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He estado releyendo algunas niusléters del pasado. No soy fan de lo que escribo, al menos no como para volver atrás y leerlo de nuevo. A menudo me pasa que alguien dice que tal o cual artículo le gustó, y he de confesarle que no lo he vuelto a leer, después de publicado, y la verdad es que no recuerdo que dije ahí.
Lo que me gusta de la publicación instantánea es que, una vez corregido y limpiado, el artículo sale, y no lo tengo que volver a ver, y menos leer. Lo que siempre me dio una hueva enorme, fue lo de corregir galeras, correcciones sobre correcciones, volver a leer cosas que había escrito un año antes, o más. Tengo eso, volver a leerme es como volver a conocer al que fui mientras escribía eso. Ser lo que soy, lo que he sido, es algo que me trae bastante sin cuidado, y menos si he de volver a ello por medio del espejo temporal de la relectura. Lo que me interesa es el aquí y ahora de lo que estoy escribiendo en este momento.
Y es que esa es la aventura. Lo otro es tan aburrido como mirar las fotos del viaje a Japón que hizo otra persona. (Digo japón porque, cuando tenía 15 años, un amigo de la familia nos obligó a ver tooooooodas las diapositivas de su viaje a ese país. El problema es que no tenía nada interesante que contar. “Este es el hotel donde nos quedamos.” “Este es el jardín del hotel.” Esas cosas. Tampoco es que las fotos fueran admirables.) La aventura está en el ahora, en escribir y reescribir, no en leer y releer lo que uno escribió, que es la aventura de otro: el que uno fue mientras escribía en aquel otro momento de su vida.
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Vuelvo atrás y releo, y me digo: Ah, esto no está mal, esto es un error, aquí me equivoqué, aquí acerté. Puro juicio, escaso disfrute. Pero tengo que hacerlo porque me he ofrecido a sacar algunas niusléters en papel, en ediciones de la BiPA, y por lo que veo, todas necesitan correcciones o aclaraciones. No es nada importante, no hay que dar giros de 180 grados, no hay que pedir disculpas; la mayoría son defectos de tipeo, la ausencia de una coma, o la presencia de otra. Las aclaraciones se vuelven necesarias cuando hablo de una cosa a la que aludo por medio de un enlace, sin mostrarla o contarla. En otras palabras, esas aclaraciones se vuelven necesarias en la transición de lo digital al papel.
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Vuelvo atrás y me sorprende la pasión con la que escribí algunas cosas. Ya sé que soy un apasionado, pero volver atrás y verlo me asusta un poco. Es como ir a la médium y que, sin conocerte, te diga lo que eres, o cómo eres. Una vez, en Sevilla, una gitana me lo dijo en medio de la calle. Pero me lo dijo como insulto, como agresión, en venganza porque no quise hacer uso de sus servicios como quiromante. Me leyó de arriba a abajo, sin siquiera mirarme las rayas de la mano, y me dejó bastante tocado. Por suerte, había un bar cerca, y entré a tomarme un par de coñacs. La leve conclusión a la que llegué, ya un poco borracho a las 10 de la mañana, fue que la tipa no necesitaba mirarme las manos, su talento estaba en leer a las personas a cuerpo entero. Era una especie de súper flâneur con mala leche.
(En otra ocasión, en un bar en Lisboa, yo sentado a la barra con mi birra, un tipo empezó a hablarme. Me marcó como español, y soltó una perorata acerca de la superioridad de la lengua portuguesa por encima de todas las demás de Europa. Dicha superioridad, según él, se debía a que el portugués tiene más palabras. Mi respuesta: ¿Y las usan todas? Silencio. Mala onda. El tipo me dejó en paz y pude volver a mi birra y mi cigarro y mi estar simplemente en un bar no haciendo nada.)
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Me gusta más contar mis aventuras en la vida real (no todas las cuento), que revivir mis aventuras como escritor, o sea releerme. No me imagino qué pasará con otros artistas, si les gusta volver a mirar sus cuadros, o ver videos de sus performances, o qué. Lo que sí sé, es que la relectura requiere disciplina. Uno ha de releerse como si leyera lo que otro escribió, con el mismo rigor, como si uno ahora fuera el editor de ese otro. O sea que sólo vale la pena releerse para editar y luego publicar. Si no, hay que dejar la cosa en paz, olvidarla, volver del pasado al presente, y ponerse a escribir.
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Me pasa algo enteramente distinto con las obras de otros. Puedo volver a ellas una infinidad de veces. Puedo volver al museo a mirar ese cuadro, puedo volver a leer ese libro, ese poema, ese ensayo.
Una vez, hace millones de años, un amigo me leyó un texto de un recorte de prensa, y mi respuesta fue: Qué mamada, ¿quién escribió eso? Y él: ¡Tú, güey! Me había leído lo primero que publiqué en mi vida, una especie de poema en prosa que me he tomado todas las molestias del mundo para borrar de la memoria. Sólo me queda la anécdota de esa tarde. No guardo nada de lo publicado en papel. Incluso hay libros, en los que sale algún texto mío, que no tengo. Todo lo publicado en prensa o en revistas ha caído en el agujero negro del olvido. No tengo un CV, o el que tengo sólo abarca las cosas de las que me acuerdo, que son pocas. Lo publicado en la red queda ahí porque esa es la naturaleza de internet.
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En la Diagonal Norte no hay nada que ver, salvo algunos edificios que me llaman la atención. Los comercios están muertos o carecen de interés; a nivel calle, es la calle más aburrida del mundo. Y sin embargo, siempre que puedo paso por ahí. Es una de mis calles favoritas en Buenos Aires. El 31 de diciembre me la recorrí de arriba a abajo y de abajo a arriba. Dura unas pocas cuadras entre el Obelisco y la Plaza de Mayo. Lo poco que podía estar abierto estaba cerrado. Caminé por el puro placer de caminar por ahí, de releer esa calle, si ustedes me permiten ese salto conceptual.
Para mí esa calle es Argentina. La avenida ancha, los edificios imponentes, la belleza, y luego el comercio muerto. En otras palabras, el presente moribundo. Y no soy un nostálgico de nada, y menos de la supuesta grandeza de la Argentina del pasado. Esa calle es la desgracia hermosa que es este país. La leo y la releo como un poema que a veces me hace llorar y a veces me llena de entusiasmo, y a veces las dos cosas a la vez.
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En agosto, andando por ahí, le digo a mi amigo PI: vamos a tomar un café al London City. Llegamos y vi que había sido comprado por una de esas cadenas horribles a las que me niego a ir. Ya nos habíamos sentado, el camarero venía hacia nosotros, nos levantamos y nos fuimos al Florida Garden, que por lo que sé, sigue siendo sí mismo. No es una mala reedición de sí mismo.
Una vez escribí un libro de bar en bar. Iba con mi libretita y mi pluma, me sentaba a la barra, me pedía lo que fuera y escribía. Cuando me cansaba de estar ahí, me pasaba a otro. Mientras, por el camino, me iban viniendo ideas para lo que seguía. Y así durante días y días y días. Es uno de mis mejores recuerdos como escritor. No tengo ejemplares de ese libro.
Unas cuantas de estas niusléters han salido utilizando parcialmente ese método. Hubo una que escribí enteramente a lápiz porque me acababa de comprar ese lápiz. Y la escribí sentado a una mesa de la vereda del Mar Azul (Rodríguez Peña y Tucumán), con mi whisky barato (no me puedo permitir otro) y mi vaso de agua. Ahora mismo no podría decir cuál fue de todas las que he escrito. Tendría que revisar las libretas hasta encontrar una con varias páginas seguidas escritas a lápiz. El caso es que lo que recuerdo son las circunstancias de la escritura, más que lo escrito: el placer del acto de escribir, eso es lo que me queda.
8
Luego hay que pasar todo a limpio, claro, corregir y limpiar. Eliminar las salvajadas, lo que uno se autocensura. Cuando escribo el primer borrador, no me corto, no me pongo límites. Cuando lo paso en limpio para que quede legible para otros, no es que deje de decir algo, es que lo digo de manera más diplomática, lo suavizo. Y es que lo que me interesa es que me lean, que las ideas lleguen, no que apaguen la pantalla con indignación. Hay que ponerle un poco de lubricante a la cosa para que entre por donde tenga que entrar y lo más adentro posible. (¿Ven lo que acabo de hacer? Ahí no me corté, sólo lo dije de manera ligeramente más cortés. Ligeramente. Ya se imaginarán ustedes maneras más salvajes de decir lo mismo, y maneras más corteses, también. O a lo mejor se imaginan que no habría que decirlo.) Cuando releo lo ya publicado, me pasa que muchas de esas cortesías me sorprenden. Algunas por mal escritas, otras por lo contrario. El arte está en decir las cosas de otra manera, y a veces me sorprende ver el arte en lo que he escrito. A veces me indigna.
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El lugar donde escribo las mayores salvajadas es el diario. No sé por qué conservo todos esos cuadernos: jamás he releído una sola de sus páginas. Nunca. Siempre me digo que si alguien los llega a leer, una vez muerto y cremado el autor, pensarán que soy la peor persona del mundo. Debería quemarlos.
En otra época, usaba mis cuadernos de trabajo también como diarios. Dejé de hacerlo porque esos no los quiero quemar, quiero que sobrevivan. Así que ahora toda la mierda va en un cuaderno aparte. Me sirve para ahorrarme el psicólogo, y no sólo en dinero, también todo ese rollo de contarle a otro lo que me pasa. Sólo conozco a una psicóloga que podría ser mi psicóloga, pero como fue mi pareja, pues no. La ventaja es que me conoce bien. La desventaja es que me conoce bien y no le puedo mentir. Siempre he pensado que al psicólogo hay que mentirle y mirarlo directamente a los ojos mientras se pronuncia la mentira: la psicología como entrenamiento para luego sobrevivir en sociedad.
Dicen que es mala idea mentir porque luego uno tiene que acordarse de todas las mentiras que ha dicho para que no lo pillen. Yo me acuerdo de todas las mentiras, de lo que me olvido muchas veces es de cosas que pasaron de verdad. En mi diario no hay mentiras ni autocensura, por eso hay que quemarlo. Además, es el lugar donde me juzgo con mayor dureza. Dejo el juicio por escrito y no lo vuelvo leer. Es una forma de descargar lo que se siente y piensa para olvidarlo.
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Releer es un trabajo que no me da placer, aunque tengo claro que he de hacerlo en ciertos casos, bajo ciertas circunstancias. La publicación en papel es una. Y es que queda fijado para siempre. En internet, no cuesta nada cambiar algo, volver al sitio y poner un acento donde falta, cambiar esa coma de lugar. Muy rara vez, por no decir nunca, reescribo una oración, y menos un párrafo. SIn embargo, el solo hecho de que puedo volver atrás y cambiar algo, me alegra y me alivia. El papel queda, y no se puede cambiar, a menos de que se haga una edición completamente nueva, lo cual conlleva otro tipo de inversión. Con el papel es como si uno no pudiera cambiar de opinión, o cambiar a secas.
La cultura de la cancelación, en la que se buscan textos escritos años atrás para echárselos en cara a sus autores, me parece rara porque trata la pantalla como si fuera papel. Trata la arena movediza de las opiniones y las ideas como si fuera de piedra. Siempre habrá, supongo, una inquisición, alguien que use la fuerza para obligar al autor a desdecirse.
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Leí de un poeta que en sus últimos años abandonó la poesía y se dedicó al ensayo. Escribía a mano y le pasaba las hojas a una vecina que las tipeaba (por dinero, claro), luego el corregía y ella volvía a pasar en limpio, y así hasta que el texto estaba terminado y arrancaban con el siguiente. Parece que lo mejor de esa relación laboral fue la conversación, que duró años. Y eso es lo que yo echo de menos. Releer ciertas cosas, lo que estoy haciendo ahora, me lleva a conversaciones del pasado. Preferiría otras nuevas, pero si sólo hay esas, me pondré a trabajar. Hay que corregir y limpiar, maquetar e imprimir, encuadernar y hacer las tapas. Es un montón de laburo que viene bien en el mes del silencio.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, me llamó desde el suelo. No le hice caso. Se subió al escritorio de la BiPA, donde yo estaba trabajando, y no le hice caso. Cambié al escritorio de mi oficina para ponerme a escribir esto, y vino y se subió, y estuvo ahí, a un lado, esperando. Ahí la acaricié, le hablé (le hablo con el acento de clase baja de la zona vieja del Juárez de hace 40 años). Y una vez acariciada y hablada, se fue a su cucha y me dejó en paz.
2. El martes 7 de marzo arranca el taller de escritura que daré este año. Pronto saldrá toda la información necesaria.
3. El 25 de enero arrancan las Sesiones del IF para 2023. Habrá poesía, performance y, como siempre, comida. La hospitalidad obliga. Márquense el día. Igual, habrá publicidad más cerca de la fecha.
4. No saben lo que ayuda eso de que se suscriban por Mercado Pago. Más que la guita, es el guiño, el saludo, el espaldarazo. Ayuda a seguir escribiendo porque indica que hay gente a la que le importa leer lo que un ha escrito. (Un poco de chantaje emocional, sí.)
" esa mi Ifi, que tranza morra"