1. A veces, uno se queda guardado en casa, flotando en pensamientos flotantes, ausente del mundo aunque piense en el mundo, sueñe con él.
2. A veces, uno come con amigos y habla del mundo. Se conversa sobre un afuera, el que rodea el círculo de la conversación alrededor de la mesa. Se habla sobre el mundo, como si la conversación flotara por encima de la realidad y sus objetos, y todo esto a la vez prestando atención al hecho tan concreto, físico, real de la comida. O se puede hablar acerca del mundo, como si se intentara cercarlo, delimitarlo, parcelarlo con el alambre de púas del conocimiento y la propia experiencia: y con esto, quizá ponerle un precio, o hacerlo abarcable, asequible, incluso a cualquier precio.
3. A veces, uno se encastilla en una idea y repele todo ataque, cualquier cuestionamiento que intente escalar los muros de esa idea. Y ya que estamos comiendo, puede que incluso arroje aceite hirviendo a sus atacantes, como era costumbre en los sitios de castillos y ciudades antes de que la pólvora y otros explosivos llegaran a algún tipo de eficacia destructiva.
4. A veces, uno logra entrar en el castillo de la idea, tomándola por asalto, quizá por medio de algún caballo de Troya lógico, discursivo, retórico. Cae la idea como una ciudad o un castillo y toca saquearla y pasar a cuchillo a todos sus habitantes. A veces pasa. A veces uno siente que esto es lo que tiene que hacer. Por suerte, la civilidad que la mesa impone, que el compartir la comida y el vino exige, lo evitan. Aunque a veces, el encastillamiento es tan eficaz, tan fuerte, que dejamos de hablarnos durante décadas, tal vez para siempre.
5. Con la introducción de la pólvora y la artillería en la conversación, se vuelve difícil, incluso imposible, por momentos y por épocas, escuchar lo que dicen los demás comensales. Con tanto ruido, es muy probable que no pueda uno escuchar sus propios pensamientos, ni el rumor del paso del tiempo, de la vida, del tráfico afuera, del viento y la lluvia: hay que pedir un taxi.
6. A veces, la conversación es pacífica, sin que requiera la negociación de una tregua o un armisticio.
7. A veces, la misma idea se repite con distintas palabras alrededor de la mesa, y hace la ronda un digestivo que funciona por afirmación de lo que uno ya sabe y cree. Sus efectos se ven claramente en la sonrisa a boca llena del resto de comensales, que escuchan con detenimiento, afirmando con la cabeza, seleccionando el siguiente bocado con el tenedor, cómo su idea, la que ya tenían y mantienen, circula y se ablanda, se vuelve pegajosa como masa de pan (sin gluten), algo que todos queremos comer y comemos.
8. A veces, uno repite la idea que circula con el único ánimo de llegar vivo al postre, o simplemente por no caerse de la lista de futuros invitados a comer.
9. A veces, entre dos que cenan juntos, se habla del futuro, se habla de amor, y el postre se presenta en el cuerpo del otro, uno como el postre del otro. Puede que la sobremesa tenga lugar en la cama. (Ver todo el cruce metafórico entre sexo y comida, entre comida y amor, incluso el amor religioso que dominó Occidente durante casi dos mil años.)
10. A veces, alguien se tira un pedo y se hace un silencio (¿hace falta decir incómodo?) en la conversación. A veces estalla la risa. A veces, a menudo, se aprovecha este pequeño error social, o cualquier otra interrupción del orden establecido alrededor de la mesa, para cambiar de tema.
11. Parece ser que, en muchas conversaciones, resulta de mayor importancia hablar que escuchar. O eso parecen indicar las estadísticas, y uno puede verlo si de repente se calla y mira a su alrededor, alrededor de la mesa, a los demás que hablan todos a la vez. El habla tiene esa función tan importante de manifestar que estamos vivos, que estamos aquí y queremos participar. La segunda función importante del habla es marcar nuestra pertenencia. Estoy vivo, estoy aquí, pertenezco a este lugar, a este grupo, a esta mesa.
12. Alrededor de la mesa, y en más lugares, opinión y verdad parecen intercambiables. (Volver al apartado 3.)
13. A veces, mientras se come se habla de comida—de otras comidas. Como si las comidas del pasado hicieran de esta comida en el presente algo más real, concreto, sabroso. No creo que sea por comparación. Podría ser por acumulación de placeres.
14. A veces, nos intercambiamos recetas, un regalo conceptual por otro, un intercambio de placeres futuros.
15. En Argentina, he oído usar la palabra sobremesa para referirse al postre. Antes siempre la había dicho y oído en el sentido del rato que pasamos después de comer, todavía alrededor de la mesa, quizá con café y licores, hablando.
16. He participado en almuerzos con sobremesas que se alargan hasta la hora de cenar. Ese placer de estar con gente con la que uno quiere estar.
17. A veces, cuando hay que levantarse de la mesa nada más terminar de comer siento una especie de vacío, aunque esté lleno. Vacío espiritual, pero lleno estomacal. Una sensación de soledad repentina.
18. La Última Cena (trece comensales) fue en realidad la primera, un nuevo principio. No hay que confundir origen con principio. Los orígenes suelen ser imaginarios, fantásticos, sueños que se cuentan alrededor del fuego, del hogar, de la mesa: como cuando uno cuenta un sueño a los demás comensales. (El Renacimiento se presenta como la afirmación de un origen grecorromano, cuando en realidad es otro principio, uno que se erige sobre las ruinas de otra cultura, o sobre un mantel manchado y cubierto de migajas de una sobremesa en la que se habla de ese origen como se cuenta un sueño, con la nostalgia de ese sueño y las ganas de volver a soñarlo.)
19. Hay gente a la que le entristece ver a alguien comiendo solo en un restaurante. Al comensal solitario, si no está leyendo el periódico o algo en su teléfono mientras come, no le queda otra que conversar consigo mismo, compartir la comida con sus propios pensamientos. Cuando he sido yo ese comensal, la sobremesa ha sido corta. A lo mejor me he quedado escribiendo algo que se me hubiera ocurrido mientras comía. Pero con mayor frecuencia, he salido a caminar: un paseo digestivo en compañía de mis pensamientos, pero con el estímulo de la ciudad a mi alrededor. El paseo, solitario o con alguien más, como prolongación de la sobremesa.
20. A veces, uno come solo para estar solo. No es extraño que alguien busque la soledad en medio de los demás. Es como guardar silencio, guardarlo como un bien preciado. (Siempre imagino a Walter Benjamin comiendo solo, a Baudelaire con otra gente, hablando con la boca llena y quizá demasiado fuerte, a Joyce comiendo en familia, a Quevedo comiendo en una taberna y hablando con los de otras mesas, a Tarantino comiendo hamburguesas con otros, hablando sin parar, en una mesa del Big Kahuna de su barrio.) (Tarantino podría ser nuestro Baudelaire.)
21. A veces, escuchar puede ser como entrarle a un plato favorito preparado de la manera precisa. O puede ser como probar ese plato mal preparado, mal condimentado, cocinado de más o insuficientemente. Escuchar es difícil. El plato favorito no siempre queda bien. Pero a veces sorprende, cuando uno pensaba que había probado este plato en todas sus posibles presentaciones, alguien se lo prepara de otra manera. (Esta es la función de la alta cocina de vanguardia, y también del arte de vanguardia antes de que éste abandonara la alta cocina, antes de que se convirtiera en una mera franquicia.)
22. A veces, tengo la sensación de que la única contracultura posible hoy es reaccionaria, un retorno al o del pasado. (Recuerdo cuando en España empezó a bajar la calidad de la comida, de los ingredientes: todo lo bueno era para exportar. En Argentina nos pasa algo similar.) Si hoy la cultura principal, hegemónica y al parecer ineludible es la baja/media generada por grandes empresas, y esta cultura es futurista (en el sentido de un futuro predestinado por la potencia económica de sus productores), siento que la única forma de no dejarme arrastrar (al menos demasiado rápido) a una mala digestión, a un futuro indigesto que, como se nos informa, es inevitable, parece que la única salida es prestar atención a la cocina del pasado, a su historia, sus técnicas y utensilios, sus ingredientes. La otra posibilidad es que las verdaderas contraculturas de hoy sean tan minoritarias (y toda contracultura siempre es minoritaria), que resulten invisibles desde aquí, donde casi siempre como solo, o acompañado de mis lecturas y pensamientos, mis papeles, las notas para esta niusléter.
23. Lo mejor de comer con otros es comer con otros. La comida es la comida más la conversación.
24. Cuento algo como si estuviéramos ahora comiendo. LLegué a tener, en un cuaderno hoy perdido, la receta para una salsa de crestas de gallo. Era cocina burguesa del siglo XIX. Nunca me atreví a prepararla. Por lo que recuerdo, la lista de ingredientes daba la impresión de que comer aquella salsa (¡una salsa!) hubiera sido como entrarle a dos supremas a la Maryland de una sola sentada (o una suprema y media a la gallega en el bodegón Norte de la calle Riobamba). Cuando hablo de contracultura, como el futuro está tomado, me refiero al ancho de banda temporal, a informaciones olvidadas, incluso descartadas. También a informaciones recuperadas, actualizadas, como cocinar con flores, o con ingredientes que tenemos a mano pero quedan fuera de lo habitual. Toda contracultura es una negación de la generalización obligatoria, o de la obligatoriedad de esa generalización. Lo general y obligatorio rara vez se convierte en abundancia. A menudo es otra versión más del pan para pocos y hambre para muchos.
25. A veces, la cocina popular surge de entre la niebla del tiempo. Conozco a una poeta que canta mientras cocina platos tradicionales paraguayos—una forma de encantamiento del mundo, de su entorno, para la gente que tiene cerca. Hoy mismo, a finales del invierno como estamos, me comería unos gazpachos manchegos como los que hacía Fernando Villavert. (No confundir los gazpachos con el gazpacho.) El otro día pasé dos veces, de ida y de vuelta, por delante de Albamonte, en Chacarita. Y las dos veces me dije: Cuando venga Pep Izquierdo tenemos que venir a comer unos fusiles a la putanesca, en mi opinión los mejores de Buenos Aires. Pasé dos veces, y las dos veces me dije lo mismo. Y es que a veces la putanesca repite. (No pienso pedir disculpas por este chiste malo.)
26. Toda contracultura ha de ser una apuesta de futuro, pero hay que hacerla en el presente. Uno debe ponerse a cocinar ya. Y mientras cocina, invitar a los amigos a comer, contarles la receta—seguro que a alguien se le ocurre una mejora, cambiar este ingrediente por aquel, o probar con uno raro, contraintuitivo, perdido en la tradición o completamente nuevo. No me cabe duda de que las verdaderas contraculturas surgen de la conversación, ni de que muchas de esas conversaciones tienen lugar alrededor de la mesa, durante la comida y luego la sobremesa, en ese espacio súbitamente íntimo, insular, sea en un restaurante, una casa, un patio o en el campo.
27. De los mejores momentos de mi vida, muchos se han dado durante la comida, en conversación. De las largas, larguísimas sobremesas recuerdo poco: vino con la comida, quizá un par de cervezas antes, con el aperitivo, y los licores al final con el postre y la conversación de horas y horas. (El café añade aceleración mental a la desinhibición que aporta el alcohol.) Recuerdo poco, excepto una cosa: que fui feliz.
RECOMENDACIÓN MUSICAL DE LA SEMANA
Una vez hice el viaje entre Lawrence KS y El Paso TX en auto, unas 18 horas parando sólo para echar gasolina y comer algo, y este disco fue la banda sonora de todo el viaje. Lo tenía en cassette y el reproductor del auto tenía esa función reversible que tocaba los dos lados de la cinta sin tener que sacarla y darle la vuelta. Fue lo único que sonó. Antes me pasaba más, lo de agarrar estas obsesiones y escuchar algo una vez tras otra hasta sabérmelo casi de memoria. Llovió parte del camino. Thelonius Monk Quartet: Monk's Dream.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, me mordió ayer. Frente a la estación de café, en el galpón, hay una especie de sillón de madera que siempre utilizamos para cualquier cosa menos para sentarnos, pero a Ifi le gusta subirse mientras hago café e insiste en que le haga mimos. Este sillón ahora tiene nombre: Mimódromo. Ayer, me dio por tocarle una pata trasera, cosa que a Ifi no le gusta nada. Luego amenacé con tocarla otra vez, y ella amenazó con morderme. De hecho avisó dos veces antes de hacerlo. Y es que no quité la mano. Pero avisó, y cuando me mordió lo hizo con cuidado de no lastimarme. No quedó otra que hacerle los mimos requeridos.
2. Las fotos que aparecen de arriba son de mi serie “Conversaciones con un amigo muerto”. Todas las fotos que cuelgo en @colomroger sin pie pertenecen a esa serie.
3. Creo que con esta niusléter termina la serie sobre comida o cocina que me ha ocupado las últimas semanas.
4. El otro día, estaba sentado en la terraza de un café escribiendo lo que acaban de leer (bueno, hay gente que lee primero la noticia de Ifi y luego todo lo demás), y un niño vino a pedirme dinero. Se quedó de piedra cuando vio la escritura en el cuaderno y preguntó si yo había escrito todo eso. Le dije que sí. Es mucho, dijo. Y le respondí: Sí, pero no lo escribí todo hoy. Le regalé un bolígrafo y le di 50 pesos.