Como siempre estoy escribiendo, o dándole vueltas a varias cosas a la vez, si necesito cambiar de una a otra, juego un par de partidas al solitario en la computadora. También, cuando estoy escribiendo algo y llego al final de una idea, un párrafo, una estrofa. Una parte del cerebro se ocupa del solitario y otra a la siguiente idea. El solitario es una de mis herramientas de trabajo en soledad, y el otro día me condujo a pensar precisamente en esto de la soledad. Un rato después, abrí el libro de Josep Pla y me encontré con esto:
He hecho también, a mi manera, un poco de vida social. Si la sociedad sobre la cual os proyectáis tiene interés, la vida social puede ser muy útil. Si no tiene interés, es totalmente estéril: una pérdida inmensa de tiempo. Es absolutamente trágico que para llegar a algún aleatorio resultado haya que pasar tantas horas, tantos días, tantos meses, tantos años en la soledad más completa.
—Josep Pla, Notes disperses
Fue encontrar este apunte lo que me condujo a escribir para hoy una Niusléter distinta a la que tenía pensada, escrita, casi terminada.
Uno a menudo prefiere estar con los demás. Somos bichos gregarios, al fin y al cabo. Para escribir, sin embargo, sea un poema, cualquier prosa, una carta, hace falta estar solo, o más bien, uno ha de poder estar con uno mismo. Esto no significa que uno deba estar a gusto consigo mismo, o que le guste estar solo, ni que haya que tener algún entendimiento, y menos uno profundo, de la propia psique. Solamente quiere decir que uno tiene que poder estar con sus propios pensamientos, y las palabras para expresarlos, el rato que haga falta: días, meses, años.
Y es que no se trata de escribir una cosa, y salir de vacaciones para siempre. Igual que un músico no toca una canción y ya. Toca por tocar, por estar con esos sonidos, toca por hacer música, para que haya música. Uno escribe para que haya palabras, para que haya ideas, para que haya lenguaje, algo que no empezó con uno, ni terminará con uno. Uno lee por lo mismo.
Cuando se está con otra gente de cerca—familia, pareja, gente a la que se quiere—el instinto es proteger y cuidar, lo cual requiere mucho tiempo, mucha atención. Requiere abnegación. Abnegado es quien “se sacrifica o renuncia a sus deseos o intereses, generalmente por motivos religiosos o por altruismo,” según la Real Academia Española, que en paz descanse. Me hace gracia que tengan que poner eso del motivo. Se entrega el tiempo, o sea la propia vida, a otro, sea por el motivo que sea. El tiempo es lo más valioso que hay: es irrecuperable.
Aunque solemos cambiarlo por dinero como quien va al arbolito de la calle Florida a cambiar dólares por pesos. El dinero sirve para poder hacer más cosas con el tiempo. Si a uno, por dinero, no le queda tiempo para las otras cosas, algo está mal, a menos que la otra cosa sea ganar más dinero, que no es lo mismo que ganar tiempo.
Dar a alguien dinero es darle tiempo de la propia vida. Dar a alguien tiempo es alargarle la vida. Perder el tiempo es como tirar el dinero, pero un dinero absoluto, irrecuperable, imposible de intercambiar por nada.
La soledad autoimpuesta, tan necesaria, imprescindible para escribir, o dedicarse a cualquier arte, es una de las modalidades de la avaricia. Pero hay que recordar que sin una cierta avaricia es imposible acumular nada, acumular capital. Y sin capital no se puede hacer nada a medio y largo plazo. Sin capital, o sea sin recursos, ni un régimen comunista puede lograr nada más allá, quizá, de lo inmediato.
El artista, escritor, poeta, cualquiera con ideas y la capacidad de sacarlas adelante, ha de ser avaro con su tiempo, que aparte de su talento y habilidades es su gran capital. Así uno se lo apuesta todo—el capital, su tiempo, la vida—en su proyecto. Esto implica un gran riesgo. El proyecto podría quedar en nada, carecer de futuro. La incertidumbre pesa.
Pla dice que la vida social ha de ser útil para quien participe en ella, o es una pérdida de tiempo. La vida social requiere tiempo, dinero, trabajo, atención, cuidado: todo eso que uno, de serle inútil esa vida en sociedad, debería invertir en la propia obra, la que claramente le importa más que la vida misma. Antes de entregarse a la vida social, uno tiene que darse cuenta de qué es lo que de verdad le importa. Puede ser la familia, otra persona, la comunidad, acumular dinero, o el arte. Lo que sea. La sensación es que uno se lo juega todo por eso.
La vida social, para ser útil, debe servir para mejorar las condiciones de la propia abnegación. Si sólo se trata de mejorar las condiciones del propio ego, la vida social puede ser beneficiosa. Pero el ego es adictivo, y la adicción puede llegar a ser más potente que el propio proyecto. Si el proyecto es el ego, propongo que eso es peor que malgastar el dinero. El proyecto, sea el que sea, requiere abnegación, o sea, que uno ha de negarse a sí mismo. El ego es todo lo contrario.
La abnegación significa vivir menos. Si uno ha de negarse a sí mismo, ha de ser para prolongar la vida más allá de la vida. (A lo mejor por eso la RAE habla de un motivo religioso). Y esa prolongación puede ser en los hijos, el arte, una fundación, una empresa, etc. Uno se niega a sí mismo por algo que está más allá de sí mismo. Así, el avaro resulta un altruista inesperado, probablemente incomprendido en su época.
Una de las cosas que me interesaban de la vida nocturna y, por ejemplo, de las raves, en los años 80 y principios de los 90, era la de ser testigo del despilfarro de tanta vida, tanto tiempo y energía. Había una sensación, y diría que persiste, de que todas esas vidas no importaban, eran capital sobrante (si es que eso existe). Había que gastarlo, ¿recuerdan a Bataille? Éramos como el heredero que despilfarra su fortuna familiar jugando al bacará o cualquier chorrada por el estilo, condenando a sus hijos a la pobreza. Perder el tiempo es adictivo. Si la abnegación es sacrificio por algo más allá de uno, la rave es el gasto de un exceso, de algo que no tiene más allá, sino que es un más allá en sí mismo, pero nulo. Es la sociedad que sacrifica su propio capital, su propio futuro, de manera ritual. Abraham sacrificando a su hijo cuando ni siquiera hay un dios que se lo haya pedido.
Siempre tengo la sensación de que estoy perdiendo el tiempo, haga lo que haga, pero eso es porque soy débil. La duda, en este sentido, es una forma de la flaqueza. Al mismo tiempo, la duda es lo que me mantiene alerta, lo que me mantiene atento al proyecto por el cual he de negarme a mí mismo.
A veces, una vez escrita y enviada una de estas niusléters, o terminado un poema, me quedo con el mal sabor de boca de una mañana de resaca tras la noche excesiva, perdida. Luego, algunos amigos la comentan, dicen que tal o cual cosa les interesó, o les ayudó, y ese ibuprofeno me permite afrontar el día de otra manera. Esa podría ser una de las utilidades de la vida social: un paliativo para la propia ansiedad ante un futuro incierto.
La duda mal llevada tiene el efecto de descargar las pilas, para cambiar de metáfora. A mí me pasa que necesito, digamos por debilidad, este poquito de vida social. Después, puedo permanecer solo el tiempo que haga falta para la siguiente niusléter, el siguiente poema, video, libro de la BiPA, etc. Para escribir necesito estar solo, y muchas horas, días, pero no puedo, ni sé escribir en la soledad absoluta que a lo mejor haría falta.
Digamos que escribo en una sociedad limitada—ese tipo de organización del capital—una sociedad acotada de personas con las que puedo y me gusta hablar y estar—a ratos. Con el resto del tiempo, tiendo a la avaricia.
Últimamente, he estado mirando de ampliar mi capital social, pero debo hacerlo bajo una serie de condiciones, por eso de la avaricia del tiempo. Quiero ampliar mi círculo de amigos, y lo estoy intentando por carta, por absurdo que parezca. Y es que no se trata de hacer sociales con cualquiera—para eso voy y charlo un rato con la señora del kiosco de al lado, o la vecina de enfrente, que me caen muy bien. La vida social ha de ser útil, o es un pérdida de tiempo.
Hacer amigos por carta por lo menos garantiza que tienen algo que decir. O que uno tiene algo que leer/escuchar. Si algo entiendo de esta sociedad limitada que busco ampliar, es que no sólo implica decir, hablar, escribir, si no también leer y escuchar. Si no, el capital se deprecia rápidamente por aburrimiento y cansancio.
La sociedad limitada exige reciprocidad. Un toma y daca, ida y vuelta. Requiere conversación. Su función es mitigar la tremenda soledad, eso “absolutamente trágico” que tiene la abnegación, la entrega de días, meses, años, la vida entera, a un resultado incierto, aleatorio. Para mí, no es esta incertidumbre en sí misma, sino llevada en soledad, lo que hace más difícil el trabajo al que he dedicado mi vida. Pero así es la avaricia: hay que bancársela.
(Por cierto, para escribir esta niusléter abrí el solitario cinco veces—sí, las conté—fue más o menos por donde van las fotos).
NOTICIAS
1. Ifi, o mejor dicho Doña Iphigenia Pantufla de Lynch y Piaggio, la gata del IF, está muy fina estos días. No quiere comer su comida normal y sólo quiere la de los premios y días especiales. Va y se sienta donde guardo la comida y maúlla. Se sienta frente a su plato y maúlla. Me sigue por el IF y maúlla. El otro día salí un momento a la calle, y cuando volví, armó un escándalo tremendo. Como no tenía de su comida especial, abrí una lata de atún y le di un poco. Esta mañana, le puse su comida habitual, me miró con desdén, y se fue al patio
2. Igualmente, Ifi, cuando quiero hacer una foto para la Niusléter siempre viene y se está conmigo. No sé si es para que le cambie la comida, o porque me quiere ayudar a que no salga la Niusléter. (Ver foto de abajo).
3. Títulos alternativos para la Niusléter de hoy: Oda a la soledad, La canción del solitario, No sólo de soledad vive el hombre, El solipsismo como una de las bellas artes.
4. La niusléter de la semana que viene será, si todo va bien, una especie de teoría (parcial, claro) de la carta. (Di un curso sobre el tema hace unos años, y fue divertido, pero este texto irá por otro lado).