niños cuando salen con un muñeco, un osito, una manta. Pero mi objeto transicional ha cambiado desde entonces. Como llevo tantos libros en el teléfono, y es mucho más práctico sacar ese aparato, manipulable con una sola mano, en el transporte público, y que me permite leer de pie con una mano agarrada a algo que evite que me pegue una hostia en el caso de alguna maniobra abrupta, ahora ya no necesito llevar un libro.
Con lo que no puedo salir a la calle si no lo llevo es la Victorinox, que llevo en una funda colgada del cinto junto con una linterna (mejor que la del teléfono), y un bolígrafo de emergencia. Hace unos meses, me compré unas mini pinzas Knipex que han resultado de lo más prácticas. Además de ayudarme en la transición hacia el espacio público, este kit es el que uso para capturar objetos y papeles que luego terminan en los libros de la BiPA–pero eso es sólo una excusa. Ya con llevarlo encima es suficiente.
LOS BOLSILLOS
Prefiero salir a la calle con las manos libres y sin tipo alguno de mochila. La ventaja de la mochila es que puedo llevar más y traer más: puedo capturar más cosas por la calle. Pero también pesa, y si va lleno el transporte público (cosa que vuelve a ocurrir, ahora que le hemos perdido el miedo al virus), estorba, ocupa espacio, hay que vigilarla.
La chaqueta ideal tiene por lo menos dos bolsillos interiores, que uso para el teléfono y la libreta. No compro nada que no tenga esos bolsillos. Tengo un par de chaquetas que me regalaron, que no tienen los bolsillos que me gustan, y no las uso casi nunca. Normalmente, llevo pantalones cargo, con muchos bolsillos y dos de esos grandes en los lados. El de la izquierda es el que uso para la basura. Hay días que vuelvo con ese bolsillo lleno de papeles y otros objetos. (Y llevo una bolsa de supermercado doblada, por si encuentro algo que no quepa.)
Ir un poco mejor vestido es un problema, ya que tengo menos espacio para meter cosas. Pero ahora que viene el invierno, que surgen las chaquetas de su letargo veraniego (¿cómo se dice hibernación, pero de verano?), esto no será un problema. (Acabo de enterarme que invernar e hibernar no son lo mismo.)
LAS PLUMAS
Tengo una buena colección de plumas estilográficas. La más antigua es una Montblanc que me regaló mi madre en 1987. La más nueva es una Kaweco de bolsillo que me trajo un amigo de Alemania. Aquí se consiguen, pero sólo con el plumín mediano, y yo quería uno extra fino, que me va mejor para escribir en el cuaderno de bolsillo.
Me pasa casi siempre, cuando escribo en el café habitual de San Martín, que alguien se para a comentar lo raro que es ver a alguien escribir con pluma, o a comentar que hago una letra muy bonita, cosa que me parece incierta. Hago dos tipos de letra, una cursiva cuando escribo más rápido y apasionadamente, otra más redonda cuando voy más despacio y el asunto es más especulativo: una para la certeza, otra para la duda. La gente que comenta lo bonito de mi letra normalmente se refiere a la segunda. (Por cierto, el artículo que escribí ayer, fue con la primera, la de la certeza apasionada, y a lo mejor es por eso que no lo publico.)
No haré un catálogo aquí de todas las que tengo, y tampoco de la docena de tintas de distintos colores que voy alternando. Ahora estoy usando uno de los rojos en la Conklin, negro en una de las TWSBIs, gris en la Kaweco y marrón en la Faber-Castell que me regaló Carmen hace años. Si estoy en mi guarida, las tengo todas encima del escritorio. Si salgo, elijo una, que puede ser una tarea ardua, llena de dudas. Supongo que la pluma es otro objeto transicional.
(El otro día, hablando por teléfono con Rubén Verdú, con quien hacía años que no hablaba, me sorprendió saber que también es un enamorado de las plumas. Después, por supuesto, estuvimos intercambiando fotos y comentarios (casi como pornógrafos) acerca de las plumas favoritas. También le dije que hablara con Pep Izquierdo, que es un enamorado tal, que compra plumas de los años 50 y 60 y las restaura.)
EL HUMOR
El humor no es un objeto, no sé si es una cosa, pero sí que es infinitamente útil. Sirve principalmente para decir lo que no se puede decir. Por eso siempre hay alguien que quiere prohibirlo. Está la leyenda urbana de la Guerra Fría, de un tipo que hizo un chiste en un café contra el régimen en algún país del Bloque Soviético, y resultó que el sitio estaba lleno de delatores y policía secreta, y se lo llevaron a la cárcel.
El humor es una buena válvula de escape. En la Edad Media, había lugares que, por carnaval, nombraban obispo a un burro, o al tonto del pueblo, paseándolos por las calles con todos los honores y a carcajadas. Servía para descargar un poco la presión religiosa del resto del año. El humor siempre ayuda a procesar lo insoportable, y hasta lo ininteligible. Se cae un avión, y a los quince minutos, salta el primer chiste por las redes sociales.
Zizek dice que los chistes, y cuanto peor el gusto mejor, sirven para establecer puentes entre distintos grupos sociales y/o étnicos, mientras haya un toma y daca: yo me río de ti y tú te ríes de mí, y en lugar de ofendernos, vamos y nos tomamos una birra juntos. Es un poco simplista, pero es cierto.
Ahora, en EEUU y otros lugares, los blancos ya no pueden reírse de los negros, pero en la dirección contraria no sólo está permitido, sino que es casi obligatorio. Yo lo interpreto en el sentido de que una minoría permanentemente desplazada está tratando de buscar su lugar en esa sociedad. Pero es muy probable que si las burlas ocurrieran de igual a igual, ese lugar sería más fácil de encontrar. El chiste reconoce la existencia del otro, aunque lo haga de forma negativa, pero es sólo un primer paso. Si el otro ha de ser tratado con la máxima solemnidad y un respeto absoluto, nunca será aceptado, nunca será un otro más entre nosotros, seguirá siendo un otro aparte.
El humor, evidentemente, es un arma de múltiples filos. Puede servir para darle la bienvenida al otro, o para apartarlo aún más. Pero una herramienta, igual que sirve para reparar el mundo, puede servir para cargarse a alguien. En muchas partes, está prohibido llevar una navaja en el bolsillo, pero si llevas un martillo en la mochila, está todo bien.
LA TARJETA DE TRANSPORTE
En Buenos Aires es la SUBE (Sistema Único Boleto Electrónico). Suena absurdo, pero ¿recuerdan cuando había que luchar a muerte por las monedas para poder subir al colectivo? La tarjeta me aporta una libertad de movimiento que valoro muchísimo. Sin transporte público, la vida en Buenos Aires sería insoportable, tardaríamos horas y horas en llegar a cualquier sitio, quedando casi todo el rato varados en algún embotellamiento. Y poder usar el transporte sin andar buscando monedas entre los cojines del sofá es un alivio enorme.
Es una de esas cosas de uso diario en las que casi ni nos fijamos. Excepto cuando hay que recargarla, o la perdemos, o la olvidamos al salir de casa. Para mí es un símbolo útil de la libertad de movimiento por la ciudad, y también del aprovechamiento del tiempo. En el transporte público se puede leer, por ejemplo, cosa imposible si uno va al mando de algún otro tipo de vehículo. He escrito unas cuantas de estas niusléters en el tren o en el colectivo.
Normalmente, tomo el colectivo porque tengo que ir a algún lado, pero de vez en cuando lo uso para hacer turismo. Me tomo uno de alguna línea que no uso y aprovecho para ver la ciudad desde otro punto de vista, o por una ruta inhabitual.
LOS ZAPATOS
Tengo siete pares de zapatos, zapatillas y botas. Dos son de vestir, luego tengo otros dos más o menos de uso diario, unas Converse que casi no uso, unas botas impermeables de trekking, para cuando llueve, y otras Ombú de trabajo. Siempre me paro en las vidrieras de las zapaterías a ver si hay algo absolutamente imprescindible, pero rara vez compro. Por ahora estoy servido.
Siempre me sorprende la sorpresa de otras personas cuando les digo que los zapatos dicen más de uno que la ropa misma. Marcan posición social y/o aspiracional, señalan la bondad o la maldad del gusto. A los muchachos jóvenes que empiezan a trabajar en una oficina, por ejemplo, hay que decirles que se tienen que gastar el primer sueldo en los mejores zapatos posibles, en unos oxfords negros con suelas de cuero. Se les tomará más en serio en el trabajo. Los zapatos puntiagudos, o demasiado a la moda, sólo indican que ese joven oficinista no tiene la menor idea de dónde está o cómo moverse por el mundillo que empieza a conocer. Entre los hombres ricos, hace años que se puso de moda usar unos mocasines que parecen pantuflas: esto es para indicar que están como en su casa en cualquier lado, que no tienen que trabajar.
Con los hombres, la cuestión del calzado es fácil. Con las mujeres, bueno, ese es otro universo, y podría escribir un libro al respecto, cosa que no voy a hacer. Y no soy un fetichista ni del calzado, ni de los pies, ¿eh? Sólo soy consciente de que los zapatos dicen mucho de uno, más de lo que se cree, y la mayoría de la gente ni se da cuenta. No se da cuenta de lo que está diciendo de sí misma, ni de lo que está interpretando en los demás. Nos leemos unos a otros por la calle de manera casi inconsciente. Esto forma parte de lo que me gusta llamar el inconsciente de la ciudad.
Es en este sentido que me parecen de máximo interés los zapatos. Un flaneur/ciruja como yo no podría moverse por la ciudad sin esa herramienta interpretativa de los demás. Y conociendo el lenguaje de los zapatos, uno puede andar en sociedad y decir cosas por debajo del agua que los demás captarán de manera inconsciente.
EL ODIO
Parece increíble, incluso ridículo, ¿no?, decir que el odio es una de mis cosas favoritas. Pero lo es. Y me refiero a un tipo de odio en particular, no a detestar a ciertas personas o grupos, no al odio que mata, sino al que da vida. Y esto sí que es raro.
Sospecho que es imposible ser artista sin odiar el arte. O al menos el arte que se está haciendo. Es así como uno busca otros caminos, otras posibilidades. Baudelaire no hubiera escrito nada valioso sin odio a la sociedad que lo rodeaba o a la poesía que se escribía en su época. Warhol, sin el odio al statu quo de finales de los 1950, al expresionismo abstracto, al elitismo de su época, nunca hubiera hecho nada. De hecho, creo que Warhol es incomprensible si no tomamos en cuenta ese odio. Sin odio, cualquier vanguardia es imposible.
A partir de un máximo desdén por el consumo y el consumismo, la BiPA existe. Tampoco existiría sin mi amor por los libros. O sin mi odio al establishment literario y editorial. Es en esa combinación del amor y el odio, que muchos consideran dos caras de la misma moneda, que puede surgir algo distinto. El odio es una especie de combustible artístico. Cuando se termina, uno ya puede dejar sus herramientas e instrumentos e irse a hacer otra cosa: puede dedicarse a la jardinería, verter todo el amor que lleva dentro en las plantas y los gusanos y esas cosas.
Cuando veo algo innovador en las pasarelas de la alta costura, siempre (y no sé por qué) me sorprende el odio de la persona diseñadora hacia los hombres o las mujeres para quienes ha diseñado esas ropas. Se ven las ganas de hacerle la vida imposible al personal. En los 90, la moda de usar modelos híper delgadas, de diseñar para esos cuerpos, ¿no era una forma de odio hacia las mujeres? Sólo hay que ir al kiosco y abrir cualquier revista de modas para averiguar qué odio está de moda en la actualidad.
Voy a parar aquí, reservándome este tema del odio para otra niusléter. Aunque ya escribí una titulada Jéiter.
RECOMENDACIÓN MUSICAL DE LA SEMANA
El martes, íbamos en el subte LZ y yo, y vimos en el periódico que otro pasajero iba leyendo un anuncio a toda página pregonando el próximo concierto de María Becerra. Le pregunté a LZ si la conocía y me falló como informante. Así que cuando llegamos al IF la buscamos en internet y pusimos algunos de sus videos. Y (no sorprenderá a nadie) nos llenamos de odio. A mí me daban ganas de pasarle una de esas canciones a un cuarteto de cuerda vanguardista para que la destruyera a base de puro sarcasmo instrumental. O a lo mejor puedo convencer a Genoud para que haga una versión sin sarcasmo pero a su manera.
Por pura mala onda, aquí va: Felices por siempre
(Recordatorio para mí mismo: imprimir más ejemplares de DESTRUCCIÓN: campo semántico.)
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, se llenó de odio el martes porque estuvo todo el día sin comer. Culpa mía. El lunes me olvidé de ir a comprarle combustible. Por la mañana le dejé media lata de atún, que el encanta, claro, y me fui a trabajar. Pero el atún se lo come enseguida, no es como la otra comida horrible que va dosificando. Así que por la noche hubo que darle más atún. El miércoles a primera hora fui a comprar, y después estuvo todo el día deshaciéndose de amor y pidiendo mimos.
2. Ayer, sentado a una mesa en la vereda de mi café habitual de San Martín, oí a una mujer que le decía al niño pequeño que llevaba de la mano: “No, no hay McDonald’s para chiquitos que no hacen caso.” Me lo tomé a pecho, y aunque abandoné mi condición de chiquito hace más de cinco décadas, tampoco fui a McDonald’s.
3. Esta tarde, en Pasaje 17 (Bartolomé Mitre 1559), de 17 a 19 h., estaré junto a Clara Nerone, Alan Courtis y Lorena Alfonso explicando la muestra Goliat persiste: una exploración sensorial de Buenos Aires a quien quiera oírnos. Yo, por supuesto, estaré apostado junto a la mesa de los libros de la BiPA.
4. Me llegó la información de un par de fuentes distintas de que Mercado Libre está cancelando suscripciones a la Niusléter. Si quieren echar un vistazo a ver si la suya sigue en pie, será de agradecer.