En el último medio siglo (¿recuerdan cuando algo que tenía 50 años ya no era nuevo?), se ha puesto un énfasis enorme, gigantesco, tremendo en la liberación sexual. Esta revolución en lo íntimo viene siendo el premio de consolación tras el fracaso de la revolución en lo público. Ganó el neoliberalismo, ahora podemos hacer lo que nos apetezca, a puerta cerrada, mientras no intentemos tomar el poder político, y mucho menos el económico.
Esta revolución en lo íntimo ha sido una revolución del permiso. Lo que antes estaba prohibido, o mal visto, ahora podemos darnos el permiso de hacerlo.
L’erotisme és el lirisme de la gent insensible, o sigui del 98% de la gent. El lirisme es l’erotisme dels sensibles: 2%. Potser menys. Josep Pla
Hace unos días recibí un mail que vende un taller titulado “¿Cómo fracasar mejor?”, en el que interpreto que se propone un sistema para aprender a hacer lo que uno tiene que hacer, como artista, sin preocuparse demasiado por el establishment comercial o institucional. Desconozco la eficacia del método propuesto, pero sí sé que una parte, quizá la fundamental, del trabajo artístico consiste en darse a uno mismo los permisos necesarios para hacer.
(No sé si les pasa a ustedes, pero siento que lo más difícil de hacer un poema es siempre darse el permiso, sacarse el miedo. Cada quien tiene sus rituales para esto.)
En el arte, pedir permiso a otros no tiene sentido—uno ha de dárselo a sí mismo. Si luego la obra no gusta, no interesa, no se vende, ese es otro mambo. También hay que tener el valor para soportar el rechazo, sobrevivir el fracaso, y seguir adelante. Si uno hace arte para gustar a los demás, para ser aceptado, por muy pequeño que sea el grupo aceptante, sospecho que la obra no irá más allá de lo ya conocido y procesado por el grupo. A menudo, aunque no siempre, habrá que elegir entre el permiso que uno necesita darse y el permiso de los demás.
Si uno mira las obras de Jackson Pollock de los años 1930, verá que Pollock estaba tratando de quedar bien. En esa época, y con dinero público, el Estado norteamericano financió un gran número de obras que podríamos llamar “realismo socialdemócrata”, y podríamos comparar con el realismo socialista soviético, y hasta con el muralismo mexicano. Pero Pollock llegó a una encrucijada rara, influenciado por la abstracción europea. Cuando hizo la primera de las drip paintings que lo hicieron famoso y lo convirtieron en una especie de héroe existencialista, el tipo no sabía qué pensar. Se había dado el permiso de hacer aquel enchastre, pero necesitaba que alguien más lo corroborara. Así que le preguntó a Lee Krasner si aquello era en efecto pintura, o sea, arte. Ella dijo que sí, y el resto de la historia es bien conocido.
En 1907, con Les demoiselles d’Avignon, Picasso emprendió el camino de la abstracción. Kahnweiler, su galerista, le pidió que se concentrara en los cuadros azules y rosas que ya empezaban a gustar y venderse. Pero Picasso, en aquel momento, era una máquina de darse permiso y decidió tomar el camino nuevo. De ahí al empate con Braque y el cubismo. Al menos hasta 1917, cuando dió un giro sorprendente y volvió a una especie de realismo decimonónico. Había entendido que el siguiente paso, el siguiente permiso, lo llevaría a las puertas del infierno, o sea de la abstracción, y no se atrevió, o no quiso darlo. Picabia y Duchamp se rieron mucho de él y lo llamaron de todo, sobre todo cobarde. Luego Picasso se convirtió en PICASSO, una marca comercial, y tengo la sensación de que, aunque no dejó de moverse, todo el movimiento tenía lugar en un mismo espacio cerrado. Puede que abriera las ventanas de vez en cuando para airearlo, pero ya no salió de sí mismo. Nunca más se volvió a dar un permiso como el de 1907. Ni siquiera con el Guernica.
Warhol fue otra máquina de darse permiso. Primero salió a destruir el sistema auto-mítico del expresionismo abstracto, el que defendían Clement Greenberg y el New York Times, y rompió la idea de la pintura heroica que dominaba la época. Después hizo el cine más aburrido de la historia. Luego le entró a la literatura. Es casi el inventor del archivo como forma artística. Y así hasta convertirse en el manual de instrucciones del arte contemporáneo. Da la sensación de que se le acabaron las ideas, pero no de que dejara de estar dispuesto a darse permiso de hacer lo que fuera. Diría que es esa su principal instrucción.
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Se dice a menudo y con facilidad que en el arte contemporáneo vale todo. Esto es equivalente a decir que los permisos salen gratis. Pero no es así. El arte, hoy, está duramente regulado, tanto por el mercado como por las instituciones. Bueno, en Argentina, el mercado prácticamente no existe, con lo cual, qué es arte y qué no, y qué es de calidad dentro de lo que sí, viene decidido por un sistema burocrático al que, al parecer, no queda otra que recurrir si uno es artista, o quiere serlo. Esta burocracia es muy hábil, dado que su supervivencia lo requiere, en capturar los permisos que los artistas arduamente se van dando, y apropiárselos. Se llama progreso. Es muy fácil trabajar en una burocracia dedicada a institucionalizar y administrar las conquistas, pequeñas y grandes, que los artistas han logrado.
(En mi humildemente humilde opinión, el siguiente paso es hacer un arte que las burocracias y el mercado consideren inaceptable, inapropiado e inapropiable, uno que no se atrevan a defender o exponer.) (No es fácil esto.)
(Muchos artistas llenan el currículum de títulos y diplomas, o sea permisos institucionales para la práctica de su arte. Cuando veo esta titulitis, me queda una sensación de vergüenza ajena, como de presenciar el ridículo que otro está haciendo. A fin de cuentas, el único currículum que cuenta son las obras, sean tangibles o no, sean efímeras o no, o aunque de ellas sólo quede un registro por cualquier medio, un recuerdo, una mención en el diario íntimo de alguien.)
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Como esto que están leyendo es la hoja parroquial de la Biblioteca Popular Ambulante, toca hablar de ella. No la considero un desvío, algo inapropiable por las instituciones. Pero sí que procuro hacerlo todo mal. Por ejemplo, utilizo materiales no aprobados, de mala calidad, que se degradan fácilmente con el tiempo. Esto a las instituciones, cuya principal meta es la permanencia, no les gusta. Los trabajos de la BiPA se pueden exponer, y se han expuesto, pero no se pueden añadir a las colecciones. Quizá en el futuro, cuando ya estén asimilados y sean objetos históricos, entren en algunas colecciones institucionales: hay que esperar a que ya no pertenezcan al presente, el único tiempo más o menos real, y que no viene disuelto en sustancias oníricas, sea cual sea su densidad. Esto no quiere decir que el presente no se mezcle con los sueños, sólo que no está disuelto en ellos como el pasado y el futuro—tiene otras cualidades más duras. Para decirlo de otra manera, estamos hablando de la diferencia entre hardware y software. El hardware de la BiPA es débil, y es ese el permiso principal que tuve que darme cuando la empecé a construir.
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Cuando estaba en primero de primaria, había que ir a la seño y pedirle permiso para irse a casa. Un día, la seño Malda (a la que de cariño llamábamos Maldita) me tuvo esperando una eternidad, haciendo como que no me oía, o que yo no estaba. Así que me di el permiso yo solo y me largué. Fui castigado al día siguiente, por supuesto. Cuento esto no porque quiera lucir mis dotes autopermisivas, sino porque viene con moraleja: siempre que uno se dé permiso, y más cuando se supone que ha de esperar a que se lo den otros (sobre todo cuando esos otros son instituciones), habrá algún tipo de castigo. Esto hay que incorporarlo al modus operandi y a la obra en sí.
Todo aquello que uno está pensando tiene que ser incorporado al instante a cualquier precio al trabajo que uno está haciendo.Walter Benjamin
También hay que incorporar las consecuencias previstas, y después, en obras subsiguientes, las que en su momento resultaron imprevistas y ahora están claras. También hay que incorporar el miedo a esas consecuencias y a las consecuencias de las consecuencias.
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Que se acepte, y hasta se celebre, el arte que uno hace, a menudo parece aceptación y celebración de lo que uno es. Vale la pena distinguir. Que mi poema sea malo no significa que yo no valga nada, sólo que el poema no funciona, o no gusta, o no interesa. A lo mejor, también significa que debería dedicar mi tiempo, o sea la vida, a otra cosa. En cualquier caso, mi persona no queda invalidada. De la misma manera, que el poema sea bueno no significa que yo sea mejor, o incluso superior, de ninguna manera. Sólo significa que el poema salió bien.
En cambio, la gente que vende lo que es, en lugar de lo que hace, si lo que es no gusta o no interesa, tiene un problema grave. Esto se acerca más a una invalidación, o una devaluación de la persona. Los selfis tienen esto de vender lo que uno es, por eso a sus practicantes les interesa tanto que gusten—los valida como personas. Y esta validación es siempre competitiva. (No veo que valga la pena competir con los otros 7 mil millones de personas que habitan el planeta. Conviene más competir—si a esas vamos—con un número mucho menor: el de artistas, por ejemplo, o el de poetas, o el de personas que hacen pan.)
En cualquier caso, competir es absurdo cuando la verdadera batalla del hacer está en otro lado—en el permiso que uno ha de darse para hacer aquello que imagina o tiene entre manos. Si luego la cosa sale mal—y uno aquí debe ser su propio crítico, algo que requiere tiempo y experiencia—, uno debe saber, también, perdonarse. Si no, luego no se atreverá a darse permiso cuando haga falta.
En Instagram voy colgando una serie de fotos en blanco y negro de pequeños detalles de la realidad, superficies y texturas, casi siempre primeros planos. Esto empezó como una suerte de diálogo sobre la fotografía con mi amigo, Fernando Villavert. Cuando Fernando murió, decidí continuar el diálogo por vía imaginaria. Esta fue la excusa que me sirvió para darme el permiso de seguir haciendo esas fotos: un homenaje a su vida, a su trabajo y a lo mucho que me enseñó. A veces es por medio de diálogo con otro que el permiso aparece.
Si bien me interesa mostrar esas fotos, me trae absolutamente sin cuidado si a otros les gustan o las tocan dos veces para que el corazoncito cambie a rojo. No soy un buen fotógrafo, pero tengo claro que la fotografía implica un diálogo con los muertos y con la muerte, con el paso del tiempo: la transmutación de lo tangible en sueño, como si fueran dos monedas en un mercado de divisas cuyo equilibrio final no es otra cosa que el silencio. Y diría que con el resto de las artes pasa lo mismo, aunque no resulte tan obvio. Entonces, si el trabajo va por ahí, ¿para qué esperar a que el permiso lo den otros?
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, tiene parásitos. Ayer apareció Leo con la medicina. Había que dársela en la boca (a Ifi) por medio de una jeringa. Era una sustancia que parecía medio una sopa cremosa. Ifi, valientemente, se resistió. Hicimos un buen enchastre. Hoy hay que darle una segunda dosis. Lo intentaré con un poco de atún, aunque me duele estropearle su manjar favorito.
(Y hablando de manjares. Cuando tenía unos 6 años, por la misma época de la aventura con la seño Malda, me regalaron un libro ilustrado de Las mil y una noches. Ahí ponía que los personajes comían "deliciosos manjares". Yo, diligentemente, fui y le pregunté a mi madre cuándo comeríamos nosotros "deliciosos manjares". No me imaginaba qué podría ser aquello, pero si los personajes de Las mil y una noches lo comían, debía estar bueno. Mi madre, sin embargo, y medio ofendida, sólo me preguntó si la comida que hacía ella no me parecía manjar lo suficientemente delicioso.)
(MANJAR, 1220-5. Del catalán arcaico u occitano, manjar "comer", S. XII, que ya en estos idiomas se emplea como sustantivo; procedente del latín vg. MANDUCARE íd., vocablo popular ya frecuentemente empleado en la Antigüedad. De éste, en forma culta, la voz festiva manducar, principios S. XVII.)
2. (Y ya que estamos festivos, propongo una nueva sección dentro de la sección Noticias: la recomendación musical de la semana.)
RECOMENDACIÓN musical de la semana (que son dos, en realidad):
Yeyé español
Yeyé italiano (tardío)
3. Youtube me mandó un mail diciendo que uno de los videos en el canal de la BiPA no es apto para todo público. A ver si adivinan cuál. (Aviso: creo que la limitación de público es porque la gente vegana debe abstenerse de ver este video.) (Pueden aprovechar para suscribirse al canal, o para desuscribirse, que también me gusta.)
4. Por cierto, las fotos de Instagram de las que hablo en el artículo están en @colomroger. Uso este medio porque con los filtros y esas cosas puedo hacer en segundos lo que hace 20 años me hubiera llevado horas de laboratorio. (Siempre hay que aprovechar el tiempo al máximo, así queda más rato para aburrirse. El aburrimiento es uno de los ingredientes principales de la creación artística. Pregúntenle a Baudelaire.)
5. Y un por cierto más: Esos retratos de Warhol eran retratos funerarios.