Para Sin Kronica
En una novela de Paul Auster—no recuerdo cuál—un tipo hereda un departamento lleno de libros y se encierra a leerlos todos: la mejor educación literaria, siempre y cuando el departamento no esté lleno de libros de sociología o contabilidad, o de teoría posmoderna, que era lo que se vendía y no terminé de comprar cuando estaba en la universidad.
No sé si recuerdan el punk, esa cosa más o menos cultural, más o menos social de los 70 y 80. En parte fue una moda, y la moda tuvo mucho que ver, porque la mode sigue la moda y es como el agua: se cuela por cualquier rendija y se escapa entre los dedos, como tantas oportunidades. En parte, también, le punk fue una rebelión contra las instituciones y las empresas proveedoras de cultura alta y baja, elitista y masiva. El punk, como su abuelo, el anarquismo, fracasaron: todavía habitamos, o nos dejan habitar, un sistema en el que el Estado y las grandes empresas van de la mano, lo más corrupto que puede haber. Y esto es mundial. Aunque algo del punk y algo del anarquismo perdura en algunas consciencias, en el inconsciente de la ciudad. Casi todo, sin embargo, ha sido capturado o neutralizado por las organizaciones que se han establecido económica, política, cultural y firmemente en el poder.
Las universidades, nos guste o no, son el nexo entre institución y empresa. marcan el camino teórico que luego se pondrá en práctica en el sistema. Y si no es la teoría, será la justificación. Luego vendrán los medios a informarnos del fait accompli. Unos viven de otros, unos viven con otros, unos viven en los otros. Podemos sumarnos, que para eso está el discurso de la inclusión, o podemos autoexcluirnos (temporal y/o estratégicamente). Como anarquista, como antiguo punk, la autoexclusión sin callarme me parece la mejor opción. Hay que encerrarse en un departamento a leer. Incluso a escribir, pero más tarde.
El primer canon, al menos en Occidente, es la Biblia, esa biblioteca portátil y nómada que necesitó siglos de discusiones y peleas para decidir que entraba y qué no. El segundo fue la Patrística, los escritos de los Padres de la Iglesia, con algunos añadidos posteriores: lo que era obligatorio leer para ser una persona culta en la Edad Media. El primer canon literario civil fue establecido a mediados del siglo XV por Tommaso Parentucelli a pedido de Cosimo de Medici. (Se dice que Cosimo, el gran banquero florentino, heredó la biblioteca del humanista Niccolò Niccoli, a partir de la cual se erigió ese canon. En realidad, Niccoli era adicto a comprar libros—esto pre-Gutenberg, o sea, manuscritos, que eran carísimos—y se gastó la fortuna familiar en ellos. Luego, Cosimo sagazmente le fue prestando dinero para que siguiera comprando, y a la muerte de Niccoli, fue y se cobró la deuda, quedándose con todos los libros, una buena inversión, sobre todo teniendo en cuenta todo el trabajo que llevaba, en esa época, localizarlos para poderlos comprar.) El canon de Parentucelli no llegaba a los trescientos libros, pero ya incluía muchos que no eran religiosos, algo nuevo en su momento.
En los últimos 50 años se han dado mil broncas acerca de lo que entra y no en el canon. Dudo que exista mejor manera de empobrecer una cultura y empobrecerse uno mismo literariamente, y quizá literalmente, que hacerle caso a la idea de un canon. Esto es cosa de las internas de las universidades—y las universidades, como dije antes, forman parte del problema. Incluso lo agravan. En mi humilde opinión, hay que abolir las universidades. En su lugar, habría que construir escuelas de formación profesional que fueran de la práctica a la teoría—y no viceversa—como las escuelas de cocina, por ejemplo. (A nadie le importa que uno conozca al dedillo toda la teoría culinaria, si uno sigue siendo incapaz de freír un huevo.) La teoría, en la cocina, cumple una función, pero ésta es siempre secundaria, posterior, a la práctica. Y así, se podrían fundar escuelas de ingeniería, de ciencias, de medicina, de derecho y de todo lo que haga falta, pero eliminando todo lo que dependa demasiado de la teoría—o reconstruyéndolo desde la práctica. Si una disciplina no resiste esta operación, lo mejor sería dejarla de lado.
En lo que a mí me concierne, que es la literatura, siempre, incluso cuando parecía que me iba a quedar en esa cárcel de la imaginación que es la universidad, mantuve que primero había que leer las obras y luego, muy luego, meterse en tareas teóricas. En otras palabras, había que aprender a leer antes de que viniera alguien de Francia a decirnos cómo hay que leer. Ahora nos reímos de las discusiones medievales en torno al sexo de los ángeles. La teoría literaria entra en esa categoría demasiado a menudo. (Quizá valga la pena recordar que para implementar cualquier esquema teórico siempre hace falta algún tipo de trabajo policial, coercitivo: teoría y policía van de la mano.)
Pero vayamos al grano. La pregunta que el título de esta niusléter propone es: ¿qué es, o cómo puede ser, un punk literario, o un punk de la alta cultura, sección literaria?
(Me escribo con un buen número de personas, y una de ellas, respondiendo a un comentario que hice en una carta reciente, me preguntó si estaba escribiendo algo sobre punks de la alta cultura. Y no lo estaba, pero se me ocurrió que había que intentarlo.)
Punk, en inglés, y antes de que la palabra designara un movimiento, se refería a una persona que no vale para nada. Los primeros punks ingleses, gente de clase obrera lumpenizada por la desindustrialización, adoptaron ese término peyorativo como forma de protesta, como celebración a carcajadas de la rabia que sentían de haberse quedado sin futuro. Luego, se les unió mucha otra gente de clase media, gente que ya sentía que la promesa de la posguerra, el Estado del Bienestar, no se iba a cumplir. En “Anarchy in the UK”, los Sex Pistols no están hablando del anarquismo como sistema social, económico y político, sino que toman la palabra anarquía, que para la clase alta británica significaba desgobierno, desmadre, violencia, pérdida de su poder, y se la echan en la cara a esa clase como una especie de ácido hecho de ruido y palabras. Esa misma clase se sumó con gusto a la Unión Europea, ese esquema teórico implementado a palos (ver Grecia, ver España), y se siguió haciendo de oro. Luego vino el Brexit, otra rebelión punk.
Ahora que, por medio de la colusión entre estados y multinacionales, el mundo se está rearistocratizando, reoligarquizando, lo que se ve es una espantada tremenda de pedidos de inclusión al menos en los bordes administrativos de esa oligarquía. La cosa se está apretando, se está poniendo fea, y nadie quiere quedarse fuera, o encerrado en su depto leyendo. Pero siempre hay que recordar que entrar implica aceptar las condiciones que la oligarquía impone. La oligarquía siempre se cobra lo suyo, como Cosimo de Medici.
(Por cierto, como las últimas niusléters fueron gastrológicas, y todavía me queda algo de ese sabor en la boca, pongo aquí un paréntesis que encaja, o marida, con ellas: cada vez hay más cocineros entrenados a la manera clásica, estricta, francesa—sin la cual parece que no hay alta cocina—que abandonan las cocinas de dos y tres estrellas Michelin, y van y ponen un restaurancito, incluso en barrios obreros, donde se pueda comer de puta madre por precios asequibles: elitismo popular, anarquismo, punk.)
Punk de la alta cultura literaria es alguien que se encierra en su cuarto, en su departamento, con los clásicos y los lee de pe a pa. Evidentemente, los clásicos de Occidente, y de manera más específica, los de su propia lengua. En algún momento, tendrá que sumar los de otras lenguas, e incluso los de otras culturas, pero todo a su tiempo. Está claro que un punk de la alta cultura japonés leerá primero sus clásicos, y luego irá sumando otros. Y sí, se trata de sumar, pero para sumar hay que empezar por algún sitio: aquí, por ejemplo. El aquí de cada quien.
Yo iría tan lejos como decir que el punk de la alta cultura no debería, en su encierro, leer nada previo a 1945, año en que se inaugura oficialmente el régimen hegemónico norteamericano protestante, evangelizante. Al menos durante los diez primeros años de lectura. Pongamos que empieza a los 15 y se lee un libro por semana. Cada libro enseña a leer ese libro, los anteriores y los venideros. A los 25, habrá leído 2080 libros. Es este el período de la vida del bicho humano en que se desarrolla la corteza prefrontal, marcando la salida de la adolescencia y la entrada en la vida adulta. Confío en que a partir de los 25 años, con esos 2080 libros en el buche, algunos mejor digeridos que otros, puede afrontar los publicados desde 1945 y la cultura hegemónica bajo la que estamos obligados a vivir. Y puede hacerlo ya desde otro lado, con toda la desconfianza de un punk, la sorna de un anarquista, el entusiasmo de un elitista popular.
No hace falta ir a la universidad para ser punk de la alta cultura. Incluso, lo mejor es apuntarse a una escuela técnica. ¿Qué puede haber más punk que alguien que, además de una amplia cultura literaria, tenga la habilidad para arreglar maquinaria pesada? Por ejemplo. A lo mejor, esta joven persona punk de la alta cultura, se dedica a la (alta) cocina, o sabe soldar y conoce todas las técnicas, o sabe reparar computadoras, o lo que sea. Cualquier cosa menos dedicarse a la administración de la teoría. Esta persona puede llevar en su teléfono una biblioteca entera, puede viajar, laburando y leyendo, por buena parte del mundo, sin fidelidad alguna a una empresa o a un estado, siendo fiel únicamente a sí misma y a las personas con las que está. Y adonde vaya, puede ir enseñando y aprendiendo a leer, a cocinar, a reparar, a construir, siempre en conversación, siempre saltando de lugar en lugar, de empresa en empresa, de tribu en tribu, haciendo amigos donde se pueda, huyendo de donde no, pero siempre en dotada de un buen andamiaje cultural, su lugar, su hogar portátil.
Este hogar, esta memoria, es el sitio en el que se acumulan las historias, los temas, las formas con las que una cultura (ampliada por la experiencia de otras) ha interpretado la vida. Es un ancho de banda temporal. Y sirve para no tragarse de manera acrítica las imposiciones del presente, de cualquier presente, imposiciones que empiezan siempre con la teoría y se implementan por medio de los servicios administrativos y policiales del estado, con sus inquisiciones, sus multas, sus penas de cárcel, sus cancelaciones y sus gases lacrimógenos. También enseña a ser humilde: muestra la soberbia del presente, de otros presentes, que se creen o han creído dueños de la verdad. El ancho de banda temporal permite ver que no todo pasado fue mejor, pero también que ese pasado fue, en su momento, un presente. Ayuda a desconfiar de las verdades instaladas desde la teoría. Mi esperanza es que, junto a una práctica directa, material y corporal, sirva para aprender a vivir de otra manera: con uno mismo y con los demás.
RECOMENDACIÓN MUSICAL DE LA SEMANA
Hace millones de años, Alain, un elitista popular donde los haya (se dedica a arreglar, restaurar y personalizar Harleys), me pasó una cinta que me cambió la vida. Las canciones en este disco son brutales, totalmente incorrectas para el presente que sea, deberían estar prohibidas, y sin embargo, aquí están.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, come tres veces al día. Bueno, en realidad está todo el día comiendo, de a poquito, pero le echo comida, no demasiada tres veces, a la misma hora en que yo me echo de comer a mí mismo. Es ella la que avisa las horas. Se pone cerca de su plato cuando se acerca la hora del almuerzo y espera. Si no le hago caso, se pone a maullar. Ayer me levanté una hora más tarde que de costumbre, y cuando salí del cuarto, ahí estaba Ifi, maullando, regañándome por llegar tarde a servirle el desayuno.
2. En esta niusléter hablo primordialmente de literatura, pero alguien puede ser un punk de la pintura, o de la música, o de lo que sea. Cada quien ha de abordarlo desde donde quiera, pueda, deba.
3. Hacía mucho que no hacía un poema dialogado. Éste es en homenaje a un viejo bar que me dio la impresión, el otro día que pasé por ahí en el colectivo, de que está por cerrar para siempre. Aquí va.
4. Ayer anoté en mi cuaderno la idea de caminar por las calles del Bajo recopilando información sobre los locales cerrados que encuentre a mi paso. Hay que hacerlo de manera sistemática: primero las paralelas al Río, entre Belgrano y Santa Fe, y luego las verticales. Puede llevar todo el día. Luego, con ese material hay que hacer varias obras: algún poema, páginas en el Registro, algo en la BiPA. Si alguien se apunta, armamos una excursión.