1
El caretaje suele triunfar, pero a veces enseña el cobre.
Estoy cruzando dos lunfardos. El argentino y el mexicano. En México hubo una época en que, a modo de devaluación, dejaron de circular las monedas de plata y fueron de cobre bañado en plata. Cuando se gastaba esa fina capa, la moneda enseñaba de qué estaba hecha.
El Diccionario del lunfardo, de Athos Espíndola, define careta así: “Atrevido, descarado, desfachatado, insolente, cínico. En clara alusión a la cara inmutable propia de ese tipo de individuos. Se usa igual para los dos géneros.” En España dicen que alguien tiene mucha cara. Pero encontré otra definición que se acerca más al uso actual de la palabra. “El individuo careta, simulador, hipócrita o taimado, constituye también un motivo de observación, análisis y reflexión para la voz del lunfardo que examina a este peculiar personaje de nuestra sociedad actual, que como buen vendedor de imagen nos presenta una situación irreal y ficticia de su propia vida.”
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Estuve hace unos días en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), y descubrí que dos cuadros muy buenos de Joaquín Sorolla no están más en exhibición. No los encontraba. Fui a Información, y el señor que ejercía de botón me dijo, con palabras más corteses, que ni puta idea. A nadie le sorprende, o al menos a mí no, que la persona encargada de informar no tenga la información. Me informó, también, que estaba “sin sistema”. (Había una computadora encima de un escritorio protegido por una pantalla de vidrio.) Por suerte, yo no estaba sin sistema: llevaba el teléfono en el bolsillo. Busqué la página del MNBA, busqué a Sorolla, y me cayó la ficha: no sólo es el de Información el que no sabe nada, es todo el equipo del museo.
Lo digo porque no exponen a un gran pintor de la luz, pero sí le dan espacio a impresionistas franceses tardíos que nadie conoce y de una sorprendente mediocridad.
3
Debo avisar que viví diez años en Valencia, una ciudad a la que le tengo mucho cariño. En esa época, no le presté la menor atención a Sorolla, pintor valenciano. No fue hasta que vine a Buenos Aires y vi dos de sus cuadros en el MNBA (reproducidos aquí), que me di cuenta de que Sorolla fue un gran pintor de la luz. Claro, en Valencia la luz de sus cuadros era igual a la de afuera, no se notaba, o no se hacía notar. La luz de esos cuadros es la luz de Valencia junto al mar, la de la Malvarrosa, la del Cabañal, el antiguo barrio de pescadores junto al puerto. No sé decir el número de veces que fui a pararme ahí, frente al Mediterráneo, a ver esa luz, a estar en ella, absorbiéndola y dejándome absorber, tanto en invierno como en verano, todo el año.
Cuando los vi por primera vez en el MNBA, me quedé de piedra. ¡Ahí estaba! Ahí estaba esa luz. Uno miraba el cuadro en la sala, con la luz chafa de todas las salas del MNBA, y se daba cuenta de que la luz, la verdad de la luz de Valencia junto al mar, salía del cuadro. Venía de dentro en toda su intensidad, incluso con el cuadro mal iluminado. Y no es a menudo que tengo que ir a ver esa luz, la guardo bien en la memoria, ilumina algunos de mis sueños, incluso los de la vigilia. Pero sobre todo durante mis primeros años aquí, iba a que me disparara no sé qué sustancias químicas cerebrales importantes.
AB me habló de la luz de Mallorca, yo le hablé de la de Valencia. No hacía falta hablar tanto, podíamos ir al MNBA y verla, le dije. Pero no, no se puede.
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Por cierto, en otoño y en primavera, la luz de las tardes y de algunas mañanas de Buenos Aires es muy parecida. Tiene un tinte naranja que suaviza y le da otro carácter, quizá más alegre, a las calles de la ciudad. Es casi una invitación a salir a pasear, a tomar algo en alguna terraza. En cambio, la luz blanca o amarilla del verano es fea, como si levantara polvo, una luz que lo aplana todo.
Cuando llueve en Buenos Aires, sin embargo, la ciudad se ve con alguna profundidad. La vista se alarga y las calles se abren. Ese principio de penumbra, la luz suavizada a través de las nubes y pasada por el filtro del agua, el pavimento mojado que refleja, hacen que la ciudad se parezca más a sí misma, con esa clásica melancolía de puerto, de gente que se va. (Recordemos que “Volver”, la canción de Gardel, no tiene nada que ver con volver a Buenos Aires, sino al país de origen. En esa época, la ciudad estaba llena de inmigrantes italianos y gallegos, de ahí el éxito de la canción.) (También hay que recordar que la ciudad ha preferido vivir de espaldas al Río de la Plata, al puerto, al que ya no se puede entrar, y que siempre estamos en peligro de que privaticen toda la Costanera.)
5
El otro día me enteré de que el departamento de Mediación Cultural del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) cerró, y las diecinueve personas que trabajaban ahí se quedaron sin empleo. Al parecer se cometió un pecado burocrático, no se marcó la casilla correcta en el formulario o algo así, y la persona “responsable” fue despedida. Pongo “responsable” entre comillas porque no se despidió al resto de los burócratas por cuyas manos tuvo necesariamente que pasar el pliego. Había que encontrar, y se encontró, un chivo expiatorio.
Lo sorprendente es que Mediación no pertenecía al MNCARS, sino que estaba tercerizada en una empresa privada mantenida a base de subsidios. Precariedad del personal que ponía el cuerpo y la mente, que hacía el trabajo, en una institución que la caretea con eso del cuidado y el trabajo seguro y bien remunerado. Pero en fin, ¿qué otra cosa se iba a esperar de una burocracia? (Burócrata es la palabra más fea de todo el idioma.) Dicen las palabras bonitas, las palabras clave del momento, y luego, a la hora de bajarlas a la realidad, de poner en práctica lo que tanto anuncian a bombo y platillo, resulta que el personal está precarizado y por un error burocrático termina en la calle.
Habrá que organizar un desfile para celebrar este nuevo, enorme, triunfo del caretaje. Se repartirán banderitas, habrá pancartas con los lemas que estén más de moda y tocará una banda tercerizada a la que ni siquiera le alcance para pagar los derechos de autor de la música.
6
Volvamos a Buenos Aires. En el MNBA, tienen un Pollock medio ridículo, minúsculo, como si fuera un recorte de una obra más grande que a lo mejor se dañó en un incendio. A lo mejor alguien tuvo la brillante idea de vender la obra original por partes, como una fábrica que ha caído en manos de algún fondo buitre. El cacho que tenemos aquí mide algo así como un metro por 60 centímetros y está colgado en vertical. Si lo hubieran colgado en horizontal, podríamos decir que tenemos una miniatura de los grandes cuadros de Pollock de los años 40. Aún así, hay que admitir que, nada más entrar en la sala, los ojos se van directamente a ese cuadro, que es mejor que todo lo demás que está colgado ahí, a excepción del Rothko.
Pero claro, tenemos un Pollock. Aunque sea mini, tenemos que exhibirlo porque el nombre suena. Hay que caretearla.
7
Ese cuadro está en una sala con mucha luz. En cambio, “El despertar de la criada”, de Eduardo Sívori, está colgado medio a oscuras en un rincón de la planta baja. No vamos a comparar al intransigente Pollock con el vendido Sívori, son dos bichos distintos. Sin embargo, el cuadro de Sívori es más importante para la historia de la pintura argentina que cualquier cosa que Pollock haya hecho. Dije que es importante para la historia de la pintura, no para la pintura. Aclaro.
No se habla lo suficiente, al menos yo no oigo a nadie hablar a la gente en el colectivo, del escándalo que provocó este cuadro en Buenos Aires. Fue pintado en París en 1887, cuando en París ya se estaba haciendo otra cosa. Cuando se expuso el cuadro aquí, se armó un quilombo tremendo. La prensa, que por supuesto vive del escándalo, puso más de un grito en el cielo. Y los señorones de la clase alta dijeron que delante de sus mujeres y sus hijas no, eso no.
Para mí que el problema está en el título. Si en lugar del despertar de la criada hubiera sido el de la marquesa de Salsipuedes, a lo mejor no hubiera pasado nada. Problema de clase, claro. ¡Cómo se atreve Sívori a mostrarnos a esta mujer de la clase que no queremos ni podemos ver! Problema de careteo. Porque esos mismos señorones no tenían el menor inconveniente en colgar en sus bibliotecas cuadros de tías en bolas. Claro, mientras estuvieran buenas y que no se notara de dónde venían. La mucama de Sívori no cumple con esos requisitos.
Este cuadro es, y hay que exponerlo como, un monumento al caretaje. No es de mármol, ni está en el Jardín Botánico, pero cuenta bien lo que somos. Por eso digo que es más importante para la historia de la pintura argentina que para la pintura argentina, a la que no aporta gran cosa.
8
Voy a contar una historia como la sé, como ha llegado a mí por vía oral. Ustedes pueden buscar en el cerebro colectivo, seguro que ahí hay mejor memoria de lo que ocurrió.
En 1830, unos taxidermistas franceses compraron en África el cadáver de un bosquimano, un nativo del centro sur de África. Se lo llevaron a casa, lo disecaron y lo exhibieron. En 1916, el médico y coleccionista de historia natural, Francesc Darder, donó su colección a la ciudad de Bañolas, en Gerona, y se fundó el Museo Darder. Ahí reaparece el africano disecado, que pasó a ser conocido popularmente como “El Negro de Bañolas”.
En las olimpiadas de 1992 (Barcelona), el lago de Bañolas fue sede de las competiciones de remo. (No sé si han visto alguna, pero son muy bonitas y hasta emocionantes.) Barcelona, con sus olimpiadas, parecía el centro del mundo. Y según entiendo, alguien del New York Times fue a echar un vistazo a lo que estaban construyendo y decidió darse una vuelta por Bañolas. Ahí se dio de bruces con el Negro. Publicó un artículo al respecto y se armó un escándalo.
Creo que el problema no era que tuvieran a un ser humano disecado y en exhibición en una vitrina, sino que se trataba de un señor de África, un hombre negro. El tufo a colonialismo, a esclavitud, a violencia, a extractivismo, resultó insoportable en 1991, cuando en 1916 no era más que un olor ligeramente molesto.
Los ingleses también tienen a un ser humano disecado. Es el filósofo Jeremy Bentham, que dejó dicho que lo disecaran después de muerto. (Aunque parezca mentira, y el sentido de la vista a veces nos informe de lo contrario, no se puede disecar a alguien vivo.) Nadie se ha quejado, que yo sepa, del hombre disecado de los ingleses.
El hombre de Bañolas fue retirado de la exposición. Luego el cuerpo fue desmontado y enviado a Botswana con gran ceremonia. Lo vi por la tele.
9
Todavía con la polémica en el aire, yo propuse una solución. No hay que disecar ni exponer a alguien de otra cultura u otra raza, eso es apropiación colonial. Como la actual corrección política es el caretaje de los anglosajones (o sea una de las formas del neocolonialismo) resulta obligatorio aprender de ellos, y debemos disecar uno de los nuestros. Así que en 2004 yo me ofrecí voluntario. Dije que no quería donar mi cuerpo a la ciencia, pero sí a la historia de la ciencia. De esa manera no hace falta caretear nada, ni ofenderse, ni quejarse.
Me ofrecí voluntario a sustituir al Negro de Bañolas. Por mucho que apareciera mi nombre en el cartelito junto a la vitrina, pasaría a ser conocido como el Catalán (aunque nacido en el exilio) de Bañolas. Lo ideal sería que me disecaran sentado frente a un escritorio, con una pluma estilográfica en la mano (puede elegirla Pep Izquierdo) y delante mío, unos papeles en los que queda claro que estoy escribiendo una niusléter: ésta misma, la niusléter #209, titulada “Museo del caretaje”. Si hace falta que se vea el cuerpo, puedo estar en pantalón corto y sin camisa, justo como estoy ahora (hace calor, aunque hace rato quiso llover y refrescó un poco). Realismo puro y duro.
Nadie me ha tomado la palabra, pero la mantengo. Si Bañolas no se presta, pero alguien en Buenos Aires está por la labor, eso también vale. Pueden llamarme popularmente El Catalán (inmigrante con pasaportes español y mexicano) de Buenos Aires, y colocarme en el Museo de Historia Natural de Parque Centenario. (El de La Plata también me vale.) (Para sufragar los gastos, se puede cobrar entrada.)
No la estoy careteando, ni estoy de broma, que este artículo sirva de testamento.
NOTICIAS
1. Ifi, la gata del IF, se pone en plan cazadora y observa a las palomas torcaces que andan por el patio. Me da risa porque no tiene la menor posibilidad de pillar una. Pero su instinto la mueve por lo menos a observarlas. Yo la observo a ella. El observador que observa a la observadora. (Por cierto, ahora mismo está comiendo de su comida normal. Si se da cuenta de que la veo, deja de comer. Se hace la longuis para que le dé de la buena, o de la que más le gusta.)
2. Otro apunte a esto del caretaje. Me cuentan que para entrar en el Louvre, las colas pueden llegar a ser de cuatro horas. (Las colas se miden por tiempo, no por espacio.) La gente entra en el gran museo, se hace una selfi con la Gioconda y alguna otra cosa y se va. En el resto del museo hay poquísima gente. Lo que debería hacer el Louvre es poner un edificio aparte con las obras instagramables, y dejar el resto del museo para que la gente a la que le interesa de verdad pueda entrar a mirar. Lo mismo El Prado. El Reina Sofía no, por caretas.
3. Recuerden que el martes 27 de febrero a las 18:30 participo en una mesa de homenaje al escritor y poeta mexicano José Emilio Pacheco. Les envié la invitación el otro día. Échenle un vistazo, vayan. (Recuerden que hay que escribir a un mail que doy ahí para reservar sitio.)
4. Los poemas están en Paseante Extranjero. Su ayuda para que esta Niusléter les siga llegando cada viernes puede darse aquí. O pueden seguirla careteando, leyendo gratis. Todo bien.