El martes 27 de febrero, a las 18:30 y en el Fondo de Cultura Económica, estaré participando en un homenaje al escritor y poeta mexicano José Emilio Pacheco.
Yo sé que es un poco abusar de su confianza y de este medio para hacer publicidad de un evento en el que participo. Considérenlo una invitación. Es gratis, y según entiendo, al final hay vino. Además se rifarán varios lotes de libros de Pacheco.
Los otros participantes serán Demian. Luisa Valenzuela y Héctor Orestes Aguilar, delegado de cultura en la embajada mexicana y un viejo amigo, que ahora me obliga a salir de mi retiro voluntario de la vida literaria.
(Parece que las nubes de mosquitos continuarán invadiéndonos tanto sueño como vigilia, y que este evento será al aire libre, en el patio del FCE, así que traigan OFF, ese escudo que nos hace invisibles a los mosquitos y que tan bien les niega el alimento y cualquier otro consuelo que la vida les pueda deparar.)
Este evento lo organiza la Embajada de México en Buenos Aires, y el cupo es limitado. Por eso, si se dejan seducir por esta invitación (y deberían), le pido que confirmen asistencia enviando su nombre a cooperaciónarg@sre.gob.mx. O me lo mandan a mí, y yo hago el relevo.
Creo que este encuentro será una buena oportunidad para entrar en contacto con uno de los escritores latinoamericanos más interesantes del fin del siglo XX. Para que se hagan una idea, éste es uno de mis poemas favoritos de Pacheco, poema-carta, poema-teoría y arte poética:
Carta a George B. Moore en defensa del anonimato
No sé por qué escribimos, querido George,
y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito.
Es decir, lanzamos
una botella al mar que está repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la arrojarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo,
en la arena del fondo que es la muerte.
Y sin embargo
no es inútil esta mueca de náufrago.
Porque un domingo
me llama usted de Estes Park, Colorado.
Me dice que ha leído lo que está en la botella
(a través de los mares: nuestras dos lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
¿Cómo explicarle que jamás he dado una entrevista,
que mi ambición es ser leído y no “célebre”,
que importa el texto y no el autor del texto,
que descreo del circo literario ?
Luego recibo un telegrama inmenso
(cuánto se habrá gastado usted, querido amigo, al enviarlo).
No puedo contestarle ni dejarlo en silencio.
Y se me ocurren estos versos. No es un poema.
No aspira al privilegio de la poesía (no es voluntaria).
Y voy a usar, como lo hacían los antiguos,
el verso como instrumento de todo aquello
(relato, carta, tratado, drama, historia, manual agrícola)
que hoy decimos en prosa.
Para empezar a no responderle diré:
no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,
no me interesa comentarlos, no me preocupa
(si tengo alguno) mi lugar en la “historia”.
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora,
harán (o no) el poema que tan sólo he esbozado.
No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que alguien que desconozco pueda verse en mi espejo.
Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa–
corresponde a los versos, no al autor de los versos.
Si de casualidad es un gran poeta
dejará tres o cuatro poemas válidos,
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.
Extraño mundo el nuestro: cada vez
le interesan más los poetas,
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas y pleitos con los demás payasos del circo,
o el trapecista o el domador de elefantes,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.
Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en silencio,
en un pacto secreto de dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace medio siglo en editar una revista poética
que iba a llamarse Anonimato.
Anonimato publicaría poemas, no firmas;
estaría hecha de textos y no de autores.
Y yo quisiera como el poeta español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.
Si le gustaron mis versos
¿qué más da que sean míos / de otros / de nadie?
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.